El militarismo japonés (1920 – 1945). Orígenes y peculiaridades
Introducción
Cartel de propaganda japonés de la Segunda Guerra Mundial |
Entendiendo el
militarismo como la preponderancia o hegemonía de los militares, o del pensamiento
militar, en la política de un Estado, podemos encontrar en la historia muchos
ejemplos del mismo, tan dispares entre sí como la antigua Asiria, el Imperio
Romano o la Alemania Nazi. Para muchos expertos en temas militares existe
además una diferencia entre “militarismo” y “pretorianismo”, siendo el primero
un régimen donde los militares imponen su espíritu e ideas al conjunto de la
sociedad y la movilizan para la guerra (como Asiria, Roma o incluso el Imperio
Azteca), y siendo el segundo un régimen donde los militares que ejercen el
poder no alteran demasiado el orden de la sociedad, sino que las fuerzas
armadas se convierten en un cuasi partido político que gobierna para sí, es
decir un “gobierno de los militares, por los militares, para los militares”, en
este caso encajan las dictaduras latinoamericanas de la segunda mitad del siglo
XX.
Con una definición tan
elástica, bien podríamos encontrar ejemplos de militarismo en regímenes de
derecha (como el de Pinochet en Chile) o de izquierda (como Corea del Norte),
pero quizá el común denominador de todo régimen y pensamiento militarista es el
discurso y pensamiento nacionalista radical. Discurso y pensamiento que llegó a
su máxima expresión con los regímenes del Eje en la Segunda Guerra Mundial, de
los cuales el japonés es el menos estudiado. Mientras que el nacionalsocialismo
alemán y el fascismo italiano han sido muy estudiados y son bien entendidos en
Occidente, el pensamiento ultranacionalista japonés de aquella época ni
siquiera recibe un nombre oficial, siendo a menudo llamado “fascismo japonés”,
“ultranacionalismo japonés”, “shintoísmo estatal”… y dando lugar a encendidos
debates sobre sí el Japón de los años 30 y 40 fue o no fascista. Más allá de
caer en ese debate, estudiaremos aquí las particularidades del militarismo
desarrollado en Japón en aquella época.
Es necesario explicar
que tal como ocurrió con los regímenes de la Alemania Nazi y de la Italia
Fascista, el militarismo desarrollado en el Japón Imperial está estrechamente
ligado a un conjunto de ideas de carácter ultranacionalista, imperialista,
racista y religioso, que hunde sus raíces en lo más profundo de la historia y
cultura japonesas, siendo expresión de ellas. Se hace necesario también
explicar, brevemente, el proceso histórico vivido por Japón desde mediados del
siglo XIX hasta los años 30 del siglo XX.
Japón alcanzó su
verdadera unificación política y su formación como Estado moderno hacia 1868,
cuando los clanes feudales de Choshu y Satsuma ganaron la llamada Guerra Boshín
y pusieron fin al régimen del Shogunato Tokugawa para devolverle el poder al
Emperador, en lo que se conoce como Restauración Meijí. Este acontecimiento se
originó en la serie de perturbaciones políticas, económicas y sociales que se
dieron en Japón a raíz de la forzada apertura del país al comercio
internacional con la llegada del comodoro norteamericano Matthew Perry en 1853.
La Restauración Meijí no sólo llegó a ser un cambio de régimen, sino que acabó
transformando por completo la sociedad japonesa; para 1890 Japón ya era una
monarquía constitucional inspirada en el sistema monárquico alemán y en el
parlamentarismo británico, para la misma época tenía una densa red ferroviaria
en plena expansión, así como también una acelerada industrialización y una
rapidísima modernización de las fuerzas armadas. Para 1895 Japón vencía a China
y en 1905 a Rusia en par de guerras que supusieron la entrada del país al club
de las grandes potencias. En 1914 Japón entró a la Primera Guerra Mundial del
lado de Gran Bretaña, su aliada desde 1902, y obtuvo las posesiones alemanas en
el Pacífico y China. Parecía que Japón no tenía obstáculos en su carrera hacia
el estatus de gran potencia mundial, pero la desconfianza británica y
estadounidense, la crisis económica del 29, la poca consolidación del sistema
político liberal y la permanencia de las viejas ideas de la era feudal llevaron
al país por la senda del militarismo ultranacionalista.
