El militarismo japonés (1920 – 1945). Orígenes y peculiaridades

Introducción

Cartel de propaganda japonés de la Segunda Guerra Mundial
            Entendiendo el militarismo como la preponderancia o hegemonía de los militares, o del pensamiento militar, en la política de un Estado, podemos encontrar en la historia muchos ejemplos del mismo, tan dispares entre sí como la antigua Asiria, el Imperio Romano o la Alemania Nazi. Para muchos expertos en temas militares existe además una diferencia entre “militarismo” y “pretorianismo”, siendo el primero un régimen donde los militares imponen su espíritu e ideas al conjunto de la sociedad y la movilizan para la guerra (como Asiria, Roma o incluso el Imperio Azteca), y siendo el segundo un régimen donde los militares que ejercen el poder no alteran demasiado el orden de la sociedad, sino que las fuerzas armadas se convierten en un cuasi partido político que gobierna para sí, es decir un “gobierno de los militares, por los militares, para los militares”, en este caso encajan las dictaduras latinoamericanas de la segunda mitad del siglo XX.

         Con una definición tan elástica, bien podríamos encontrar ejemplos de militarismo en regímenes de derecha (como el de Pinochet en Chile) o de izquierda (como Corea del Norte), pero quizá el común denominador de todo régimen y pensamiento militarista es el discurso y pensamiento nacionalista radical. Discurso y pensamiento que llegó a su máxima expresión con los regímenes del Eje en la Segunda Guerra Mundial, de los cuales el japonés es el menos estudiado. Mientras que el nacionalsocialismo alemán y el fascismo italiano han sido muy estudiados y son bien entendidos en Occidente, el pensamiento ultranacionalista japonés de aquella época ni siquiera recibe un nombre oficial, siendo a menudo llamado “fascismo japonés”, “ultranacionalismo japonés”, “shintoísmo estatal”… y dando lugar a encendidos debates sobre sí el Japón de los años 30 y 40 fue o no fascista. Más allá de caer en ese debate, estudiaremos aquí las particularidades del militarismo desarrollado en Japón en aquella época.

            Es necesario explicar que tal como ocurrió con los regímenes de la Alemania Nazi y de la Italia Fascista, el militarismo desarrollado en el Japón Imperial está estrechamente ligado a un conjunto de ideas de carácter ultranacionalista, imperialista, racista y religioso, que hunde sus raíces en lo más profundo de la historia y cultura japonesas, siendo expresión de ellas. Se hace necesario también explicar, brevemente, el proceso histórico vivido por Japón desde mediados del siglo XIX hasta los años 30 del siglo XX.

            Japón alcanzó su verdadera unificación política y su formación como Estado moderno hacia 1868, cuando los clanes feudales de Choshu y Satsuma ganaron la llamada Guerra Boshín y pusieron fin al régimen del Shogunato Tokugawa para devolverle el poder al Emperador, en lo que se conoce como Restauración Meijí. Este acontecimiento se originó en la serie de perturbaciones políticas, económicas y sociales que se dieron en Japón a raíz de la forzada apertura del país al comercio internacional con la llegada del comodoro norteamericano Matthew Perry en 1853. La Restauración Meijí no sólo llegó a ser un cambio de régimen, sino que acabó transformando por completo la sociedad japonesa; para 1890 Japón ya era una monarquía constitucional inspirada en el sistema monárquico alemán y en el parlamentarismo británico, para la misma época tenía una densa red ferroviaria en plena expansión, así como también una acelerada industrialización y una rapidísima modernización de las fuerzas armadas. Para 1895 Japón vencía a China y en 1905 a Rusia en par de guerras que supusieron la entrada del país al club de las grandes potencias. En 1914 Japón entró a la Primera Guerra Mundial del lado de Gran Bretaña, su aliada desde 1902, y obtuvo las posesiones alemanas en el Pacífico y China. Parecía que Japón no tenía obstáculos en su carrera hacia el estatus de gran potencia mundial, pero la desconfianza británica y estadounidense, la crisis económica del 29, la poca consolidación del sistema político liberal y la permanencia de las viejas ideas de la era feudal llevaron al país por la senda del militarismo ultranacionalista.


