Conferencia de la Gran Asia Oriental (1943). El sueño imperialista de Japón y los orígenes de la descolonización en Asia

Introducción

            Corre el mes de noviembre de 1943; en una Tokio ajena aún a las peores masacres, bombardeos y desolación de una guerra que ya empieza a complicarse para Japón, se reúnen los líderes de varias naciones asiáticas para planificar mecanismos de cooperación política, económica, militar y cultural, que permitan coordinar esfuerzos en el marco de la gran conflagración que deberá liberar la Gran Asia Oriental del colonialismo occidental. En esencia, la situación no es muy distinta de las conferencias llevadas a cabo en El Cairo, Teherán o Yalta durante la misma guerra, salvo por una diferencia: en Tokio, los protagonistas son países miembros y/o aliados del Eje.

Cuando pensamos en las conferencias internacionales llevadas a cabo durante la Segunda Guerra Mundial, vienen a nuestra mente las grandes citas antes mencionadas, donde los Aliados se reunieron a fin de diseñar la estrategia para derrotar al enemigo. Pero, ¿Qué hay de los planes de las potencias del Eje?... ¿Alemania, Italia y Japón no tenían un plan para el mundo posbélico que compartir con sus aliados en una mesa de negociación?... Este trabajo responde en el caso japonés particularmente.


            La Conferencia de la Gran Asia Oriental reunió en Tokio a líderes de Estados y gobiernos títeres de Japón, como los de Manchukuo o el régimen colaboracionista de Nankín, pero también a auténticos líderes nacionales, como Ba Maw de Birmania, José P. Laurel de Filipinas o Subhas Chandra Bose de la India, que buscaron la liberación de sus pueblos del colonialismo europeo y estadounidense, viendo en los japoneses a los únicos aliados que podían ayudarles a conseguirlo. Así pues esta cumbre fue a la vez una reunión de vasallos del imperio japonés y una cita que dio luz de esperanza a la lucha por la descolonización de Asia. Para entender mejor esto, debemos retroceder algunas décadas antes de la Guerra del Asia – Pacífico. 

1 – Orígenes del Panasiatismo y del enfrentamiento nipón-estadounidense
            El contacto de Japón con Estados Unidos se remonta más allá de la Restauración Meiji y el comienzo de la historia moderna japonesa, pues fue precisamente la llegada de los norteamericanos a Japón, y la coerción ejercida sobre el shogunato Tokugawa para la apertura comercial en términos desiguales, la que terminó causando la caída del Shogun y la restauración del poder del Emperador en 1868, dando así inicio la era Meiji en la que Japón pasó de ser un país aislado, pobre y atrasado a ser una potencia industrial y militar en sólo medio siglo.

            Los japoneses vieron la situación de los demás países de Asia; vieron la India engullida por el Imperio Británico, al Sudeste Asiático repartido entre británicos, franceses y holandeses, a China, otrora indiscutida potencia regional, sometida al expolio colectivo de los europeos, y más tarde vieron a Filipinas pasar del dominio español al de la nueva y dinámica potencia norteamericana. Ante esto, se decidieron férreamente a no correr la misma suerte de sus vecinos, a ser una nación poderosa e igual a sus contrapartes occidentales; pero pronto el sentimiento nacional fue más allá. Ya a finales del siglo XIX, cada vez más intelectuales y pensadores en Japón, manejaron la idea de unir toda Asia bajo la égida nipona para expulsar a los occidentales y liberar la región de su expolio y humillaciones. Las victorias japonesas en las guerras con China (1894 – 1895) y con Rusia (1904 – 1905), demostraron a los occidentales que había un nuevo poder en Asia con el que debían contar, y que podría amenazar sus posiciones en la región. Justamente por aquellos días, el autor japonés Okakura Kakuzo afirmó en su libro Los Ideales del Oriente que Asia era una sola, siendo este, quizás, el punto de arranque del pensamiento panasiatista.

            Por otra parte, el descarado racismo con el que europeos y estadounidenses trataban a los japoneses, chinos, coreanos y demás pueblos asiáticos, exacerbó el sentimiento panasiatista y anti occidental. Este racismo se manifestó en leyes de inmigración discriminatorias, hostigamiento a los inmigrantes, creación de grupos de exclusión e intimidación y establecimiento de políticas de segregación racial; siendo más visibles estos hechos en Australia, Hawái y California. Esta situación tensó las relaciones entre Japón y Estados Unidos ya en 1908, cuando ambos gobiernos llegaron a un acuerdo superficial en la materia, pero esta siempre sería un punto causante de fricciones en la relación Tokio – Washington, además de la creciente rivalidad por el mercado chino y el espacio del Pacífico occidental. El asunto del racismo llegó a su punto máximo en la Conferencia de Paz de París (1919) donde los japoneses aspiraron un trato equitativo con las grandes potencias y presentaron una propuesta de igualdad racial para la naciente Sociedad de Naciones. Tal propuesta fue tajantemente rechazada por Estados Unidos y Gran Bretaña, hiriendo profundamente el orgullo nipón y dándole espacio a las ideas más radicales en Japón[1]. Pero las humillaciones no acabaron ahí. Seguidamente llegó la Conferencia Naval de Washington de 1922[2], donde las potencias anglosajonas presionaron a Japón a aceptar una proporción de armamento naval inferior a las suyas, además del fin de la alianza anglo-japonesa, que tan útil le había resultado a Japón desde su firma en 1902, al haber sido un apoyo eficaz en la guerra con Rusia, un efectivo disuasivo contra otras potencias europeas y Estados Unidos, y la excusa perfecta para entrar a la Primera Guerra Mundial y arrebatar fácilmente a Alemania sus posesiones en China y el Pacífico. Fue precisamente esta rápida y voraz expansión en China y el Pacífico la que puso en alerta a Londres y Washington y marcó el inicio de la escalada de tensiones y conflicto entre Japón y Occidente. Desde esos años, fue ganando cada vez más fuerza la idea de que Occidente era el enemigo de Asia Oriental, y que Japón, como única potencia de la región, debía asumir el liderazgo de los pueblos asiáticos y conducirlos a la liberación. Esta idea, en un principio manejada por intelectuales de corte más liberal, fue tomada por los más radicales militaristas y ultranacionalistas y convertida en la justificación para su programa imperialista sobre Asia. Cuando estos grupos militares ultranacionalistas tomaron el control de Japón en los años 30, tras el colapso del experimento de democracia parlamentaria intentado en el país durante la década anterior, el enfrentamiento con Estados Unidos, Gran Bretaña y las demás potencias occidentales, se hizo inevitable.