En efecto, a la
transformación política, económica y social no se correspondió a una en el
plano de las ideas. La acelerada transformación japonesa impidió la formación
de una verdadera clase burguesa, los antiguos nobles y samuráis se volvieron
empresarios y altos funcionarios casi de la noche a la mañana. Además, el
sistema político japonés careció desde el principio de una clara delimitación
de funciones, dando como resultado una compleja estructura de poder, donde el
mando real del Gobierno era ejercido por el Emperador, los consejeros de la
Corte (el Genro), los grandes zaibatsu (especie de trust empresariales),
los militares y las sociedades secretas. Este peculiar sistema de poder
efectivo paralelo a la Constitución debilitó al sistema parlamentario desde el
principio, pues las fuerzas armadas no estaban bajo el mando del Primer
Ministro o la Dieta (parlamento japonés), sino del Emperador; además que les
impidió a los políticos de corte liberal llevar a cabo su programa político a
cabalidad. Aunque en 1925 se logró establecer el voto universal masculino y
estaba en marcha un modesto sistema parlamentario basado en los partidos,
pronto los fracasos en política exterior, la creciente desigualdad económica,
las necesidades de expansión en los mercados y la propia debilidad de los
partidos, permitió que poco a poco los militares fueran tomando el poder en
Japón, hasta militarizar el país por completo. Veamos este proceso
detenidamente.
Desarrollo y
evolución del militarismo japonés
Desde que el Emperador
dejó de ser una figura de poder, y el mismo fue tomado por la aristocracia
guerrera hacia el siglo XII, Japón estuvo marcado por la guerra y los valores
guerreros como toda sociedad feudal. La aristocracia guerrera y terrateniente
fue desarrollando en su seno una casta militar llamada bushi o guerreros, más conocida por el nombre que los miembros de las
demás castas le dieron: samuráis, que viene de la palabra japonesa saburau, que significa servir. Con el
correr de los siglos, estos samurái se convirtieron en el pilar del poder de
los daimyo o nobles terratenientes, a
la par que desarrollaban su peculiar código moral: el bushido o “camino del guerrero”. Este peculiar código tiene sus
raíces en el taoísmo, el confucianismo, el budismo zen y el shintoísmo. Además
de predicar las siete virtudes de la rectitud, el coraje, la benevolencia, el
respeto, la honestidad, el honor y la lealtad, el bushido implicaba un radical
desprecio por la muerte y desapego a la vida. Los samuráis ofrendaban su vida a
su señor feudal, iban a la batalla sin esperar sobrevivir, y ante el deshonor
de la derrota o la muerte de su señor, era común que llevaran a cabo el sepukku o harakiri, un complejo suicido ritual. Aunque el auge de los samurái
fue el siglo XVI durante el sengokujidai
(literalmente “época del país en guerra”), serie de guerras civiles de
unificación nacional previas a la instauración del Shogunato Tokugawa, los
ideales samurái siguieron muy vivos incluso después de la Restauración Meijí de
1868[1].
Saigo Takamori |
Durante la era
Tokugawa, la Escuela del Aprendizaje Nacional desarrolló un nacionalismo
radical basado en el culto al Emperador, los dioses nacionales y el bushido que
de alguna manera fue el origen del militarismo nacionalista posterior[2].
Cuando los partidarios del Emperador estaban en camino a triunfar sobre el Shogun,
la consigna era modernizar al país, lograr la anulación de los tratados
comerciales desiguales que Occidente había impuesto a Japón y expulsar a los
extranjeros, por lo que el papel del militarismo nacionalista fue preponderante
desde el comienzo de este proceso. Ya durante la era Meijí, cuando el edicto imperial
de 1876 (Edicto Haitorei) prohibió a los antiguos samurái portar espadas,
muchos de estos se unieron a la rebelión de Saigo Takamori, “el último
samurái”, que estalló en 1877 y buscó restaurar ese y otros derechos de los
nobles y samuráis. Esa rebelión bien pudiera considerarse el inicio del
militarismo en el Japón moderno, pues Takamori lideraba una facción que ya en
aquella época pedía la expansión territorial a través de Corea y China y
defendía la hegemonía de los militares en el gobierno. Las posteriores
sociedades secretas ultranacionalistas y militaristas se inspiraron pues, en
cierta forma, en Takamori.