            En efecto, a la transformación política, económica y social no se correspondió a una en el plano de las ideas. La acelerada transformación japonesa impidió la formación de una verdadera clase burguesa, los antiguos nobles y samuráis se volvieron empresarios y altos funcionarios casi de la noche a la mañana. Además, el sistema político japonés careció desde el principio de una clara delimitación de funciones, dando como resultado una compleja estructura de poder, donde el mando real del Gobierno era ejercido por el Emperador, los consejeros de la Corte (el Genro), los grandes zaibatsu (especie de trust empresariales), los militares y las sociedades secretas. Este peculiar sistema de poder efectivo paralelo a la Constitución debilitó al sistema parlamentario desde el principio, pues las fuerzas armadas no estaban bajo el mando del Primer Ministro o la Dieta (parlamento japonés), sino del Emperador; además que les impidió a los políticos de corte liberal llevar a cabo su programa político a cabalidad. Aunque en 1925 se logró establecer el voto universal masculino y estaba en marcha un modesto sistema parlamentario basado en los partidos, pronto los fracasos en política exterior, la creciente desigualdad económica, las necesidades de expansión en los mercados y la propia debilidad de los partidos, permitió que poco a poco los militares fueran tomando el poder en Japón, hasta militarizar el país por completo. Veamos este proceso detenidamente.  


Desarrollo y evolución del militarismo japonés

            Desde que el Emperador dejó de ser una figura de poder, y el mismo fue tomado por la aristocracia guerrera hacia el siglo XII, Japón estuvo marcado por la guerra y los valores guerreros como toda sociedad feudal. La aristocracia guerrera y terrateniente fue desarrollando en su seno una casta militar llamada bushi o guerreros, más conocida por el nombre que los miembros de las demás castas le dieron: samuráis, que viene de la palabra japonesa saburau, que significa servir. Con el correr de los siglos, estos samurái se convirtieron en el pilar del poder de los daimyo o nobles terratenientes, a la par que desarrollaban su peculiar código moral: el bushido o “camino del guerrero”. Este peculiar código tiene sus raíces en el taoísmo, el confucianismo, el budismo zen y el shintoísmo. Además de predicar las siete virtudes de la rectitud, el coraje, la benevolencia, el respeto, la honestidad, el honor y la lealtad, el bushido implicaba un radical desprecio por la muerte y desapego a la vida. Los samuráis ofrendaban su vida a su señor feudal, iban a la batalla sin esperar sobrevivir, y ante el deshonor de la derrota o la muerte de su señor, era común que llevaran a cabo el sepukku o harakiri, un complejo suicido ritual. Aunque el auge de los samurái fue el siglo XVI durante el sengokujidai (literalmente “época del país en guerra”), serie de guerras civiles de unificación nacional previas a la instauración del Shogunato Tokugawa, los ideales samurái siguieron muy vivos incluso después de la Restauración Meijí de 1868[1].

Saigo Takamori
            Durante la era Tokugawa, la Escuela del Aprendizaje Nacional desarrolló un nacionalismo radical basado en el culto al Emperador, los dioses nacionales y el bushido que de alguna manera fue el origen del militarismo nacionalista posterior[2]. Cuando los partidarios del Emperador estaban en camino a triunfar sobre el Shogun, la consigna era modernizar al país, lograr la anulación de los tratados comerciales desiguales que Occidente había impuesto a Japón y expulsar a los extranjeros, por lo que el papel del militarismo nacionalista fue preponderante desde el comienzo de este proceso. Ya durante la era Meijí, cuando el edicto imperial de 1876 (Edicto Haitorei) prohibió a los antiguos samurái portar espadas, muchos de estos se unieron a la rebelión de Saigo Takamori, “el último samurái”, que estalló en 1877 y buscó restaurar ese y otros derechos de los nobles y samuráis. Esa rebelión bien pudiera considerarse el inicio del militarismo en el Japón moderno, pues Takamori lideraba una facción que ya en aquella época pedía la expansión territorial a través de Corea y China y defendía la hegemonía de los militares en el gobierno. Las posteriores sociedades secretas ultranacionalistas y militaristas se inspiraron pues, en cierta forma, en Takamori.

