Estados Unidos y la Gran Colombia, 1823 – 1826. Choque político y estratégico.
Introducción
El año de 1823 resulta decisivo en
el proceso de independencia y formación de las nuevas repúblicas latinoamericanas.
En efecto, ese año ocurre la Invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis a
España: intervención de la Santa Alianza en el país ibérico que pone fin al
“Trienio Liberal” y restaura el poder absoluto de Fernando VII. Este hecho
dividió a la sociedad española y radicalizó la confrontación con los patriotas
latinoamericanos, echando por tierra las últimas esperanzas españolas de
recuperar su imperio americano.[1]
Ese mismo año ocurren la Batalla
Naval del Lago de Maracaibo (24 de julio), y la caída del Castillo de San
Felipe, en Puerto Cabello, en manos patriotas (10 de noviembre). Con estos
hechos bélicos, la República de Colombia liberó la totalidad de su territorio de
presencia militar española, lo que le permitió no sólo reforzar su imagen
internacional – facilitando su reconocimiento –, sino también tener el camino
libre para enviar sus fuerzas militares a otros territorios a fin de liberarlos
del dominio español; concretamente el despacho de un ejército auxiliar al Perú
comandado por el propio Libertador Simón Bolívar.
De igual modo, para 1823 ya han
declarado y/o consolidado su independencia: el Río de la Plata, Chile, México,
Centroamérica y Brasil. Por lo menos en el caso de los nuevos Estados
hispanoamericanos, estas repúblicas comienzan a establecer relaciones
diplomáticas entre sí, y a coordinar esfuerzos en pro del objetivo común de derrotar
militarmente a España para así obtener el reconocimiento de su nuevo estatus.
Muestra contundente de ello son los Tratados de Unión, Liga y Confederación Perpetua
que desde 1822 y hasta 1826 la República de Colombia firmó con Perú, México,
Chile, Centroamérica y el Río de la Plata. Todo esto bajo la atenta mirada de
Estados Unidos, nación formada varias décadas antes, y con grandes intereses
políticos, estratégicos y comerciales en lo que hasta hace poco eran tierras
del imperio español.
Se empieza a configurar entonces un
sistema hemisférico en el que Estados Unidos buscará tomar rápidamente la
delantera, siendo su movimiento más visible el discurso pronunciado por el
Presidente James Monroe el 2 de diciembre ante el Congreso de ese país, base de
lo que se conocería después como la “Doctrina Monroe”[2];
la cual ha sido desde entonces un principio esencial de la política exterior
norteamericana, que mantiene el objetivo permanente de la supremacía en el
continente americano.[3]
Sin embargo; debido al poderío
alcanzado por sus ejércitos, las relaciones que comenzó a establecer con los
demás Estados surgidos del imperio español, las revolucionarias ideas de su
máximo líder – el Libertador Simón Bolívar –, y a su propia posición
geográfica, la República de Colombia se perfilaba ya a finales de 1823 como el
país líder de la lucha por la independencia contra España, por lo cual era un
interlocutor obligado para Estados Unidos; e incluso también para Gran Bretaña,
que buscaba desde las Guerras Napoleónicas tomar el control de comercio con Sur
y Centroamérica.
Ya el 20 de febrero de 1821, Manuel
Torres, enviado del Gobierno de Colombia ante los Estados Unidos, solicitó el
reconocimiento de su país por parte de esa nación, ofreciendo también la
negociación de un acuerdo comercial para interesar al gobierno norteamericano.
Al no ser escuchada esta solicitud, volvió a presentarla el 30 de noviembre del
mismo año y luego el 2 de enero de 1822[4].