Emperador Taisho (Yoshihito) |
A comienzos del siglo
XX, tras las victorias de Japón sobre China y Rusia, el país es una potencia en
auge, con una poderosa clase empresarial e industrial, donde el sistema
político liberal empieza a solidificarse, pero donde también aparecen nuevas
contradicciones sociales y se desarrollan nuevas corrientes de pensamiento. En
1912 el Emperador Meijí (Mutsuhito) murió y subió al trono el enfermo Emperador
Taisho (Yoshihito)
bajo cuyo reinado Japón comenzó un interesante proceso de
democratización progresiva, pero también de apoderamiento del Estado por parte
de los grandes zaibatsu, de creciente desigualdad y malestar social, y de
choques con Occidente; como el rechazo de Gran Bretaña y Estados Unidos a la
propuesta japonesa de igualdad racial en la Sociedad de Naciones en 1919 o la
tasa desigual de limitación de armamento en la Conferencia Naval de Washington
de 1922. Justamente por estos años el militar y pensador Kita Ikki, considerado
el “padre del fascismo japonés”,[3]
comienza a desarrollar sus ideas militaristas y fascistas, llegando a proponer
en 1919 una “restauración” que con el próximo Emperador, el entonces príncipe
Hirohito, estableciera un nuevo Shogunato o dictadura militar que
Ikki Kita, padre del fascismo japonés |
gobernara en
nombre del Emperador y uniera al país librándolo de ideas peligrosas y
conflictos sociales[4].
Kita Ikki, junto con otros importantes líderes militares, como Sadao Araki,
fundó en los años 20 la facción Kodoha[5] o Vía Imperial, un
grupo ultranacionalista y con ideas socialistas agrarias, que quizá fue la más
importante de todas las sociedades secretas de su tipo. Destacan también la
Sociedad del Río Amur o Sociedad del Dragón Negro, que buscaba la expansión de
Japón en la Siberia Soviética y Manchuria; la Liga de la Hermandad de la
Sangre, fundada por Inoue Nisho, que buscaba reformas gubernamentales mediante
el asesinato; la Sociedad de Una Noche y la Sociedad del Cerezo, fundadas ambas
entre 1929 y 1930 por militares de alto rango, cómo Hideki Tojo, que llegaron
al poder más tarde, y que buscaban la instauración de un régimen militar.
Tampoco se puede dejar de mencionar a la facción militar Toseiha, enemiga jurada de Kodoha, al ser más moderada pero con los
mismos objetivos básicos.
Sadao Araki |
Con la actividad de
estas sociedades secretas, los graves problemas económicos y sociales que Japón
sufrió entre los años 20 y 30, el auge de ideas como el socialismo, el
anarquismo y el feminismo, unido a la debilidad de los políticos liberales y
las vaguedades del sistema político, Japón se fue precipitando por el camino
del desastre. El sistema político japonés presentaba en los años 20 una
peculiar estructura. Aunque formalmente era una monarquía constitucional, el poder
de la Dieta nunca fue real, ya que ni siquiera tenía la última decisión en el
presupuesto anual, además, el poder real era ejercido desde la Restauración
Meijí por el Genro, grupo extra
constitucional de consejeros del Emperador que en muchas ocasiones elegían a su
gusto al Primer Ministro y que se rotaban en el poder; aunque para los años 20
y 30 sólo quedaban vivos o en capacidad de gobernar muy pocos de ellos[6], por
lo que se generó un vacío de poder al estar muy enfermo el Emperador Taisho
(Yoshihito) y ser controlado por los militares el Emperador Showa (Hirohito).
Por otra parte, estaban las fuerzas armadas, que desde el Ministerio de Guerra
y el Ministerio de la Armada buscaron someter al Gobierno a sus exigencias, y
luego conquistarlo para sí. El ejército y la armada se tomaron el derecho de
elegir a sus propios ministros, y cuando no estaban de acuerdo con el Primer
Ministro o el Gabinete, rompían el consenso y forzaban la disolución del
Gobierno. Así, en los años 20 e inicios de los 30, los militares forzaron la
caída de muchos gabinetes y fueron controlando el Gobierno ante la pasividad
del Emperador, el único ante quién la Constitución les obligaba a responder.
Esto a la par que las sociedades secretas y facciones militares hacían del
asesinato político una rutina.
Emperador Showa (Hirohito) |
Esta búsqueda del poder
por los militares se debió a varios factores: el primero, el presupuesto. Tanto
el ejército como la armada tenían sus propios intereses, proyectos y objetivos,
por lo que debían asegurarse un financiamiento estable y acorde a sus
exigencias. El ejército tenía el proyecto de la “Expansión por el Norte”, que
implicaba una expansión territorial por el norte de China, Manchuria y Siberia,
a fin de darle a Japón más recursos, espacio para su creciente población y librarlo
del peligro comunista de la URSS. Para ello requería una cantidad enorme de
soldados y armas. Por su parte la armada tenía el proyecto de la “Expansión por
el Sur” que implicaba una expansión territorial hacia el sur de China, el
Sudeste Asiático y el Pacífico, teniendo como principales enemigos a Estados
Unidos y Gran Bretaña, por lo que requería una ampliación significativa a fin
de mantener cierta paridad con sus rivales anglosajones.