            En 1931 llegó el que bien puede considerarse el punto de no retorno, esto por varias razones. Desde que Japón aceptó los tratados navales de 1922, la clase política liberal parlamentaria se esforzó por mantener una relación armoniosa con China y con las potencias anglosajonas, pero desde que el nuevo Emperador Showa (Hirohito) asumió el poder en 1926, la presión de las facciones y sociedades secretas militaristas y ultranacionalistas fue en aumento. De esta manera, motivados por la necesidad de proteger y asegurar los intereses japoneses en Manchuria ante la imparable unificación política de China bajo el liderazgo de Chiang Kai-shek, los oficiales de una parte del ejército japonés invadieron esa región sin aprobación ni permiso del gobierno, y tras sustituir a los señores de la guerra anteriores, entronizaron al último emperador chino, Puyi, como gobernante títere de un nuevo país: el Estado de Manchukuo. Esta acción le valió a Japón tener que retirarse de la Sociedad de Naciones, con el consiguiente aislamiento internacional, el recrudecimiento del sentimiento anti japonés en China y la mayor desconfianza de Gran Bretaña y Estados Unidos. Puede considerarse al llamado “Incidente de Manchuria” como un punto de no retorno porque sentó el precedente de que el ejército podía imponerle su voluntad al gobierno y de que sus acciones no encontrarían oposición ni dentro ni fuera de Japón. En 1936 la agonizante democracia parlamentaria nipona sufrió el golpe final cuando un grupo de oficiales del ejército intentó derrocar el gobierno y establecer una especie de “shogunato moderno” o dictadura militar ultranacionalista bajo el mando del Emperador[3]. Aunque el golpe fue abortado por explícita orden imperial, el gobierno terminó plegándose a la mayoría de las ideas y demandas de los amotinados, pues la cúpula del ejército, y en gran parte la de la armada, fueron responsables o simpatizantes del golpe y el Emperador mismo fue ganado por estas ideas. Así, ese mismo año Japón firmó el Pacto Anti Comintern con la Alemania Nazi y tomó la vía de la confrontación con China y de progresivo desafío a las potencias anglosajonas, a la vez que los sueños imperiales de los altos militares tomaban forma en sofisticados proyectos y se terminaba de moldear la nueva ideología, que hacía del Panasiatismo la justificación de las conquistas niponas y que explotaba a favor de Japón los sueños de libertad de los pueblos colonizados de Asia.

2 – Desarrollo de la Guerra en el Asia – Pacífico hasta 1943

            Desde 1931, la situación en China se hizo cada vez más inestable. Por un lado, los comunistas y el Kuomintang mantenían una guerra civil que inquietaba a los japoneses ante la posibilidad de que los comunistas tomaran el control del país. Por otro, los japoneses provocaban incidentes que les servían de excusa para arrancarle más concesiones al Gobierno de Chiang Kai-shek, cuya pasividad exasperaba más a sus enemigos comunistas y la guerra se recrudecía. Fue precisamente el último de estos incidentes el que desató la guerra total. El 7 de julio de 1937, las tropas japonesas que ocupaban el norte de China, extendieron un ultimátum a la guarnición china de Wanping exigiendo su evacuación, pues culpaban a los chinos por la desaparición de un soldado japonés. Los chinos se negaron a obedecer todas las demandas japonesas, lo que provocó el intercambio de disparos de artillería en Wanping y en el llamado Puente de Marco Polo, cerca de Pekín. Los japoneses pronto ocuparon Pekín y Tianjin, y aunque hablaron de negociar, sólo extendieron condiciones inaceptables para Chiang Kai-shek, por lo que el 14 de agosto la aviación china atacó los barcos japoneses anclados frente a Shanghái y la respuesta japonesa no se hizo esperar. Aún hoy es punto de discusión quién provocó el Incidente del Puente de Marco Polo y qué perseguía, pero en todo caso, es evidente que la guerra estallaría por cualquier suceso[1].

            Los japoneses atacaron China con toda la fuerza que pudieron, ese mismo mes de agosto ocuparon Shanghái tras derrotar a un ejército chino el doble de grande, ocuparon todo el noreste del país, la costa central y sur, y entraron a Nankín el 13 de diciembre de 1937, desatando la tristemente célebre Masacre de Nankín. El gobierno del Kuomintang tuvo que mudar su capital a la remota ciudad de Chongqing, Yangtsé arriba, y sólo hasta 1939 – 1940 la guerra se estabilizó tras cruentas batallas en todo el país, donde las bajas se contaron por cientos de miles. El resultado de la guerra estaba siendo incómodo y desgastante para Japón: aunque controlaban todo el norte y toda la costa de China, sus regiones más ricas, y aunque los chinos no tenían la capacidad para reconquistar las zonas ocupadas, los japoneses no lograban doblegar la resistencia de las zonas libres y, para más complicaciones, el Partido Comunista y el Kuomintang unieron sus fuerzas para resistir al invasor. Para 1940, los japoneses tenían en China alrededor de un millón de soldados y no habían doblegado al país, además de eso, los chinos recibían dinero y armas de parte de Gran Bretaña y Estados Unidos vía Birmania y por puentes aéreos desde la India. Además, el Gobierno de Estados Unidos presionaba más y más a Japón para llegar a una tregua primero, y luego para la retirada total de China. Ese mismo año, los japoneses ocuparon la Indochina Francesa después de presionar con éxito al gobierno de Vichy y apoyaron a Tailandia en una breve guerra contra Francia por la reconquista de provincias arrebatadas por los franceses en el siglo XIX. El punto crítico llegó en 1941 cuando Estados  Unidos, Gran Bretaña y el Gobierno holandés exiliado en Londres impusieron un embargo petrolero a Japón para que se retirara de China. Las negociaciones fueron infructuosas y el  Gobierno nipón debió tomar una decisión: o retrocedía, o se lo jugaba todo en una guerra total contra Estados Unidos y Gran Bretaña. Se decidió por esta última.