Emperador Taisho (Yoshihito)
            A comienzos del siglo XX, tras las victorias de Japón sobre China y Rusia, el país es una potencia en auge, con una poderosa clase empresarial e industrial, donde el sistema político liberal empieza a solidificarse, pero donde también aparecen nuevas contradicciones sociales y se desarrollan nuevas corrientes de pensamiento. En 1912 el Emperador Meijí (Mutsuhito) murió y subió al trono el enfermo Emperador Taisho (Yoshihito)
bajo cuyo reinado Japón comenzó un interesante proceso de democratización progresiva, pero también de apoderamiento del Estado por parte de los grandes zaibatsu, de creciente desigualdad y malestar social, y de choques con Occidente; como el rechazo de Gran Bretaña y Estados Unidos a la propuesta japonesa de igualdad racial en la Sociedad de Naciones en 1919 o la tasa desigual de limitación de armamento en la Conferencia Naval de Washington de 1922. Justamente por estos años el militar y pensador Kita Ikki, considerado el “padre del fascismo japonés”,[3] comienza a desarrollar sus ideas militaristas y fascistas, llegando a proponer en 1919 una “restauración” que con el próximo Emperador, el entonces príncipe Hirohito, estableciera un nuevo Shogunato o dictadura militar que
Ikki Kita, padre del fascismo japonés
gobernara en nombre del Emperador y uniera al país librándolo de ideas peligrosas y conflictos sociales[4]. Kita Ikki, junto con otros importantes líderes militares, como Sadao Araki, fundó en los años 20 la facción Kodoha[5] o Vía Imperial, un grupo ultranacionalista y con ideas socialistas agrarias, que quizá fue la más importante de todas las sociedades secretas de su tipo. Destacan también la Sociedad del Río Amur o Sociedad del Dragón Negro, que buscaba la expansión de Japón en la Siberia Soviética y Manchuria; la Liga de la Hermandad de la Sangre, fundada por Inoue Nisho, que buscaba reformas gubernamentales mediante el asesinato; la Sociedad de Una Noche y la Sociedad del Cerezo, fundadas ambas entre 1929 y 1930 por militares de alto rango, cómo Hideki Tojo, que llegaron al poder más tarde, y que buscaban la instauración de un régimen militar. Tampoco se puede dejar de mencionar a la facción militar Toseiha, enemiga jurada de Kodoha, al ser más moderada pero con los mismos objetivos básicos.
Sadao Araki


            Con la actividad de estas sociedades secretas, los graves problemas económicos y sociales que Japón sufrió entre los años 20 y 30, el auge de ideas como el socialismo, el anarquismo y el feminismo, unido a la debilidad de los políticos liberales y las vaguedades del sistema político, Japón se fue precipitando por el camino del desastre. El sistema político japonés presentaba en los años 20 una peculiar estructura. Aunque formalmente era una monarquía constitucional, el poder de la Dieta nunca fue real, ya que ni siquiera tenía la última decisión en el presupuesto anual, además, el poder real era ejercido desde la Restauración Meijí por el Genro, grupo extra constitucional de consejeros del Emperador que en muchas ocasiones elegían a su gusto al Primer Ministro y que se rotaban en el poder; aunque para los años 20 y 30 sólo quedaban vivos o en capacidad de gobernar muy pocos de ellos[6], por lo que se generó un vacío de poder al estar muy enfermo el Emperador Taisho (Yoshihito) y ser controlado por los militares el Emperador Showa (Hirohito). Por otra parte, estaban las fuerzas armadas, que desde el Ministerio de Guerra y el Ministerio de la Armada buscaron someter al Gobierno a sus exigencias, y luego conquistarlo para sí. El ejército y la armada se tomaron el derecho de elegir a sus propios ministros, y cuando no estaban de acuerdo con el Primer Ministro o el Gabinete, rompían el consenso y forzaban la disolución del Gobierno. Así, en los años 20 e inicios de los 30, los militares forzaron la caída de muchos gabinetes y fueron controlando el Gobierno ante la pasividad del Emperador, el único ante quién la Constitución les obligaba a responder. Esto a la par que las sociedades secretas y facciones militares hacían del asesinato político una rutina.

Emperador Showa (Hirohito)
           Esta búsqueda del poder por los militares se debió a varios factores: el primero, el presupuesto. Tanto el ejército como la armada tenían sus propios intereses, proyectos y objetivos, por lo que debían asegurarse un financiamiento estable y acorde a sus exigencias. El ejército tenía el proyecto de la “Expansión por el Norte”, que implicaba una expansión territorial por el norte de China, Manchuria y Siberia, a fin de darle a Japón más recursos, espacio para su creciente población y librarlo del peligro comunista de la URSS. Para ello requería una cantidad enorme de soldados y armas. Por su parte la armada tenía el proyecto de la “Expansión por el Sur” que implicaba una expansión territorial hacia el sur de China, el Sudeste Asiático y el Pacífico, teniendo como principales enemigos a Estados Unidos y Gran Bretaña, por lo que requería una ampliación significativa a fin de mantener cierta paridad con sus rivales anglosajones.
Pero las motivaciones de los militares para presionar al Gobierno no eran sólo presupuestarias, lo que sería simple pretorianismo y no militarismo, sino también sociales, económicas y, obviamente, ideológicas. La actitud conciliadora en política exterior que llevó a Japón a aceptar una cuota muy inferior de armamento naval en los tratados de Washington y Londres frente a Estados Unidos y Gran Bretaña, les dio a los militares y nacionalistas exaltados de toda clase, la excusa perfecta para socavar al régimen incipientemente democrático que existía. Los militares, que ya en esta época no eran descendientes de nobles feudales sino hijos de familias campesinas, además denunciaban la precaria situación del campesinado, la avaricia y corrupción de los burgueses en complicidad con los políticos liberales. Estos líderes militares no sólo buscaban el poder como un fin en sí mismo, sino que estaban convencidos de tener la razón, de ser los salvadores de la patria al ser los depositarios del espíritu samurái y de los más antiguos valores nacionales, en contraste con unos políticos liberales y empresarios demasiado occidentalizados, corruptos e indiferentes a las humillaciones sufridas por la nación en lo externo y a la lamentable situación de los campesinos en lo interno.