Pero las motivaciones
de los militares para presionar al Gobierno no eran sólo presupuestarias, lo
que sería simple pretorianismo y no militarismo, sino también sociales,
económicas y, obviamente, ideológicas. La actitud conciliadora en política
exterior que llevó a Japón a aceptar una cuota muy inferior de armamento naval
en los tratados de Washington y Londres frente a Estados Unidos y Gran Bretaña,
les dio a los militares y nacionalistas exaltados de toda clase, la excusa
perfecta para socavar al régimen incipientemente democrático que existía. Los
militares, que ya en esta época no eran descendientes de nobles feudales sino
hijos de familias campesinas, además denunciaban la precaria situación del
campesinado, la avaricia y corrupción de los burgueses en complicidad con los
políticos liberales. Estos líderes militares no sólo buscaban el poder como un
fin en sí mismo, sino que estaban convencidos de tener la razón, de ser los
salvadores de la patria al ser los depositarios del espíritu samurái y de los
más antiguos valores nacionales, en contraste con unos políticos liberales y
empresarios demasiado occidentalizados, corruptos e indiferentes a las
humillaciones sufridas por la nación en lo externo y a la lamentable situación
de los campesinos en lo interno.
Bien pudiéramos
considerar al año 1931 como el que marcó un antes y un después en el desarrollo
del militarismo nipón y en el camino de los militares hacia el poder. Ese año
los militares emprendieron una acción armada en el exterior sin consentimiento
ni aprobación del Primer Ministro o la Dieta y ante el ambiguo silencio del
Emperador; esa acción fue el llamado “Incidente de Manchuria”. Desde 1927 el
Kuomintang (Partido Nacionalista Chino) liderado por Chiang Kai-shek venía
desarrollando la llamada Expedición al Norte, que buscaba unificar China bajo
el control del partido y arrebatarles el poder a los señores de la guerra del
norte, incluida Manchuria. Desde el final de la guerra ruso – japonesa, habían
tropas niponas estacionadas en Manchuria para defender los ferrocarriles
administrados por los japoneses y los intereses mineros, industriales y
financieros de Japón. Entre las fuerzas japonesas acantonadas en Manchuria
destacaba el Ejército de Kwantung, una unidad de élite cuyos mandos eran
líderes de las principales sociedades secretas ultranacionalistas. Estos militares
estaban convencidos de que Manchuria era vital para la economía japonesa, pues
debía aportar las materias primas necesarias para industria nipona y absorber
sus manufacturas, además de ser una excelente plataforma para emprender la
conquista de todo el continente al dominar las rutas ferroviarias entre China,
Mongolia y la URSS. Para 1931 el Kuomintang había logrado unir prácticamente
toda China e incluso el señor de la guerra Zhang Xueliang, hombre fuerte de Manchuria
e hijo de Zhang Zuolin, antiguo señor de la guerra fiel a Japón que fue
asesinado por los nipones en 1928 cuando se puso del lado del Kuomintang, se
rindió a la autoridad de Chiang Kai-shek; por lo que el Ejército de Kwantung se
puso en alarma. El 18 de septiembre de 1931 el Ferrocarril del Sur de
Manchuria, administrado por Japón, recibió un atentado con bomba que fue usado
como casus belli por los japoneses,
que ocuparon la región rápidamente, y sin atender a las negativas del gobierno
de Tokio. Hoy en día es casi unánimemente aceptado que fueron los mismos
japoneses los que volaron las vías del ferrocarril. Los acontecimientos se
sucedieron velozmente, los japoneses crearon un Estado títere: Manchukuo, al
frente del cual colocaron a Puyi, el último emperador de China. La ocupación de
Manchuria le valió a Japón la condena internacional y poco después se retiró de
la Sociedad de Naciones[7].