            El 8 de diciembre de 1941 (fecha de Tokio), las fuerzas aeronavales japonesas atacaron la base norteamericana de Pearl Harbor en Hawái, dejando casi fuera de combate a la Armada del Pacífico de los Estados Unidos y causando la vinculación del conflicto europeo con el asiático en lo que llamamos “Segunda Guerra Mundial”. El mismo día, las fuerzas japonesas ocuparon sin resistencia Tailandia. Los tailandeses no esperaban semejante ataque, y en una mezcla de temor y de esperanza de que Japón les ayudara a recuperar los territorios arrebatados por Francia y Gran Bretaña, permitieron a Japón usar su territorio como base y zona de paso, firmaron una alianza con ese país y declararon la guerra a las potencias occidentales[2]. Seguidamente, los japoneses obtuvieron una gran victoria sobre los británicos en Singapur el 15 de febrero de 1942; a esto siguió la ocupación de toda la actual Malasia, Hong Kong, Indonesia y casi toda Nueva Guinea, la invasión de Birmania y ataques aéreos sobre Australia y Ceilán. Para la primera mitad de 1942, los japoneses eran dueños de la situación, habiendo cercado casi totalmente China al ocupar el Sudeste Asiático y amenazando la India y Australia, mientras que la capacidad de respuesta del Imperio Británico era mínima y los estadounidenses aún no estaban en capacidad de lanzar una gran contraofensiva.

            Pero sus éxitos comenzaron a detenerse ese mismo año. Tras la batallas de Mar del Coral en mayo, que resultó en tablas y que impidió la total conquista de Nueva Guinea y el cerco de Australia, los japoneses sufrieron la desastrosa derrota de Midway en junio, donde perdieron sus mejores barcos y tripulaciones, especialmente sus más grandes y mejores portaaviones, y con ello el dominio del mar. Los efectos de tan gran derrota no tardaron en sentirse, pues en agosto Japón sufrió otro revés, esta vez en Guadalcanal. Esta derrota abrió la posibilidad para que el enemigo iniciara la contraofensiva en Nueva Guinea y comenzara a romper el perímetro defensivo japonés en la zona de las Islas Salomón, acciones que se materializarían durante 1943. Cuando llegó el mes de noviembre, era evidente que Japón había perdido la iniciativa de la guerra y que estaba a la defensiva[3]. Aunque Japón no podía considerarse derrotado definitivamente, saltaba a la vista que la guerra sería más larga y difícil de lo previsto, y que la estrategia general del conflicto debía ser replanteada. La “versión naval de la guerra relámpago” llevada a cabo por los japoneses no funcionó, y siendo conscientes de las limitadas capacidades demográfica, industrial y de materias primas del país, resultaba claro que era necesario ganar el apoyo de los pueblos de Asia para vencer en la guerra. En este ambiente se dan los giros de la política japonesa que condujeron a la Cumbre de Tokio.

3 – La Cumbre de Tokio

            Para entender mejor la situación en 1943, debemos revisar el mapa político de Asia Oriental en 1940. Para ese momento tenemos que casi toda la región está bajo el poder de alguna potencia colonial, incluido el propio Japón, y sólo existen como Estados independientes este país, China, Manchukuo y Tailandia. Por otra parte, en la India y Birmania el dominio británico es cada vez más odiado, el pueblo tiene cada vez más conciencia de su identidad frente al opresor colonial y existen diversos movimientos por la independencia dirigidos por una clase política culta y con proyectos bien definidos para liberar sus países. En el caso de la India tenemos el movimiento de Gandhi, que aboga por una independencia sin violencia, y el más belicista Azad Hind Fauj, o Ejército Nacional Indio, que abogaba por la lucha armada como vía para la independencia. En Birmania el principal movimiento independentista era el Dobama Asiayone, o “Asociación de los Birmanos”, y tenía en el abogado Ba Maw a uno de sus principales líderes. Tanto el Azad Hind como el Dobama Asiayone, habían estado en contacto con políticos japoneses desde los años 30 y muchos en ambos grupos veían en Japón el aliado natural para la lucha anti colonial. Mientras tanto, en la Indochina, existía el Khmer Issarak (Movimiento de los Camboyanos Libres), raíz del futuro Khmer Rojo, con una ideología nacionalista radical y anti francesa, que en un principio fue pro japonés, pero que tras la ocupación nipona de la zona en 1940 y la negativa japonesa a la inmediata independencia, hizo causa común con el Viet Minh (guerrillas comunistas de Vietnam) y empezaron a combatir a japoneses y franceses por igual con apoyo de los comunistas chinos.

            En Indonesia, desde los años 30 existía el Partido Nacionalista Indonesio, con Sukarno a la cabeza, y que contaba con financiamiento japonés y las simpatías de Tokio, lo cual puede explicar lo rápido y fácil que las Indias Orientales Holandesas cayeron en manos de Japón. Por otra parte, en Filipinas el movimiento independentista, que se remontaba a la lucha con España en el siglo XIX y al intento republicano de 1897 que fue aplastado por Estados Unidos, era tanto o más fuerte que el de la India. Ya antes de 1940 existían guerrillas anti estadounidenses en el archipiélago que buscaron y encontraron apoyo en Japón, pues el régimen de “Commonwealth” o Estado Libre Asociado, que establecieron los norteamericanos no satisfizo las demandas populares. Finalmente, China estaba en manos de tres gobiernos, el del Kuomintang, dirigido por Chiang Kai-shek y con capital en Chongqing, el comunista con capital en Yan´an y dirigido por Mao Tse-Tung, y el llamado “Gobierno Nacional Reformado de China” creado por los japoneses en 1940, con capital en Nankín y con el viejo rival de Chiang Kai-shek, Wang Jingwei, como líder. Este gobierno fue un intento japonés de ganar cierta legitimidad en China, siendo útil para entenderlo, compararlo con la Francia de Vichy colaboracionista con los nazis, aunque este régimen de Nankín tuvo gran autonomía teórica, llegando a poseer un gran ejército armado y entrenado por los japoneses que ayudó a estos en la guerra. El Gobierno Nacional Reformado de China llegó a usar la misma bandera que el de Chongqing, aunque con la adición de una banda que rezaba: “Paz, Anti Comunismo, Construcción Nacional”. Este gobierno sólo fue reconocido por Japón, sus aliados y otros países firmantes del Pacto Anti Comintern. En resumen, para 1943, Japón tenía dos gobiernos títeres, Manchukuo y el régimen de Nankín. En Birmania, Filipinas e Indonesia tenía el apoyo de grupos independentistas y la posibilidad de minar el dominio británico en la India apoyando esta clase de grupos. Era pues un ambiente propicio para la creación de más gobiernos teóricamente independientes en la región, que pelearan en la guerra del lado de Japón y ayudaran así a la victoria final.