       Bien pudiéramos considerar al año 1931 como el que marcó un antes y un después en el desarrollo del militarismo nipón y en el camino de los militares hacia el poder. Ese año los militares emprendieron una acción armada en el exterior sin consentimiento ni aprobación del Primer Ministro o la Dieta y ante el ambiguo silencio del Emperador; esa acción fue el llamado “Incidente de Manchuria”. Desde 1927 el Kuomintang (Partido Nacionalista Chino) liderado por Chiang Kai-shek venía desarrollando la llamada Expedición al Norte, que buscaba unificar China bajo el control del partido y arrebatarles el poder a los señores de la guerra del norte, incluida Manchuria. Desde el final de la guerra ruso – japonesa, habían tropas niponas estacionadas en Manchuria para defender los ferrocarriles administrados por los japoneses y los intereses mineros, industriales y financieros de Japón. Entre las fuerzas japonesas acantonadas en Manchuria destacaba el Ejército de Kwantung, una unidad de élite cuyos mandos eran líderes de las principales sociedades secretas ultranacionalistas. Estos militares estaban convencidos de que Manchuria era vital para la economía japonesa, pues debía aportar las materias primas necesarias para industria nipona y absorber sus manufacturas, además de ser una excelente plataforma para emprender la conquista de todo el continente al dominar las rutas ferroviarias entre China, Mongolia y la URSS. Para 1931 el Kuomintang había logrado unir prácticamente toda China e incluso el señor de la guerra Zhang Xueliang, hombre fuerte de Manchuria e hijo de Zhang Zuolin, antiguo señor de la guerra fiel a Japón que fue asesinado por los nipones en 1928 cuando se puso del lado del Kuomintang, se rindió a la autoridad de Chiang Kai-shek; por lo que el Ejército de Kwantung se puso en alarma. El 18 de septiembre de 1931 el Ferrocarril del Sur de Manchuria, administrado por Japón, recibió un atentado con bomba que fue usado como casus belli por los japoneses, que ocuparon la región rápidamente, y sin atender a las negativas del gobierno de Tokio. Hoy en día es casi unánimemente aceptado que fueron los mismos japoneses los que volaron las vías del ferrocarril. Los acontecimientos se sucedieron velozmente, los japoneses crearon un Estado títere: Manchukuo, al frente del cual colocaron a Puyi, el último emperador de China. La ocupación de Manchuria le valió a Japón la condena internacional y poco después se retiró de la Sociedad de Naciones[7].