A partir del incidente
manchuriano, la influencia de los militares en el Gobierno japonés se hizo
indetenible, esto en un marco donde los asesinatos políticos, incluso de
primeros ministros, se hicieron rutina. Al no ser detenidos por el Emperador ni
hallar una oposición seria por parte del parlamento y los políticos liberales,
los militares se dieron cuenta de que el país era virtualmente suyo. Al inicio
comenzaron a imponer a los ministros de guerra y de armada que más le convenían
a las cúpulas ultranacionalistas de ambas fuerzas, luego torpedeaban los
gabinetes que no complacían sus exigencias con el método de la renuncia de los
ministros de ejército y armada, lo que provocaba la caída del gabinete y la
consiguiente renuncia del Primer Ministro en cuestión. Estos métodos por sí
solos fueron suficientes para que los militares pertenecientes a las facciones
radicales tomaran el control del país ante la pasividad del Emperador y tras la
sombra del gobierno civil legítimo, pero en 1936 llegó otro episodio que marcó
el ascenso de los militares al poder: el Incidente del 26 de Febrero. El 26 de
febrero de 1936 un grupo de oficiales medios del Ejército Imperial
pertenecientes a la facción Kodoha y liderados por el capitán Kiyosada Koda
desplegaron más de mil soldados en la ciudad de Tokio, teniendo como blancos al
Primer Ministro Keisuke Okada, al Ministro de Finanzas, el Señor Guardián del
Sello Imperial, el Gran Chambelan Kantaro Suzuki, al Inspector General de
Educación Militar, y al Conde Makino Nobuaki y al Príncipe Kinmochi Saionji, el
último Genro. Nobuaki y Saionji eran dos de los consejeros más importantes del
Emperador Showa (Hirohito) y duros defensores de la democracia liberal. El
objetivo último de los golpistas era remodelar de golpe el Gobierno mediante
asesinatos selectivos, eliminar a la facción Toseiha y lograr la aprobación del
Emperador para establecer una dictadura militar al estilo alemán o italiano. Al
no lograr el beneplácito de Hirohito, los golpistas tuvieron que rendirse al
tercer día, siendo amnistiados los soldados rasos y ejecutados u obligados al
sepukku los oficiales implicados. También se condenó a muerte al pensador Kita
Ikki, acusado de ser el inspirador del alzamiento, pero no se profundizó en las
investigaciones, acaso por la simpatía que los sublevados despertaron entre el
alto mando. Tampoco es claro hasta el día de hoy quién fue el máximo líder de
la rebelión, llegándose incluso a sospechar del Príncipe Chichibu Yasuhito,
hermano menor del Emperador. Otras fuentes señalan incluso al propio Hirohito,
aunque esto último sería inconsistente con su orden de sofocar el
levantamiento.[8]
Uno de los puntos más
interesantes del Incidente del 26 de Febrero, además del misterio que lo rodea,
fue que aunque los golpistas de la facción Kodoha fueron derrotados su agenda
política terminó imponiéndose. En efecto, ese mismo año Japón firmó con la
Alemania Nazi el Pacto Anti Komintern, estrechando así los lazos con las
potencias fascistas de Europa y marcando su oposición a la URSS, Estados Unidos
y el Imperio Británico. Además de eso, los golpes de Estado y la presión de los
militares sobre el Gobierno fue en aumento, los siguientes hombres que ocuparon
el puesto de Primer Ministro fueron militares o civiles que contaban con la
aprobación del ejército y la armada e incluso la moderada facción Toseiha,
terminó recogiendo buena parte de los objetivos políticos de Kodoha. La
política interna de Japón estuvo marcada por una anulación cada vez más marcada
de la Dieta y los partidos políticos, así como una creciente represión a
cualquier disidencia y una progresiva movilización de la sociedad en términos
políticos, económicos y culturales con miras a la guerra total con Occidente,
que ya a estas alturas se pensaba cómo inevitable. En cuanto a la política
externa, estuvo marcada por una creciente tensión con Estados Unidos y Gran
Bretaña, y una mayor agresividad hacia China, que llegó a su punto culminante
en 1937 cuando un incidente, el llamado Incidente del Puente de Marco Polo,
degeneró en una invasión japonesa a China a gran escala que le granjeó a Japón
la total hostilidad de las potencias occidentales, dándole estas su ayuda a
China. En 1940 Japón le impuso a la Francia de Vichy la ocupación de Indochina
para cercar a China, lo que provocó que Estados Unidos, el Imperio Británico y
los Países Bajos impusieran sobre Japón un embargo petrolero que terminó
empujando al país nipón al ataque a Pearl Harbor y la esperada guerra total
contra las potencias anglosajonas. Fue el clímax del militarismo japonés.