Esta vez la demanda encontró mejor acogida en Washington, en gran parte debido
a las recientes victorias de Bomboná y Pichincha en la llamada Campaña del Sur,
y a las propias dinámicas del Gobierno norteamericano. En efecto, el 8 de marzo
el presidente James Monroe dirigió un mensaje al Congreso, en el que declaró
que ya era tiempo de reconocer a las nuevas repúblicas independientes y
establecer relaciones con ellas[5],
ante lo cual dicho cuerpo respondió favorablemente el 4 de mayo, autorizando al
Presidente a proceder en ese sentido[6],
siendo reconocida oficialmente la República de Colombia por los Estados Unidos
de América el 19 de junio de 1822. Esta decisión fue tomada también debido al
temor que sintieron los estadistas norteamericanos por la cada vez más estrecha
relación de Colombia con Gran Bretaña[7],
y también como primer paso para el establecimiento de relaciones diplomáticas
con las demás repúblicas, puesto que Colombia ya empezaba a tejer una red de
lazos con las mismas.
El 27 de mayo de 1823, el Secretario
de Estado, John Quincy Adams, despacha al Ministro Plenipotenciario para Colombia,
Richard C. Anderson; quien fue instruido mediante una larga carta en cuyo texto
vale la pena detenernos, pues expresa claramente cuál era la visión que Estados
Unidos tenía de la República de Colombia, así como sus intereses y objetivos
respecto a la misma. En dicha misiva, Adams parece dar a Anderson las directrices
de la política de Washington hacia Colombia: se recapitula el origen de la
independencia de dicho país y el proceso llevado para establecer relaciones; el
Secretario de Estado alega que Estados Unidos ha cumplido sus deberes de
neutralidad con España, pero que por principios comunes, su pueblo y su
gobierno han estado sentimentalmente con la independencia y la han apoyado
moralmente; llama a buscar una relación privilegiada con las nuevas repúblicas
con respecto a Europa basada en los principios comunes, una especie de cobro
por el apoyo político. Analiza las fortalezas y debilidades de Colombia, tanto
a nivel externo como interno, advirtiendo que puede llegar a ser un peligroso
competidor comercial y político de Estados Unidos; insiste en establecer
relaciones comerciales bajo el principio de la Nación Más Favorecida, aceptando
a cambio negociar el acuerdo en Bogotá para ayudar a su reconocimiento
internacional; y se queja enfáticamente por la guerra de corso emprendida por
Colombia, ordenando hacer presión para que ésta cese, pues afecta los intereses
comerciales de los navieros norteamericanos, que son neutrales en la guerra y
que suelen transportar mercancías de España.[8]
De tal manera que en esta carta se
expresa claramente la política que Estados Unidos seguiría con respecto al
Estado Grancolombiano, sin dejar lugar a ambigüedades. Con estas instrucciones,
Anderson abriría formalmente relaciones entre ambos países, perfilándose ya en
el horizonte los principales puntos de choque y fricción entre Washington y
Bogotá, tales como las diferencias respecto al tratado comercial, la guerra de
corso emprendida por Colombia frente a España, y más adelante los planes de
Colombia para expulsar a los españoles de Cuba y Puerto Rico; todo esto más
allá de un discurso formal dominado por declaraciones de comunes ideales
ilustrados y republicanos, sostenidos contra el Antiguo Régimen, y de
identificación mutua en sus respectivos procesos de independencia.
El
reconocimiento y la disputa comercial
Es necesario volver a la decisión
norteamericana de reconocer a Colombia, y a las demás nuevas repúblicas,
sustentada en la “Doctrina Monroe”. Al respecto, existen datos que demuestras
que la misma obedeció en un principio a una propuesta británica, cuyo objetivo
era que Estados Unidos amedrentara a las monarquías de Europa de intervenir en
los territorios en cuestión, para así Gran Bretaña poder controlar su comercio
a placer, sin enemistarse con sus socios europeos. Sin embargo, Estados Unidos
tomó una iniciativa individual, buscando adelantarse a los británicos en el
reconocimiento a estos nuevos Estados, para así ganar simpatías e influencia;
siendo su objetivo fundamental lograr condiciones comerciales ventajosas
respecto a Gran Bretaña[1].
Esta visión toma fuerza cuando observamos que el primer roce entre Washington y
Bogotá llegó justamente por razones de índole comercial, más que
político-estratégica o militar.