            A partir del incidente manchuriano, la influencia de los militares en el Gobierno japonés se hizo indetenible, esto en un marco donde los asesinatos políticos, incluso de primeros ministros, se hicieron rutina. Al no ser detenidos por el Emperador ni hallar una oposición seria por parte del parlamento y los políticos liberales, los militares se dieron cuenta de que el país era virtualmente suyo. Al inicio comenzaron a imponer a los ministros de guerra y de armada que más le convenían a las cúpulas ultranacionalistas de ambas fuerzas, luego torpedeaban los gabinetes que no complacían sus exigencias con el método de la renuncia de los ministros de ejército y armada, lo que provocaba la caída del gabinete y la consiguiente renuncia del Primer Ministro en cuestión. Estos métodos por sí solos fueron suficientes para que los militares pertenecientes a las facciones radicales tomaran el control del país ante la pasividad del Emperador y tras la sombra del gobierno civil legítimo, pero en 1936 llegó otro episodio que marcó el ascenso de los militares al poder: el Incidente del 26 de Febrero. El 26 de febrero de 1936 un grupo de oficiales medios del Ejército Imperial pertenecientes a la facción Kodoha y liderados por el capitán Kiyosada Koda desplegaron más de mil soldados en la ciudad de Tokio, teniendo como blancos al Primer Ministro Keisuke Okada, al Ministro de Finanzas, el Señor Guardián del Sello Imperial, el Gran Chambelan Kantaro Suzuki, al Inspector General de Educación Militar, y al Conde Makino Nobuaki y al Príncipe Kinmochi Saionji, el último Genro. Nobuaki y Saionji eran dos de los consejeros más importantes del Emperador Showa (Hirohito) y duros defensores de la democracia liberal. El objetivo último de los golpistas era remodelar de golpe el Gobierno mediante asesinatos selectivos, eliminar a la facción Toseiha y lograr la aprobación del Emperador para establecer una dictadura militar al estilo alemán o italiano. Al no lograr el beneplácito de Hirohito, los golpistas tuvieron que rendirse al tercer día, siendo amnistiados los soldados rasos y ejecutados u obligados al sepukku los oficiales implicados. También se condenó a muerte al pensador Kita Ikki, acusado de ser el inspirador del alzamiento, pero no se profundizó en las investigaciones, acaso por la simpatía que los sublevados despertaron entre el alto mando. Tampoco es claro hasta el día de hoy quién fue el máximo líder de la rebelión, llegándose incluso a sospechar del Príncipe Chichibu Yasuhito, hermano menor del Emperador. Otras fuentes señalan incluso al propio Hirohito, aunque esto último sería inconsistente con su orden de sofocar el levantamiento.[8]

            Uno de los puntos más interesantes del Incidente del 26 de Febrero, además del misterio que lo rodea, fue que aunque los golpistas de la facción Kodoha fueron derrotados su agenda política terminó imponiéndose. En efecto, ese mismo año Japón firmó con la Alemania Nazi el Pacto Anti Komintern, estrechando así los lazos con las potencias fascistas de Europa y marcando su oposición a la URSS, Estados Unidos y el Imperio Británico. Además de eso, los golpes de Estado y la presión de los militares sobre el Gobierno fue en aumento, los siguientes hombres que ocuparon el puesto de Primer Ministro fueron militares o civiles que contaban con la aprobación del ejército y la armada e incluso la moderada facción Toseiha, terminó recogiendo buena parte de los objetivos políticos de Kodoha. La política interna de Japón estuvo marcada por una anulación cada vez más marcada de la Dieta y los partidos políticos, así como una creciente represión a cualquier disidencia y una progresiva movilización de la sociedad en términos políticos, económicos y culturales con miras a la guerra total con Occidente, que ya a estas alturas se pensaba cómo inevitable. En cuanto a la política externa, estuvo marcada por una creciente tensión con Estados Unidos y Gran Bretaña, y una mayor agresividad hacia China, que llegó a su punto culminante en 1937 cuando un incidente, el llamado Incidente del Puente de Marco Polo, degeneró en una invasión japonesa a China a gran escala que le granjeó a Japón la total hostilidad de las potencias occidentales, dándole estas su ayuda a China. En 1940 Japón le impuso a la Francia de Vichy la ocupación de Indochina para cercar a China, lo que provocó que Estados Unidos, el Imperio Británico y los Países Bajos impusieran sobre Japón un embargo petrolero que terminó empujando al país nipón al ataque a Pearl Harbor y la esperada guerra total contra las potencias anglosajonas. Fue el clímax del militarismo japonés.

          Si la guerra que se venía desarrollando con China desde 1937 era una guerra todavía lejana para la mayoría del pueblo japonés, una guerra al otro lado del mar que no podía amenazar la supervivencia del país o del régimen, y que si acaso era recordada cuando llegaban a casa los cada vez más muertos, mutilados y heridos, la guerra emprendida en 1941 contra Estados Unidos y el Imperio Británico era total y requería así mismo la completa movilización de la población, por lo que la imposición de los militares se sintió incluso en la vida cotidiana. La música de origen occidental como el jazz, tan popular en el Japón de entonces, fue prohibida y reemplazada con marchas militares, las calles quedaron tapizadas de propaganda, las mujeres con ropa de tipo occidental o con el cabello rizado eran señaladas e incluso agredidas, se impuso un vestido único nacional, tanto para hombres como para mujeres, inspirado en el militar y que estaba en consonancia con la austeridad y sacrificio nacional para ganar la guerra. Así mismo fue proscrito el beisbol, que ya entonces era el deporte más popular en Japón después del sumo. Durante la guerra el control del país por parte de los militares fue absoluto, poder que no sólo fue ejercido mediante la coacción, sino mediante la persuasión y la ideologización, como se hace evidente con el caso de los pilotos suicidas o kamikaze, que en su mayoría eran jóvenes universitarios que voluntaria, y ansiosamente, ofrecían sus vidas con tal de salvar a su país de la invasión extranjera. También es necesario destacar que para finales de 1945, en la víspera de las dos bombas atómicas, la población japonesa había sido movilizada y preparada totalmente para resistir al enemigo, contando el país con todo tipo de armas y recursos, desde novedosos aviones a reacción hasta lanchas suicidas, torpedos humanos y grupos de campesinos armados incluso con sólo simples lanzas de bambú. Evidentemente pues, los militares ultranacionalistas japoneses lograron de forma excepcional transmitir su ideología y espíritu al grueso de la población, logrando que todo el país estuviera, verdaderamente, en pie de guerra. 