Si la guerra que se
venía desarrollando con China desde 1937 era una guerra todavía lejana para la
mayoría del pueblo japonés, una guerra al otro lado del mar que no podía
amenazar la supervivencia del país o del régimen, y que si acaso era recordada
cuando llegaban a casa los cada vez más muertos, mutilados y heridos, la guerra
emprendida en 1941 contra Estados Unidos y el Imperio Británico era total y
requería así mismo la completa movilización de la población, por lo que la
imposición de los militares se sintió incluso en la vida cotidiana. La música
de origen occidental como el jazz, tan popular en el Japón de entonces, fue
prohibida y reemplazada con marchas militares, las calles quedaron tapizadas de
propaganda, las mujeres con ropa de tipo occidental o con el cabello rizado
eran señaladas e incluso agredidas, se impuso un vestido único nacional, tanto
para hombres como para mujeres, inspirado en el militar y que estaba en
consonancia con la austeridad y sacrificio nacional para ganar la guerra. Así
mismo fue proscrito el beisbol, que ya entonces era el deporte más popular en
Japón después del sumo. Durante la guerra el control del país por parte de los
militares fue absoluto, poder que no sólo fue ejercido mediante la coacción,
sino mediante la persuasión y la ideologización, como se hace evidente con el
caso de los pilotos suicidas o kamikaze, que en su mayoría eran jóvenes
universitarios que voluntaria, y ansiosamente, ofrecían sus vidas con tal de
salvar a su país de la invasión extranjera. También es necesario destacar que
para finales de 1945, en la víspera de las dos bombas atómicas, la población
japonesa había sido movilizada y preparada totalmente para resistir al enemigo,
contando el país con todo tipo de armas y recursos, desde novedosos aviones a
reacción hasta lanchas suicidas, torpedos humanos y grupos de campesinos
armados incluso con sólo simples lanzas de bambú. Evidentemente pues, los
militares ultranacionalistas japoneses lograron de forma excepcional transmitir
su ideología y espíritu al grueso de la población, logrando que todo el país
estuviera, verdaderamente, en pie de guerra.
Principales
características del “militarismo fascista” japonés
Es imposible separar al
militarismo japonés, o sea al movimiento político dentro de las fuerzas armadas
niponas que buscó colocar a los militares en el poder, de la ideología política
más amplia en la que este se sustentaba; una ideología poco estudiada en
Latinoamérica y sin un nombre universalmente aceptado, llamada a veces
“fascismo japonés” o “ultranacionalismo japonés”. Independientemente del nombre
que reciba dicho conjunto de ideas y de la controversia de si el mismo fue o no
fascista, resulta fundamental estudiar sus rasgos principales para entender el
militarismo nipón de los años 30 y 40.
Como primera
característica, la más importante, el eje del ultranacionalismo japonés;
tenemos la idea de la divinidad del Emperador. Según la más antigua mitología
japonesa, la familia imperial es descendiente directa de la diosa sol
Amateratsu, que además de ser una las deidades más importantes del panteón
japonés, es la diosa protectora del país. Así pues, tenemos que según la
mitología y la tradición, el Emperador japonés no es un monarca absoluto por
derecho divino como los monarcas europeos del Antiguo Régimen, sino un dios
viviente, tal como los emperadores incas o los faraones egipcios. Evidentemente
tal concepto era en realidad incompatible con una monarquía constitucional y un
sistema parlamentarios como los que se quisieron imponer en Japón desde finales
del siglo XIX. Además de dios viviente, el Emperador japonés era también, y
sigue siéndolo hoy en día, el jefe supremo de la religión nacional: el
shintoísmo; por lo que la idea del Emperador como dios viviente y su
consecuente culto han sido denominados como “Shintoísmo Estatal”, pues el culto
imperial se convirtió en una religión o culto de Estado[1]. En efecto, la constitución
japonesa de 1889 establecía el carácter sagrado e inviolable del Emperador, los
niños en las escuelas aprendían desde muy pequeños que el Emperador era el hijo
de la diosa Amateratsu, un dios viviente y padre de la nación. Es interesante
que una idea como esa estuviera vigente y en plena práctica ya bien entrado el
siglo XX. Curiosamente, la idea de que el Emperador fuera un dios viviente no
era concebida por los militares de forma que el monarca tuviera que gobernar
directamente, más bien pensaban en su papel como símbolo nacional y sumo
sacerdote, quedando entonces en los militares la tediosa tarea del gobierno del
día a día, es decir, la idea de la divinidad del Emperador terminaba llevando a
los militaristas a la de restablecer en la práctica el shogunato.