            Al principio esta idea no era muy respaldada dentro del gobierno, pues consideraban a Japón lo suficientemente fuerte para ganar sin ayuda y prevalecía la idea de la guerra como una lucha por los intereses de Japón. Sólo unos pocos moderados y liberales desarrollaron el Panasiatismo. Aún así, desde los años 30 la idea de unir Asia bajo el liderazgo japonés sonaba con fuerza en las calles y círculos intelectuales, hasta que en 1940 fue anunciada en conferencia de prensa la idea de la “Esfera de Coprosperidad de la Gran Asia Oriental”, diseñada por el ex canciller Hachiro Arita, e impulsada por el ministro de exteriores del momento, Matsuoka Yosuke, y el Primer Ministro Fumimaro Konoe. Ese mismo año se hizo pública la “Doctrina Amau” en la que Japón asumía toda la responsabilidad de mantener la paz y el orden en Asia Oriental, además de unir la región contra el imperialismo occidental; tratándose de una especie de “versión japonesa de la Doctrina Monroe” pues llegó a usarse el lema de “Asia para los asiáticos”. Cuando la guerra se extendió al resto de la región en 1941, el gobierno japonés fundó el “Ministerio de la Gran Asia Oriental”, que debía encargarse de todas las políticas relacionadas con los territorios ocupados. La Esfera de Coprosperidad de la Gran Asia Oriental debía ser un ente intermedio entre unión monetaria y aduanera (el proyectado Bloque del Yen) y unión supranacional de Estados, conformada por Japón, las nuevas posesiones ultramarinas que este país adquiriría y los gobiernos aliados. Estos fueron los antecedentes más directos de la Cumbre de Tokio de 1943.

            Como ya se dijo, el año de 1943 llegó con nuevas dificultades bélicas para los japoneses y por eso, el gobierno debió cambiar su estrategia política. Se sucedieron así varios hechos: en enero de 1942 el moderado Shigemitsu Mamoru fue nombrado nuevo embajador ante el gobierno aliado de Nankín. Shigemitsu buscó ganarse al pueblo chino mediante la renuncia de Japón a sus muchas concesiones y derechos de extraterritorialidad y además, buscó que Wang Jingwei hiciera de mediador con Chiang Kai-shek, pues opinaba que era necesario hacer las paces con China para poder poner toda la fuerza de Japón en la guerra con Estados Unidos. A esto él lo llamó “Nueva Política China”. Cuando Shigemitsu fue nombrado Ministro de Exteriores en abril de 1943, se decidió a extender al resto de Asia su Nueva Política, impulsando las independencias de los territorios ocupados, aún en contra de los recelos de muchos jerarcas de la armada y el ejército y ganando el apoyo del propio Primer Ministro Hideki Tojo[1]. Precisamente Hideki Tojo fue quién dio el viraje más notorio al abandonar su reticencia inicial y hacer una dinámica gira por los territorios ocupados, entrando en contacto con los líderes locales, acordando la creación de nuevos estados independientes y convocando a una gran cumbre en Tokio para finales de ese año. En marzo recibió a Ba Maw en Tokio y acordaron la independencia de Birmania, en mayo visitó Filipinas e hizo los arreglos necesarios para la creación de la república independiente, en julio visitó Tailandia, Malaya y Singapur, donde se reunió con Subhas Chandra Bose y acordaron los detalles para la creación de un gobierno indio en el exilio. Bose había escapado de Europa, y su sólo retorno al Lejano Oriente había puesto en ebullición a todos los nacionalistas indios. Los frutos de la gira no tardaron: el 1º de agosto Birmania se declaró independiente, con Ba Maw como Jefe de Estado, y firmó una alianza con Japón; lo mismo hizo Filipinas el 14 de octubre teniendo como Presidente a José Paciano Laurel, y el 21 de ese mismo mes se formó en Singapur el Gobierno Provisional de la India Libre con Subhas Chandra Bose al frente[2]. Para finales de noviembre de 1943, Japón tenía seis gobiernos aliados en la región: Manchukuo, la China de Nankín, Tailandia, Birmania, Filipinas y la India Libre, todos enviarían a sus líderes a la próxima cumbre en la capital nipona.

Los líderes invitados a Tokio

            ¿Quiénes fueron en realidad los líderes convocados para la cita de Tokio?, ¿Qué peso tienen en la historia de sus respectivos países?, ¿Se les recuerda como héroes nacionales o cómo siervos fieles del imperialismo japonés? Estudiémoslos uno por uno brevemente.

            Ba Maw, Jefe de Estado de Birmania. Nació en una familia acomodada de abogados y académicos con influencias católicas, siendo católico él mismo. En 1924 obtuvo un doctorado en la Universidad de Bordeaux, en Francia. Durante los años 20 destacó como abogado y ganó en 1931 al ser defensor del líder rebelde Saya San. En 1937 llegó a ser Primer Ministro bajo la administración británica y ganó influencia en el país como líder político, perteneciendo a  la organización Dobama Asiayone (Asociación de los Birmanos). Aún hoy se le recuerda en su país como un héroe y líder nacionalista.

          Wang Jingwei, Presidente del Yuan Ejecutivo del Gobierno Nacional Reformado de China. Miembro destacado del Kuomintang desde sus comienzos, llegó a ser confidente de Sun Yat-sen y tuvo una actuación destacada en la revolución republicana de 1911. Fue un miembro destacado del gobierno de Sun Yat-sen en Catón y participó en la Expedición al Norte, pero tras la muerte de éste en 1925, fue desplazado por Chiang Kai-shek en el control del partido, naciendo una dura rivalidad entre ambos. Participó en el gobierno de Wuhan opuesto a Chiang Kai-shek e intentó derrocar al Generalísimo en 1931, teniendo que partir al exilio. Fue entonces cuando visitó la Alemania Nazi y radicalizó aún más su anti comunismo, llegando a ser simpatizante del fascismo europeo. Volvió a China poco antes del ataque japonés y tras reconciliarse con Chiang Kai-shek ayudó al Kuomintang en su retirada a Chongqing y a resistir la invasión, pero considerando imposible la victoria, y al imperialismo occidental más peligroso que el japonés, pactó con los japoneses y presidió el “Gobierno Nacional Reformado de China” establecido por los japoneses en Nankín. Murió en Japón en 1944. Es considerado tanto en China como en Taiwán como un traidor.