Este asunto del acuerdo comercial,
si bien no quedó por escrito como una condición para que Estados Unidos
reconociera la independencia de Colombia; en la práctica así lo fue, siendo el
primer asunto que planteó apenas llegó a Bogotá el ministro Anderson al
entonces Secretario de Relaciones Exteriores, Pedro Gual. El choque de
opiniones entre ambos gobiernos giró en torno a dos puntos esenciales: la
exigencia norteamericana de trato de Nación Más Favorecida en cuanto a
aranceles, impuestos y todo tipo de condiciones comerciales con Colombia, y la
exigencia de que su bandera – neutral en la guerra entre Colombia y España –,
hiciera neutral a la carga transportada por sus buques mercantes, protegiéndolas
así contra las acciones de los corsarios colombianos. Este segundo punto,
bastante denso en sí mismo, lo abordaremos seguidamente, explicando primero la
demanda norteamericana de trato de Nación Más Favorecida.
Dicho
principio, cuya aplicación fue solicitada enfáticamente por Estados Unidos,
establecía que cualquier condición, exención, desgravamen, o facilidad
comercial de cualquier tipo, que una de las dos parte contratantes concediera a
una tercera nación, automáticamente debía ser aplicada entre las dos partes
contratantes, asegurándose así, mutuamente, que ambas partes contratantes
recibirían dicho trato. Evidentemente, la aplicación de este principio no buscaba
sino inundar el mercado colombiano con los productos norteamericanos,
asegurándoles un lugar preferencial y adelantándose así al comercio británico;
además de, claro está, atrofiar antes de su nacimiento a la industria y el
comercio colombianos, puesto que mientras que Estados Unidos llegaba a esta
negociación con una economía floreciente, dinámica y en pleno crecimiento,
Colombia lo hacía prácticamente recién nacida como república, arrasada por más
de diez años de guerra y sin final a la vista, además de endeudada en extremo y
con un alarmante déficit fiscal.
La
negociación entre Anderson y Gual duró casi un año, hallándose un fuerte eco de
la misma en las sesiones del Consejo de Gobierno (Consejo de Ministros) de
Colombia, donde Pedro Gual expresó que a pesar de las difíciles demandas
norteamericanas, la firma de dicho tratado resultaba fundamental para la
República, pues abriría de manera sólida sus relaciones internacionales,
allanándose el camino para que más países neutrales la reconocieran como Estado
independiente y procedieran a establecer relaciones con ella[2].
Estos argumentos valieron la aprobación de las exigencias norteamericanas por
parte del Gobierno colombiano, a pesar de la férrea oposición inicial del
Vicepresidente Francisco de Paula Santander y de otros altos funcionarios[3].
Este
tratado, denominado Convención General de Paz, Amistad, Navegación y Comercio
entre la República de Colombia y los Estados Unidos de América[4],
fue firmado el 3 de octubre de 1824, y estableció en su contenido el trato de
Nación Más Favorecida, iniciando de manera agria las relaciones
colombo-estadounidenses, al quitarle a Colombia un necesario margen de maniobra
para disponer de sus relaciones comerciales: por ejemplo, ya no podría
ofrecerle condiciones preferenciales a las otras repúblicas hispanoamericanas,
o a aliados de otras regiones, como Gran Bretaña. De hecho, llegada la firma
del Tratado de Amistad, Comercio y Navegación entre Colombia y Gran Bretaña el
18 de abril de 1825, Estados Unidos reclamó de manera inmediata la aplicación
de las mismas condiciones para su comercio que las otorgadas a Gran Bretaña,
originando un roce con el Gobierno colombiano.[5]
Pequeña, aunque interesante excepción en la relación Washington – Bogotá, fue
la Convención sobre Abolición del Tráfico de Esclavos, llevada a cabo tras una
negociación sin mayor contratiempo[6],
y firmada el 10 de diciembre de 1824.