Si la idea de la
divinidad imperial puede ser confusa y contradictoria, la del sentimiento
panasiático lo es aún más. Ciertamente desde el siglo XIX muchos intelectuales
y pensadores japoneses sintieron afinidad y simpatía por los pueblos de Asia
que habían sido conquistados y colonizados por los occidentales; también es
cierto que muchos líderes nacionalistas y anti colonialistas estudiaron en
Japón entre los siglos XIX y XX, recibiendo ayuda de particulares japoneses;
pero ese sentimiento de afinidad de Japón con los demás pueblos asiáticos quedó
prontamente dañado cuando Japón entró en guerra con China en 1894 y luego con
Rusia en 1904 para expandir sus fronteras, convirtiéndose así en un país
imperialista más en el escenario asiático. A partir de este momento el pensamiento
panasiático en Japón se vuelve ambivalente; si por un lado se critica al
imperialismo occidental y se busca la unión de todos los pueblos de Asia contra
el enemigo blanco, por el otro se insiste que esa unión debe darse bajo el
liderazgo de Japón debido a su superioridad y se sueña cada vez más en
convertir el Lejano Oriente y el Pacífico en un gran imperio japonés. En este
sentido, surgen los proyectos paralelos de expansión hacia el norte y hacia el
sur, defendidos por el ejército y la armada respectivamente, como se explicó
más arriba. Sin embargo, es necesario mencionar otro proyecto de dominación
japonesa basada en el panasiatismo: la “Esfera de Coprosperidad de la Gran Asia
Oriental”, basada en la llamada Doctrina Amau, desarrollada a partir de la
Doctrina Monroe estadounidense y que se sustentaba en el slogan “Asia para los
asiáticos”. La Esfera de Coprosperidad de la Gran Asia Oriental fue expuesta
oficialmente por el Primer Ministro Fumimaro Konoe en 1940, siendo pensada como
un proyecto de integración política, económica y cultural en el ámbito de Asia
Oriental, el subcontinente indio y el Sudeste Asiático. Incluso se llegó a
proyectar un llamado “Bloque del Yen”, en el que todas las naciones del área
llegarían a unirse monetariamente con Japón. Lo más cerca que estuvo de
materializarse dicha Esfera de Coprosperidad fue la Cumbre de Tokio de 1943[2], en
la que líderes de Manchukuo, China, Tailandia, India, Birmania y Filipinas se
reunieron con el Primer Ministro Hideki Tojo para comprometerse moral y
materialmente con Japón en el esfuerzo de la guerra. El panasiatismo es quizá
la parte más controversial del pensamiento militarista y ultranacionalista
japonés de aquella época, porque mientras que unos lo han visto como un mero
instrumento de dominación regional[3],
otros han defendido su propuesta anti colonial y anti occidental, a la vez que
reconocen su papel en la descolonización de Asia.
Otro rasgo importante
del pensamiento militarista japonés de los años 20, 30 y 40 fue el social,
aunque tampoco ha sido muy estudiado. Es necesario explicar la transformación
de tipo social que fue sufriendo el ejército y la armada japoneses a comienzos
del siglo XX. Mientras que a nivel gubernamental se dio un importante cambio
generacional entre los años 10 y 20, en las fuerzas armadas ocurrió algo
análogo. Mientras que a finales del siglo XIX los altos mandos estaban en manos
de altos nobles y samuráis de los clanes Choshu y Satsuma, para los años 20 una
nueva generación de oficiales fue ascendiendo en el Ejército como en la Armada;
se trataba en su mayoría de oficiales de origen plebeyo y campesino, no muy
diferentes a los soldados que tenían a su cargo. Su origen, así como sus
lecturas y preparación, además de su visión cercana de cómo los políticos liberales
eran casi simples marionetas de los empresarios y grupos financieros, la
creciente desigualdad social y la situación cada vez más desesperada del
campesinado, hizo que estos líderes militares desarrollaran una peculiar
sensibilidad social[4], un
odio acérrimo a la clase burguesa y a las refinadas costumbres y maneras
venidas de Occidente que la clase acomodada estaba adoptando. Tal como el
nacionalsocialismo en Alemania y el fascismo en Italia, el ultranacionalismo de
los militares japoneses tenía un fuerte contenido social aunque, por extraño
que parezca, estos predicaban un rabioso anticomunismo y una gran hostilidad y
recelo hacia las ideas socialistas. Justamente, la crisis económica y social
del campesinado y el proletariado japoneses en los años 20 y 30 fue lo que
empujó a los militares radicales a la acción, pues se convencieron de que no
sólo eran los depositarios de la tradición nacional, sino auténticos salvadores
de la nación ante políticos corruptos y burgueses occidentalizados,
explotadores y sin patriotismo. Algunos militares radicales, especialmente los
de la facción Kodoha, pretendían llevar a cabo una reforma agraria y mejorar
sustancialmente la situación del campesinado, de hecho, se planteaban la
conquista de Asia como un medio para aliviar la situación del campo en Japón.
Por su parte, la facción Toseiha era mucho más conservadora y moderada en este
punto, siendo casi indiferente a la situación de obreros y campesinos y
llegando a pactar con los zaibatsu. Tenemos entonces que el pensamiento
vagamente socialista y agrarista del militarismo japonés varió según la
facción, pero que, en todo caso, estuvo presente.
Finalmente, tenemos
entre las características principales del militarismo japonés, la rígida
observancia del bushido, o camino del guerrero, el código ético de los samurái.