Principales características del “militarismo fascista” japonés

            Es imposible separar al militarismo japonés, o sea al movimiento político dentro de las fuerzas armadas niponas que buscó colocar a los militares en el poder, de la ideología política más amplia en la que este se sustentaba; una ideología poco estudiada en Latinoamérica y sin un nombre universalmente aceptado, llamada a veces “fascismo japonés” o “ultranacionalismo japonés”. Independientemente del nombre que reciba dicho conjunto de ideas y de la controversia de si el mismo fue o no fascista, resulta fundamental estudiar sus rasgos principales para entender el militarismo nipón de los años 30 y 40.

            Como primera característica, la más importante, el eje del ultranacionalismo japonés; tenemos la idea de la divinidad del Emperador. Según la más antigua mitología japonesa, la familia imperial es descendiente directa de la diosa sol Amateratsu, que además de ser una las deidades más importantes del panteón japonés, es la diosa protectora del país. Así pues, tenemos que según la mitología y la tradición, el Emperador japonés no es un monarca absoluto por derecho divino como los monarcas europeos del Antiguo Régimen, sino un dios viviente, tal como los emperadores incas o los faraones egipcios. Evidentemente tal concepto era en realidad incompatible con una monarquía constitucional y un sistema parlamentarios como los que se quisieron imponer en Japón desde finales del siglo XIX. Además de dios viviente, el Emperador japonés era también, y sigue siéndolo hoy en día, el jefe supremo de la religión nacional: el shintoísmo; por lo que la idea del Emperador como dios viviente y su consecuente culto han sido denominados como “Shintoísmo Estatal”, pues el culto imperial se convirtió en una religión o culto de Estado[1]. En efecto, la constitución japonesa de 1889 establecía el carácter sagrado e inviolable del Emperador, los niños en las escuelas aprendían desde muy pequeños que el Emperador era el hijo de la diosa Amateratsu, un dios viviente y padre de la nación. Es interesante que una idea como esa estuviera vigente y en plena práctica ya bien entrado el siglo XX. Curiosamente, la idea de que el Emperador fuera un dios viviente no era concebida por los militares de forma que el monarca tuviera que gobernar directamente, más bien pensaban en su papel como símbolo nacional y sumo sacerdote, quedando entonces en los militares la tediosa tarea del gobierno del día a día, es decir, la idea de la divinidad del Emperador terminaba llevando a los militaristas a la de restablecer en la práctica el shogunato.

     Si la idea de la divinidad imperial puede ser confusa y contradictoria, la del sentimiento panasiático lo es aún más. Ciertamente desde el siglo XIX muchos intelectuales y pensadores japoneses sintieron afinidad y simpatía por los pueblos de Asia que habían sido conquistados y colonizados por los occidentales; también es cierto que muchos líderes nacionalistas y anti colonialistas estudiaron en Japón entre los siglos XIX y XX, recibiendo ayuda de particulares japoneses; pero ese sentimiento de afinidad de Japón con los demás pueblos asiáticos quedó prontamente dañado cuando Japón entró en guerra con China en 1894 y luego con Rusia en 1904 para expandir sus fronteras, convirtiéndose así en un país imperialista más en el escenario asiático. A partir de este momento el pensamiento panasiático en Japón se vuelve ambivalente; si por un lado se critica al imperialismo occidental y se busca la unión de todos los pueblos de Asia contra el enemigo blanco, por el otro se insiste que esa unión debe darse bajo el liderazgo de Japón debido a su superioridad y se sueña cada vez más en convertir el Lejano Oriente y el Pacífico en un gran imperio japonés. En este sentido, surgen los proyectos paralelos de expansión hacia el norte y hacia el sur, defendidos por el ejército y la armada respectivamente, como se explicó más arriba. Sin embargo, es necesario mencionar otro proyecto de dominación japonesa basada en el panasiatismo: la “Esfera de Coprosperidad de la Gran Asia Oriental”, basada en la llamada Doctrina Amau, desarrollada a partir de la Doctrina Monroe estadounidense y que se sustentaba en el slogan “Asia para los asiáticos”. La Esfera de Coprosperidad de la Gran Asia Oriental fue expuesta oficialmente por el Primer Ministro Fumimaro Konoe en 1940, siendo pensada como un proyecto de integración política, económica y cultural en el ámbito de Asia Oriental, el subcontinente indio y el Sudeste Asiático. Incluso se llegó a proyectar un llamado “Bloque del Yen”, en el que todas las naciones del área llegarían a unirse monetariamente con Japón. Lo más cerca que estuvo de materializarse dicha Esfera de Coprosperidad fue la Cumbre de Tokio de 1943[2], en la que líderes de Manchukuo, China, Tailandia, India, Birmania y Filipinas se reunieron con el Primer Ministro Hideki Tojo para comprometerse moral y materialmente con Japón en el esfuerzo de la guerra. El panasiatismo es quizá la parte más controversial del pensamiento militarista y ultranacionalista japonés de aquella época, porque mientras que unos lo han visto como un mero instrumento de dominación regional[3], otros han defendido su propuesta anti colonial y anti occidental, a la vez que reconocen su papel en la descolonización de Asia.