        José Paciano Laurel, Presidente de Filipinas. Hijo de un funcionario del efímero gobierno independiente de Emilio Aguinaldo en 1897 - 1901. Se graduó de abogado en la Universidad de las Filipinas en 1915 y más tarde ser doctoró en la de Yale, llegando también a cursar estudios en Tokio. Fue miembro del Senado filipino en 1925 y de la Comisión Constitucional en 1935. Estuvo en contacto con los japoneses desde antes de la guerra y después de la misma fue encarcelado por el General MacArthur, pero fue liberado en 1948 por el nuevo gobierno independiente de Filipinas. Actualmente se le recuerda como un patriota y héroe nacional, al tiempo que su gobierno es reconocido como legítimo por los filipinos. Uno de sus hijos llegó a ser embajador en Japón.

        Subhas Chandra Bose, Jefe del Gobierno Provisional para la India Libre. Fue miembro y presidente del partido “Congreso Nacional Indio” y desde el comienzo abogó por la inmediata y plena independencia de la India, y no por la vía progresiva establecida en el Pacto Gandhi-Irwin. Esta postura lo llevó al exilio y a la cárcel. Pensaba que la vía de no violencia propugnada por Mohandas Gandhi nunca liberaría a India, por lo que las diferencias entre ambos aumentaron y Bose fundó un partido nuevo, acuñando su famoso lema: “Dame sangre y te daré tu libertad”. Al estallar la guerra, buscó apoyo para su causa en la Unión Soviética, la Alemania Nazi y Japón. Escapó de la India, llegó a la Unión Soviética a través de Afganistán, y tras no encontrar apoyo, marchó a Alemania, donde formó la “Legión India” con unos 4500 ex prisioneros de guerra indios capturados por el Afrika Korps. Esta Legión India marchó junto con el ejército alemán sobre la URSS entre 1941 y 1942, pero cuando la campaña se estancó, Bose decidió volver a Asia, escapando de Alemania en un submarino, siendo pasado a un submarino japonés frente al Cabo de Buena Esperanza y llevado a Japón. Al volver a Asia, reorganizó el Ejército Nacional Indio con ex prisioneros indios y apoyo japonés, para empezar la lucha en la frontera indo-birmana contra los británicos. Se cree que murió en un accidente aéreo en Taiwán en 1945, pero sus restos nunca fueron hallados, por lo que algunos afirman que fue apresado en secreto por los británicos o por los soviéticos. Se le recuerda en la India de hoy como un héroe, al mismo nivel de Mohandas Gandhi o Jawaharal Nehru.

         Zhang Jinghui, Primer Ministro de Manchukuo. Nativo de Manchuria, fue miembro del ejército imperial chino, sirvió con las fuerzas del señor de la guerra manchú Zhang Zuolin y con otros señores de la guerra enemigos del Kuomintang y  de su Expedición al Norte durante los años 20. Hacia 1931 conspiró con los señores de la guerra y con los japoneses para establecer el Estado de Manchukuo, del que llegó a ser Primer Ministro en 1935. Su pasividad ante los japoneses, que gobernaban el país mientras él leía textos budistas, le mereció el apodo de “Primer Ministro de Tofu”. Zhang permaneció en su puesto hasta que Manchuria fue ocupada por el ejército soviético, cuando fue encarcelado. Finalmente se le extraditó a China en 1950 y murió en prisión.

            Plaek Pibulsongkram, Primer Ministro de Tailandia. De ascendencia china, fue oficial de carrera del ejército y cursó estudios en Francia durante la Primera Guerra Mundial. En 1932 fue uno de los líderes del golpe de Estado que derrocó la monarquía absoluta y la reemplazó por una dictadura militar bajo el Rey, convirtiéndose en un líder político de primer orden. En 1938 llegó a Primer Ministro, estableciendo un régimen de corte fascista, con culto al líder, modernización acelerada y persecución a minorías étnicas e inmigrantes, como los chinos. En 1939 cambió el nombre del país de Siam a Tailandia, recalcando así el carácter nacionalista de su gobierno. En 1940 llevó a su país a una breve guerra con Francia y en 1941 alió a su país con Japón. Al finalizar la guerra, fue forzado a abandonar el país, sin embargo, volvió al poder en 1947 con apoyo occidental, pues pensaban que podía ser un firme aliado en la región contra la expansión del comunismo, hasta que en 1957 fue nuevamente derrocado, cuando partió a un nuevo exilio. Murió en Japón en 1964. Fue representado en Tokio por el Príncipe Wan Waitahayakon, experto diplomático tailandés.

            Todos ellos fueron recibidos por el Primer Ministro japonés Hideki Tojo, bien conocido por su ultranacionalismo y militarismo radicales, que llevaron al país a la catástrofe de la guerra. Aunque Tojo no era hombre de gran efusividad, dio grandes muestras de ella cuando recibió a los invitados, y pronunció un discurso muy emotivo que llamaba a la unión de Asia contra el imperialismo anglosajón. He aquí algunos fragmentos:

Como representante de la nación patrocinante, tengo el privilegio de extenderles los sinceros saludos del Gobierno japonés y hacer una declaración de sus puntos de vista…
Durante los siglos pasados, el Imperio Británico, a través del fraude y la agresión, adquirió vastos territorios a lo largo y ancho del mundo… …Por otra parte, Estados Unidos que, tomando ventaja del desorden y confusión en Europa, ha establecido su supremacía sobre las Américas, extiende sus tentáculos al Pacífico y Asia Oriental…
La necesidad de sostener la justicia internacional y de garantizar la paz mundial es habitualmente resaltada por Estados Unidos y Gran Bretaña. Ellos quieren decir ni más ni menos la preservación de un orden mundial basado en la división y conflicto en Europa y en la perpetuación de su explotación colonial de Asia…
La ambición angloamericana de hegemonía mundial es en efecto un azote para la humanidad y la raíz de los males del mundo... … El auge del poder y prestigio de Japón fue visto por Estados Unidos y Gran Bretaña con creciente disgusto. Ellos hicieron punto cardinal de su política para Asia Oriental, por un lado por una parte restringir a Japón en cada oportunidad y por otra, enemistarlo con los otros países de Asia Oriental…
Consciente de lo que el enemigo puede hacer, Japón está determinado a seguir, junto con las otras naciones de la Gran Asia Oriental, el camino de la justicia, a liberar la Gran Asia Oriental, de las cadenas de Estados Unidos y Gran Bretaña y, en cooperación con sus naciones vecinas, esforzarse por la reconstrucción y desarrollo de la Gran Asia Oriental…
La Guerra de la Gran Asia Oriental es verdaderamente una guerra para destruir el mal y hacer manifiesta la justicia. La nuestra es una causa recta. La justicia no conoce enemigo y nosotros estamos plenamente convencidos de nuestra victoria final. Gracias a las naciones de la Gran Asia Oriental por la cooperación incondicional que están prestando en esta guerra. Japón está firmemente determinado, mediante la colaboración con ellas y el fortalecimiento de la colaboración con sus aliados en Europa, a continuar con infatigable espíritu y con convicción de la segura victoria en esta guerra.”[3]

           En sí misma, la reunión en Tokio no tuvo nada destacado más allá de las declaraciones en papel. Los líderes invitados fueron más a escuchar las propuestas y directrices japonesas, a obedecerlas, y a solicitar ayuda para organizar sus respectivos gobiernos, que a proponer. El único punto de fricción fue cuando Subhas Chandra Bose argumentó decididamente que la India no pertenecía a Asia Oriental y que su presencia en la conferencia era como mero observador[4]. En esto, tuvo que darle la razón el premier japonés. Además, Bose fue bastante insistente al solicitar ayudar financiera y material para el Ejército Nacional Indio. Quizá Bose fue la voz más autónoma en Tokio, seguido de Laurel, quién fue renuente a declarar la guerra a Estados Unidos y Gran Bretaña, al menos al principio. En todo caso, la conferencia era un intento desesperado del Gobierno japonés para ganar el apoyo de las naciones asiáticas ocupadas y ver si podía invertir el curso actual de la guerra, que le era desfavorable. Esta realidad también la conocían los líderes invitados. Con todo, en Tokio se firmó una declaración que, aunque nunca pasó, ni probablemente pasaría jamás, de la teoría, tuvo un peso moral muy importante en Asia, de cara a la venidera lucha anti colonial que siguió a la Segunda Guerra Mundial. La declaración decía lo siguiente:

            Los Estados Unidos de América y el Imperio Británico en busca de su propia prosperidad han oprimido a otras naciones y pueblos. Especialmente en Asia Oriental, ellos se regodearon en la agresión y la explotación insaciable, trataron de satisfacer sus ambiciones desmedidas esclavizando toda la región, y finalmente amenazaron seriamente la estabilidad de Asia Oriental. Siendo estas las causas de la presente guerra.
            Los países de la Gran Asia Oriental, con el objetivo de contribuir a la causa de la paz mundial, emprenden la cooperación con la prosecución de la Guerra de la Gran Asia Oriental hasta su conclusión satisfactoria, liberando su región del yugo de la dominación británico-estadounidense, asegurando su existencia y autodefensa, y construyendo una Gran Asia Oriental en concordancia con los siguientes principios:
·       Los países de la Gran Asia Oriental a través de la cooperación mutua asegurarán la estabilidad de su región y construir un orden de común prosperidad y bienestar basado en la justicia.
·       Los países de la Gran Asia Oriental asegurarán la fraternidad de naciones en su región, mediante el respeto a la soberanía e independencia ajena y practicando la asistencia mutua y la amistad.
·       Los países de la Gran Asia Oriental mediante el respeto a las tradiciones ajenas y desarrollando las facultades creativas de cada raza, asegurarán la cultura y civilización de la Gran Asia Oriental.
·       Los países de la Gran Asia Oriental se esforzarán en acelerar su desarrollo económico mediante la estrecha cooperación sobre las bases de reciprocidad, promocionando así la prosperidad general de su región.
·       Los países de la Gran Asia Oriental cultivarán relaciones amistosas con todos los países del mundo, y trabajarán por la abolición de la discriminación racial, la promoción del intercambio cultural y la apertura de recursos a través del mundo, contribuyendo por lo tanto al progreso de la humanidad.

Tokio, 6 de noviembre de 1943”[5]

            Evidentemente tanto el discurso de Tojo como la declaración firmada aquel día en Tokio estaban diseñados para explotar en beneficio de Japón los sentimientos de rencor de los asiáticos hacia las potencias occidentales que los habían puesto bajo el yugo colonial, para encubrir y hacer olvidar los excesos japoneses en China y para darle una justificación moral a la guerra emprendida. La conferencia fue una extraña mezcla de idealismo y realismo, pues los ideales expresados por Tojo en su discurso estaban lejos de ser materializados por el gobierno japonés y lo expresado en la declaración final difícilmente podía ser realizado. Era casi imposible creer que Japón pudiera tratar a sus vecinos asiáticos como iguales cuando tenía ya tantas décadas maltratando a China; pero aún así, la Declaración de Tokio es lo más cerca que Japón estuvo de una declaración de principios y de objetivos en la guerra, como lo hicieron los Aliados con la Carta Atlántica[6]. Afirmar que tan dispuestos o no estaban los japoneses a darle un cumplimiento efectivo a esta declaración es caer en el terreno de lo especulativo, pero lo que sí es posible decir, es que la letra y el espíritu de la misma no pasó desapercibido para todos aquellos líderes de Asia que luchaba contra las metrópolis coloniales, y que innegablemente parte de ese espíritu llegó a los documentos surgidos de la lucha y el pensamiento colonial posterior a la Segunda Guerra Mundial.

4 – De Tokio a Bandung, el legado a los movimientos de descolonización en Asia

            Primeramente, debemos considerar que las reivindicaciones anti coloniales en Asia no terminaron con la derrota japonesa en 1945, al contrario, en la mayoría de los casos se recrudecieron. Mientras que la invasión japonesa a China debilitó al Kuomintang, y la invasión soviética de Manchuria y el norte de Corea fue de gran ayuda al Partido Comunista Chino, facilitando su victoria en la posterior guerra civil además de la consolidación del comunismo en Mongolia y la creación de la comunista Corea del Norte; la ebullición anti colonial no finalizó en el Sudeste Asiático. En Birmania, el jefe del Ejército Birmano Independiente, Aung San, que había sido colaborador de Ba Maw, contactó con los aliados y cambió de bando, fundando la Liga Anti-Fascista para la Libertad de los Pueblos. Pero una vez ganada la guerra y expulsados los japoneses, Aung San presionó al gobierno británico a que concediera la independencia del país, demanda que se hizo innegable ante la fuerza y decisión del ejército comandado por él. En 1948 Birmania alcanzó su independencia con Aung San como líder, mientras que su ejército quedó usando la marcha naval japonesa.