Regresando a la disputa comercial
entre Estados Unidos y la República de Colombia, tenemos que la protesta
norteamericana fue inmediata ante el tratado colombo-británico del 18 de abril
1825. Tan airada fue la reacción norteamericana, que al Vicepresidente
Francisco de Paula Santander, opuesto desde el inicio a las condiciones
exigidas por Estados Unidos, no le quedó más opción que decretar el 30 de enero
de 1826 un ajuste en los aranceles a pagar por buques y mercancías
norteamericanos en su comercio con Colombia[7].
Al día siguiente, el Secretario de Relaciones Exteriores, José Rafael Revenga,
escribe una carta al ministro plenipotenciario en Colombia, Richard C.
Anderson, aceptando la reclamación comercial estadounidense, pero explicando
que no es necesario un nuevo acuerdo bilateral[8].
América en 1825 |
Aun así, el 30 de marzo de 1826 el
Presidente de Estados Unidos, John Quincy Adams, dirigió un mensaje al Congreso
de su país respecto al asunto de las relaciones comerciales con Colombia. En
dicho mensaje, expresa gran disgusto al considerar que su país había sido
ofendido al tratársele con inferioridad respecto a Gran Bretaña. Finalmente, el
20 de abril el Congreso de Estados Unidos ordenó igualar los aranceles sobre
buques y mercancías colombianas a los mismos valores que Colombia decretó el 30
de enero, quedando así terminada la crisis.
Si
en 1821 Manuel Torres había llegado a Washington solicitando la apertura de
relaciones en “Recíproca Utilidad y Perfecta Igualdad” entre ambos países,
conforme a las instrucciones dadas a su gobierno; solamente esta disputa
comercial demostró cuan desiguales eran. En efecto, la desesperación del
Gobierno colombiano por obtener reconocimiento internacional lo llevó a ser
tolerante con unas condiciones esencialmente desfavorables. Por su lado,
Estados Unidos actuó en esta materia en busca de asegurar su comercio y tomarle
la delantera a Gran Bretaña. Pero más esclarecedor es volver a la carta
dirigida por John Quincy Adams a Richard C. Anderson en 1823, donde confiesa
cuan reducido es aún el comercio norteamericano con Colombia y las
posibilidades de éste último país para competir con ellos:
“Nuestras exportaciones hasta ahora, se han limitado a harina, arroz,
provisiones saladas, madera, y pocos artículos manufacturados, pertrechos de
guerra, y armas, y algunos productos de las Indias Orientales, a cambio de los
cuales hemos recibido cacao, café, añil, cueros, cobre, y especias. Mucho de
este comercio se originó y continuó, solo por la guerra en la que este país se
ha involucrado, y cesará con ella. Como naciones productoras y navegantes, los
Estados Unidos y Colombia serán más competidores entre sí que socios. Pero como
navegantes y manufactureros, nosotros estamos muy avanzados en la carrera, a la
que ellos todavía no entran, por lo que nosotros podemos, durante muchos años
después de concluida la guerra, mantener con ellos un intercambio comercial,
altamente beneficioso para ambas partes, como transportistas para ellos, de
numerosos artículos de manufactura y de productos importados.”[9]
El asunto del corso colombiano
Como
se ha dicho en varios trabajos historiográficos, el año de 1817 fue testigo de
un repunte de la actividad corsaria bajo pabellón venezolano. En efecto, ese
año fue sancionada la primera Ordenanza de Corso por el propio Simón Bolívar, a
la vez que se establecieron dos Cortes de Almirantazgo, una en Margarita y otra
en Angostura, especialmente para manejar todo lo relacionado con patentes de
corso y juicios de presa. Estos corsarios fueron la base de la escuadra
patriota venezolana, que a su vez daría lugar a la Marina de Guerra de la
República de Colombia; todo ello gracias a la visión y esfuerzos del Almirante
Luis Brión. No se había completado la liberación de Guayana, cuando ya en la boca
del Orinoco la escuadra de Brión apresó buques mercantes norteamericanos
cargados de armas para los españoles. Era apenas el comienzo de una larga
fricción entre los patriotas de Venezuela y Nueva Granada con los comerciantes
y el Gobierno norteamericano[1].