           Otro rasgo importante del pensamiento militarista japonés de los años 20, 30 y 40 fue el social, aunque tampoco ha sido muy estudiado. Es necesario explicar la transformación de tipo social que fue sufriendo el ejército y la armada japoneses a comienzos del siglo XX. Mientras que a nivel gubernamental se dio un importante cambio generacional entre los años 10 y 20, en las fuerzas armadas ocurrió algo análogo. Mientras que a finales del siglo XIX los altos mandos estaban en manos de altos nobles y samuráis de los clanes Choshu y Satsuma, para los años 20 una nueva generación de oficiales fue ascendiendo en el Ejército como en la Armada; se trataba en su mayoría de oficiales de origen plebeyo y campesino, no muy diferentes a los soldados que tenían a su cargo. Su origen, así como sus lecturas y preparación, además de su visión cercana de cómo los políticos liberales eran casi simples marionetas de los empresarios y grupos financieros, la creciente desigualdad social y la situación cada vez más desesperada del campesinado, hizo que estos líderes militares desarrollaran una peculiar sensibilidad social[4], un odio acérrimo a la clase burguesa y a las refinadas costumbres y maneras venidas de Occidente que la clase acomodada estaba adoptando. Tal como el nacionalsocialismo en Alemania y el fascismo en Italia, el ultranacionalismo de los militares japoneses tenía un fuerte contenido social aunque, por extraño que parezca, estos predicaban un rabioso anticomunismo y una gran hostilidad y recelo hacia las ideas socialistas. Justamente, la crisis económica y social del campesinado y el proletariado japoneses en los años 20 y 30 fue lo que empujó a los militares radicales a la acción, pues se convencieron de que no sólo eran los depositarios de la tradición nacional, sino auténticos salvadores de la nación ante políticos corruptos y burgueses occidentalizados, explotadores y sin patriotismo. Algunos militares radicales, especialmente los de la facción Kodoha, pretendían llevar a cabo una reforma agraria y mejorar sustancialmente la situación del campesinado, de hecho, se planteaban la conquista de Asia como un medio para aliviar la situación del campo en Japón. Por su parte, la facción Toseiha era mucho más conservadora y moderada en este punto, siendo casi indiferente a la situación de obreros y campesinos y llegando a pactar con los zaibatsu. Tenemos entonces que el pensamiento vagamente socialista y agrarista del militarismo japonés varió según la facción, pero que, en todo caso, estuvo presente.