Las facciones radicales que hicieron vida en el ejército y la armada, siempre
consideraron que los problemas del Japón de su época respondían a la decadencia
moral de los gobernantes, la burguesía y gran parte del pueblo llano. Por eso,
al considerarse a sí mismos como herederos directos de los samurái y guardianes
de las tradiciones, los militares ultranacionalistas vieron en el bushido la
única respuesta ante la crisis moral que observaban en el país. Es decir, combatirían
el decadente pensamiento extranjero con lo más puro de la tradición japonesa.
En prácticamente todas las acciones de los oficiales, soldados y marineros de
las fuerzas armadas niponas, antes y durante la guerra, se siente la poderosa
influencia del bushido. El desprecio hacia los prisioneros de guerra, la
negación absoluta a rendirse, el suicidio ritual, los ataques suicidas en
tierra, mar y aire, y la propaganda vertida sobre la población civil, en la que
se le pedía al pueblo japonés un sacrificio absoluto por la victoria nacional,
fueron inspirados y condicionados por el bushido; aunque también es necesario
explicar que los militares radicales japoneses a menudo interpretaron a su
manera el código samurái. El bushido nunca fue un código único ni mucho menos,
si una mentalidad, un paradigma de vida forjado a lo largo de siglos, y acerca
del cual reflexionaron muchos autores. En todo caso, el inicio del bushido
dentro del pensamiento de las modernas fuerzas armadas imperiales japonesas lo
podemos situar en el Reescrito Imperial a los Soldados y Marineros de 1882[5].
Este documento le pedía al militar por encima de todo; lealtad, obediencia,
valor, rectitud y determinación en su objetivo. Más que una rígida observancia
del bushido, los militares ultranacionalistas de aquel entonces mantuvieron una
rígida observancia de su propia interpretación del bushido a través del
Reescrito Imperial. Esto explica en parte algunas de sus actitudes, como los
crímenes de guerra, que no se ajustan al espíritu samurái genuino.
Conclusiones
En conclusión, tenemos
que el militarismo japonés estuvo estrechamente ligado con una ideología de
carácter nacionalista – religioso que hunde sus raíces en lo más profundo de la
historia y cultura japonesas, por lo que se trata de una manifestación política
y cultural de carácter único en el mundo, aunque guarde grandes semejanzas con
los movimientos fascistas de su tiempo.
El militarismo japonés
se nutrió del bushido y del culto shintoísta al Emperador, para dar una
respuesta a la crisis política, económica, social y moral del Japón de los años
20 y 30, y buscando mediante la expansión imperial y la férrea unión nacional
bajo la égida militar la solución a los diversos problemas de la sociedad
japonesa. Fue, en cierto modo una última respuesta del tradicionalismo japonés
ante la crisis causada en el país por la modernidad.
Pilotos suicidas "Kamikaze". Extremo final del militarismo japonés |
Fuentes
documentales
Reescrito Imperial a los
Soldados y Marineros (1882) en http://personal.ashland.edu/~jmoser1/japan/rescript.htm
Reescrito Imperial sobre
el retiro de la Liga de Naciones (1931) en http://www.microworks.net/pacific/road_to_war/imperial_withdrawal_league_of_nations.htm
Asomura, Tomoko. Historia Política y Diplomática del Japón
Moderno. Caracas, Monte Ávila
Editores, 1997
Gordon, Andrew. A Modern History
of Japan: From Tokugawa Times to the Present. Oxford, Oxford
University Press, 2003
Hane, Mikiso. Breve Historia de Japón. Madrid, Alianza
Editorial, 2000
Large S., Stephen. Emperor
Hirohito and Showa Japan. Londres, Routledge, 1992
Reynolds, Bruce. Japan in the Fascist Era. Nueva York, Palgrave, 2004
[2] Takeshita,
Yoshirō “The Tokyo Summit 1943 – the Great East Asia Conference” http://www004.upp.so-net.ne.jp/teikoku-denmo/english/history/tyosamit.html
(Revisado el 07 de septiembre de 2011) On line.
[5] Sin autor, “Imperial
Rescript for Soldiers and Sailors (1882)”, http://personal.ashland.edu/~jmoser1/japan/rescript.htm (Revisado el 27 de noviembre de 2010) On
line.
[1] Asomura,
Tomoko. Historia Política y Diplomática
del Japón Moderno. Monte Ávila
Editores, Caracas, 1997, p. 149
[5] Elliot,
J. “Japón, 1936. Un golpe de Estado fallido” en Historia y Vida, Número 468, Año XXXVIII, p. 14 - 17
[7] Sin
autor, “The Imperial Rescript Relating to Withdrawal from the League of
Nations”, http://www.microworks.net/pacific/road_to_war/imperial_withdrawal_league_of_nations.htm (Revisado el 09 de junio de 2010) On line.
Excelente trabajo, como todos los que hemos leído, BZ
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