            En Filipinas, la república liderada por José Laurel fue hostigada por las guerrillas leales a Estados Unidos y luego aplastada por las fuerzas estadounidenses. Sin embargo, apenas volvieron los norteamericanos, las demandas por la independencia reiniciaron, y con más fuerza… Los norteamericanos se vieron obligados a concederle la independencia al país al año siguiente, y el nuevo gobierno liberó a Laurel en 1948. Laurel siguió activo en política hasta su muerte en 1959. En India, la independencia llegó en 1947 de forma pactada entre los hindúes, musulmanes y británicos, dando como resultado la creación de dos países: India y Pakistán, y la separación de Sri Lanka del antiguo Raj. Aunque la vía propuesta por Subhas Chandra Bose no llevó a la independencia, sino la llevada por Gandhi y Nehru, su memoria fue honrada en la India, y los primeros gobiernos del país desarrollaron una política de total apoyo a otros movimientos anti coloniales.

            Mientras que la conservadora Tailandia siguió regida por el dictador Pibulsongkram hasta los años 50 debido al escenario de la guerra fría, los japoneses dejaron dos incendios en el Sudeste Asiático: Indonesia e Indochina. En Indonesia, los japoneses habían apoyado y financiado al Partido Nacionalista Indonesio, dirigido por Sukarno, desde antes de la guerra, y si al país no se le permitió la independencia total, fue por la tajante negativa de la armada japonesa, que consideraba estratégico al archipiélago. Aún así, los nacionalistas indonesios recibieron una última ayuda indirecta de Japón en las grandes cantidades de material bélico abandonados por las tropas japonesas. Cuando los holandeses intentaron reocupar las islas, consiguieron una resistencia infernal e Indonesia obtuvo su independencia en…… Por otro lado, Indochina fue otro asunto; los japoneses ocuparon la zona en 1940 y combatieron contra guerrillas comunistas, pero antes de marcharse, en los últimos meses de la guerra, crearon tres efímeros estados dirigidos por los antiguos vasallos de Francia: el Reino de Camboya, el Reino de Laos y el Imperio de Vietnam. La efímera vida de estos Estados fue un aliciente más a los deseos de libertad de estos pueblos, que no estuvieron dispuestos de ninguna manera a volver a ser colonias de Francia. Fue el principio de las espantosas guerras en la región que llevaron a la intervención norteamericana, al triunfo final del Viet Minh y el surgimiento del Vietnam comunista, y al horro del Khmer Rojo en Camboya. En resumen, en todos los lugares a donde llegaron las fuerzas japonesas, el dominio colonial occidental, o su influencia política y económica, quedaron heridos de muerte.

            En 1955 llegó una conferencia de líderes asiáticos que, de alguna manera, recogió parte del espíritu de la Cumbre de Tokio: la Conferencia de Bandung. En Bandung, Indonesia, se reunieron los líderes de varias naciones asiáticas, destacando la presencia y liderazgo en la misma de Jawaharal Nehru y de Mohamed Sukarno, por no mencionar el de Mao Tse-Tung… Por primera vez, ¿o más bien segunda?, los líderes de Asia, tomando conciencia de los comunes sufrimientos y problemas que aquejaban a sus naciones, así como también de las comunes amenazas, se reunieron para sentar las bases de un movimiento de solidaridad e integración regional, que liberara a Asia de toda clase de imperialismo y de toda clase de dominio por parte de cualquier potencia; lo que a la vez sirvió de base para el posterior Movimiento de los Países No Alineados. Presentamos aquí los diez principios básicos establecidos en Bandung.

1. Respeto por los derechos fundamentales del hombre y para los fines y principios de la Carta de las Naciones Unidas.
2. Respeto para la soberanía y la integridad territorial de todas las naciones.
3. Reconocimiento de la igualdad de todas las razas y de todas las naciones, grandes y pequeñas.
4. Abstención de intervenciones o interferencia en los asuntos internos de otros países.
5. Respeto al derecho de toda nación a defenderse por sí sola o en colaboración con otros Estados, en conformidad con la Carta de las Naciones Unidas.
6. Abstención de participar en acuerdos de defensa colectiva con vistas a favorecer los intereses particulares de una de las grandes potencias. b) Abstención por parte de todo país a ejercitar presión sobre otros países.
7. Abstención de actos o de amenaza de agresión y del uso de la fuerza en los cotejos de la integridad territorial o de independencia política de cualquier país.
8. Composición de todas las vertientes internacionales con medios pacíficos, como tratados, conciliaciones, arbitraje o composición judicial, así como también con otros medios pacíficos, según la libre selección de las partes en conformidad con la Carta de las Naciones Unidas.
9. Promoción del interés y de la cooperación recíproca.
10. Respeto por la justicia y las obligaciones internacionales.

            Especialmente los puntos 2, 3 y 9 tienen una similitud directa con la Declaración de Tokio de 1943, mientras que el resto recoge, aunque con lógicas variaciones y ampliaciones, el espíritu de la misma. La idea principal de ambas conferencias fue la defensa, no sólo de la soberanía y autodeterminación de las naciones de Asia, sino también de su identidad, cultura y dignidad frente al imperialismo, sea este occidental (Declaración de Tokio), local o soviético-comunista (Principios de Bandung). Más curioso e interesante aún resulta este análisis cuando observamos que las naciones más protagónicas en Bandung fueron precisamente aquellas que ocuparon los japoneses y/o donde respaldaron grupos de liberación nacional o experimentos de Estados independientes, a saber: India, Indonesia, Birmania, Vietnam, China y Filipinas. Aunque parezca contradictorio, de la invasión y ocupación japonesa había surgido gobierno férreamente anti coloniales y panasiatistas dispuestos a terminar de liberar el continente del colonialismo, defenderlo del neocolonialismo y la división ideológica de la Guerra Fría, y llevar a la práctica las ideas que antes habían sido sólo teoría.