       Finalmente, tenemos entre las características principales del militarismo japonés, la rígida observancia del bushido, o camino del guerrero, el código ético de los samurái. Las facciones radicales que hicieron vida en el ejército y la armada, siempre consideraron que los problemas del Japón de su época respondían a la decadencia moral de los gobernantes, la burguesía y gran parte del pueblo llano. Por eso, al considerarse a sí mismos como herederos directos de los samurái y guardianes de las tradiciones, los militares ultranacionalistas vieron en el bushido la única respuesta ante la crisis moral que observaban en el país. Es decir, combatirían el decadente pensamiento extranjero con lo más puro de la tradición japonesa. En prácticamente todas las acciones de los oficiales, soldados y marineros de las fuerzas armadas niponas, antes y durante la guerra, se siente la poderosa influencia del bushido. El desprecio hacia los prisioneros de guerra, la negación absoluta a rendirse, el suicidio ritual, los ataques suicidas en tierra, mar y aire, y la propaganda vertida sobre la población civil, en la que se le pedía al pueblo japonés un sacrificio absoluto por la victoria nacional, fueron inspirados y condicionados por el bushido; aunque también es necesario explicar que los militares radicales japoneses a menudo interpretaron a su manera el código samurái. El bushido nunca fue un código único ni mucho menos, si una mentalidad, un paradigma de vida forjado a lo largo de siglos, y acerca del cual reflexionaron muchos autores. En todo caso, el inicio del bushido dentro del pensamiento de las modernas fuerzas armadas imperiales japonesas lo podemos situar en el Reescrito Imperial a los Soldados y Marineros de 1882[5]. Este documento le pedía al militar por encima de todo; lealtad, obediencia, valor, rectitud y determinación en su objetivo. Más que una rígida observancia del bushido, los militares ultranacionalistas de aquel entonces mantuvieron una rígida observancia de su propia interpretación del bushido a través del Reescrito Imperial. Esto explica en parte algunas de sus actitudes, como los crímenes de guerra, que no se ajustan al espíritu samurái genuino.


Conclusiones

       En conclusión, tenemos que el militarismo japonés estuvo estrechamente ligado con una ideología de carácter nacionalista – religioso que hunde sus raíces en lo más profundo de la historia y cultura japonesas, por lo que se trata de una manifestación política y cultural de carácter único en el mundo, aunque guarde grandes semejanzas con los movimientos fascistas de su tiempo.

            El militarismo japonés se nutrió del bushido y del culto shintoísta al Emperador, para dar una respuesta a la crisis política, económica, social y moral del Japón de los años 20 y 30, y buscando mediante la expansión imperial y la férrea unión nacional bajo la égida militar la solución a los diversos problemas de la sociedad japonesa. Fue, en cierto modo una última respuesta del tradicionalismo japonés ante la crisis causada en el país por la modernidad.
Pilotos suicidas "Kamikaze". Extremo final del militarismo japonés


Fuentes documentales

Reescrito Imperial a los Soldados y Marineros (1882)  en http://personal.ashland.edu/~jmoser1/japan/rescript.htm
Reescrito Imperial sobre el retiro de la Liga de Naciones (1931) en http://www.microworks.net/pacific/road_to_war/imperial_withdrawal_league_of_nations.htm

Fuentes bibliográficas
Asomura, Tomoko. Historia Política y Diplomática del Japón Moderno. Caracas, Monte Ávila Editores, 1997
Gordon, Andrew. A Modern History of Japan: From Tokugawa Times to the Present. Oxford, Oxford University Press, 2003
Hane, Mikiso. Breve Historia de Japón. Madrid, Alianza Editorial, 2000
Large S., Stephen. Emperor Hirohito and Showa Japan. Londres, Routledge, 1992
Reynolds, Bruce. Japan in the Fascist Era. Nueva York, Palgrave, 2004



[1] Asomura, Tomoko. Ob Cit., p. 150
[2] Takeshita, Yoshirō “The Tokyo Summit 1943 – the Great East Asia Conference” http://www004.upp.so-net.ne.jp/teikoku-denmo/english/history/tyosamit.html (Revisado el 07 de septiembre de 2011) On line.
[3] Asomura, Tomoko. Ob. Cit., p. 149
[4] Ibídem, p. 154
[5] Sin autor, “Imperial Rescript for Soldiers and Sailors (1882)”, http://personal.ashland.edu/~jmoser1/japan/rescript.htm  (Revisado el 27 de noviembre de 2010) On line.



[1] Asomura, Tomoko. Historia Política y Diplomática del Japón Moderno.  Monte Ávila Editores, Caracas, 1997, p. 149
[2] Hane, M. Breve Historia de Japón. Alianza Editorial, Madrid, 2000, p. 200
[3] Ibídem,  p. 201
[4] Asomura, Tomoko. Ob. Cit., p. 153
[5] Elliot, J. “Japón, 1936. Un golpe de Estado fallido” en Historia y Vida, Número 468, Año XXXVIII, p. 14 - 17
[6] Asomura, Tomoko. Ob. Cit., p. 130
[7] Sin autor, “The Imperial Rescript Relating to Withdrawal from the League of Nations”, http://www.microworks.net/pacific/road_to_war/imperial_withdrawal_league_of_nations.htm  (Revisado el 09 de junio de 2010) On line.
[8] Elliot, J. Ob. Cit., p. 14 - 17

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