Conclusión

            La Conferencia de la Gran Asia Oriental, celebrada en Tokio en 1943, ha sido injustamente ignorada por la historiografía posterior, que ha servido sólo a los intereses de la coalición vencedora de la Segunda Guerra Mundial.

            Más allá del innegable imperialismo detrás de la idea de la “Esfera de Coprosperidad de la Gran Asia Oriental”, y del proyecto expansionista japonés, se esconde una verdad incómoda para Occidente: el Panasiatismo era una idea atractiva y moralmente correcta en su formulación original, no así en la desviación hecha por los militaristas japoneses, porque era una respuesta directa al colonialismo ejercido por la potencias occidentales desde el siglo XVI en algunos casos, y perseguía el sagrado derecho de cada nación a su libertad y autodeterminación.

            Por otra parte, se argumenta contra esta conferencia, que sólo fue una reunión de Estados satélites de Japón que no tenían legitimidad. Esto es, al menos, discutible; puesto que la auténtica legitimidad de un Estado no la puede decidir nada ni nadie más que el pueblo que lo sustenta. Es por tanto, imposible que las metrópolis coloniales como Estados Unidos, Reino Unido, Francia o los Países Bajos, reconocieran la voluntad de libertad de los pueblos subyugados manifestada en la creación de los efímeros gobiernos que participaron en la Cumbre de Tokio. Pero el no reconocimiento de las metrópolis no significa que esos gobiernos fueran ilegítimos sólo, ni menos aún se les puede considerar automáticamente fuera de la ley por apoyar a un país enemigo de sus metrópolis. País que, a su punto de vista, era una ayuda para alcanzar la independencia. Para resolver este asunto, es imprescindible tomar en cuenta que en estos países (India, y sobre todo Filipinas y Birmania), los gobiernos que participaron en la Cumbre de Tokio son considerados legítimos y que sus líderes no son considerados ni colaboracionistas con la ocupación japonesa ni fascistas, sino como líderes nacionales que usaron la oportunidad que la historia les dio para liberar sus patrias.

Aunque se pudiera reconocer sin mayor discusión que Manchukuo y el Gobierno Nacional Reformado de Nankín fueron títeres de Japón, existen algunos argumentos contra esa afirmación dogmática de la historiografía de los vencedores. En el caso de Mancukuo, tenemos que, al menos sobre el papel, ese Estado representaba al pueblo manchú, que durante siglos jamás se consideró chino a sí mismo ni fue considerado como tal por los chinos que vivían bajo la dinastía Qing (manchú); además de ser dirigido por un miembro de la dinastía que había regido a Manchuria desde antes de la conquista manchú de China en 1644. Obviamente el criterio del gobierno y la historiografía china varía; si se refieren a la dinastía manchú gobernando el país, lo hacen en términos de “domino extranjero”, mientras que en lo que se refiere al siglo XX, afirman que Manchuria, (y por efecto los manchúes), es parte de China. En el caso del Gobierno de Nankín, tenemos que indudablemente se trata de un régimen ilegítimo, y que además traicionó a la nación al colaborar con el invasor; sin embargo, con la Francia de Vichy, un ejemplo análogo al de la China de Nankín, el trato de la historiografía, y de los líderes de la época fue distinto, pues Roosevelt y Churchill fueron en un principio reacios a reconocer a la Francia Libre del General De Gaulle, y trataron de negociar con el régimen de Vichy… En efecto, la Francia de Vichy fue reconocida como el legítimo gobierno francés por mucho tiempo, mientras que la Francia Libre sólo obtuvo el reconocimiento total ya al final de la guerra. Esto muestra que entonces no es del todo sostenible la condena dogmática al régimen de Nankín, y mucho menos a la India Libre de Subhas Chandra Bose.

Para finalizar, se puede afirmar que, por irónico que parezca, la ideología del proyecto imperialista japonés dio impulso y forma, en gran medida, a las ideas que echaron abajo al colonialismo en Asia Oriental, el Sudeste Asiático y el Subcontinente Indio; mientras que los grupos nacionalistas que llevaron a cabo la liberación nacieron, en muchos casos, gracias a la ayuda japonesa, mientras que en otros casos, la propia invasión japonesa les fue útil al herir de muerte la presencia de las potencias coloniales en la región[7]. Es evidente pues que en lo que se refiere a la Guerra del Asia – Pacífico de 1937 – 1945 (nombre que nos resulta más útil que el de “Teatro Asiático de la Segunda Guerra Mundial”), el contraste entre “los buenos” (los Aliados) y “los malos” (el Eje), tan usado para el conflicto en Europa, no es nada útil, ya que en Asia los Aliados eran metrópolis coloniales que no ponían en práctica los principios democráticos que tenían por bandera, mientras que Japón, al menos en apariencia, defendió Asia de sus opresores coloniales.

Bibliografía

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Hemerografía

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Infografía



[1] Ibídem, pp. 170 - 171
[2] Ibídem, pp. 172
[3] Prime Minister Tojo´s Speech (octubre, 2010). Disponible en: http://ww2db.com/battle_spec.php?battle_id=70%20WW2DB:%20Greater%20East%20Asia%20Conference
[4] Ian Nish, Ob Cit., p. 173
[5] Joint Declaration of Greater East Asia Conference (octubre, 2010). Disponible en: http://ww2db.com/battle_spec.php?battle_id=70%20WW2DB:%20Greater%20East%20Asia%20Conference
[6] Ian Nish, Ob. Cit., p. 174
[7] Casals Xavier. “La Guerra más salvaje. La invasión japonesa de China” en Clío Historia, Número 101, Año IX, p. 41


[1]  Payne, Robert. Chiang Kai-Chek, pp. 204 - 207
[2] Nish, Ian. Japanese Foreign Policy in the Interwar Period, p. 170
[3] Ibídem, p. 171


[1] Véase Shimazu, Naoko. Japan, Race and Equality. The racial equality proposal of 1919
[2] Véase Goldstein, Erik. The Washington Conference, 1921-22: Naval Rivalry, East Asian Stability and the Road to Pearl Harbor, Londres, Frank Cass, 1994
[3]Elliot, Julián. “Japón, 1936. Un Golpe de Estado fallido” en Historia y Vida, Número 468, Año XXXVIII, pp. 14 - 17

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