Ahora bien, ¿qué hacían buques
norteamericanos cargando armas y demás mercancías para España?... Pues bien,
más allá del discurso de sus gobernantes – favorable a las independencias de
Hispanoamérica –, los comerciantes y navieros norteamericanos observaron y
aprovecharon la inmejorable oportunidad de convertirse en transportistas del
agonizante imperio español; el cual a su vez también tomó la lógica alternativa
de recurrir a buques mercantes estadounidenses para enviar toda clase de
mercancías y armas a América, a fin de mantener circulando el comercio en las
zonas aún dominadas y abastecer a sus fuerzas militares que combatían de este
lado del Atlántico. Simplemente, la Real Armada Española se había mostrado
impotente para controlar los movimientos marítimos de los patriotas ya en 1816,
y mucho menos lo sería para perseguir y castigar el corso insurgente. La Corona
española pensó, acertadamente, que el neutral pabellón norteamericano
protegería en algo sus mercancías de la depredación corsaria[2].
Sin embargo, para 1823 su imperio en América tenía los días contados de todas
formas, a la par que la marina colombiana y los corsarios patentados por el
Gobierno colombiano actuarían con más agresividad en los años siguientes,
chocando directamente con los intereses comerciales de Estados Unidos[3].
En efecto, ya hacia 1824, cuando la guerra en Perú se iba decidiendo a favor de
los patriotas y toda la fachada atlántico-caribeña de la Gran Colombia se había
despejado de presencia enemiga, los corsarios colombianos centraron sus ataques
en las líneas comerciales que abastecían a Cuba y Puerto Rico desde la
Península. El declive de la actividad corsaria en el Río de la Plata y la
desmovilización de gran cantidad de corsarios estadounidenses tras el cese de
la Guerra Anglo-Estadounidense (1812 – 1815), vino a alimentar la oferta de
marinos y armadores aventureros dispuestos a tomar patente de corso y surcar
los mares bajo pabellón colombiano.
Atacar el comercio español con Cuba
y Puerto Rico seguía siendo un gran negocio, e irónicamente Colombia encontró
en puertos y ciudadanos norteamericanos la mayor fuente de armadores, capitanes
y marineros para la guerra de corso, lo cual explica las frecuentes paradas de
los corsarios colombianos en puertos como Nueva Orleans, Cayo Hueso, Baltimore,
Nueva York y Boston, cuya actividad se reflejó en la prensa de Estados Unidos.
Así que más que hablar de “corsarios colombianos”, deberíamos describirlos como
“corsarios al servicio de Colombia”, pues una gran cantidad de buques,
capitanes y tripulantes eran originarios de Estados Unidos[4].
Esta situación se manifestó con fuerza entre 1823 y 1826 no sólo contra la
protesta y presión de los comerciantes norteamericanos ante su Gobierno, sino
bajo la explícita prohibición del Gobierno norteamericano a sus ciudadanos de
enrolarse en marinas extranjeras o tomar patentes de corso de gobiernos
extranjeros. Es evidente que la ambición de lucro de un sector de la población norteamericana
vinculada al mar, estaba jugando en contra del interés nacional de dicho país. Todo
esto contextualiza y explica la larga y tensa negociación llevada a cabo entre
Anderson y Gual durante 1823 y 1824 para la firma del tratado comercial, pues
Estados Unidos insistió enfáticamente en el principio de que el pabellón
neutral de un buque hacía neutral a la carga, mientras que Colombia
argumentaría que no podía renunciar a su derecho de represalia contra España
mientras ésta no reconociese su independencia, por lo cual perseguiría su carga,
se encontrara ésta a bordo de buques españoles o neutrales.
Es llamativo el caso de un artículo
de opinión aparecido en el periódico caraqueño El Venezolano el 27 de diciembre de 1823[5]
– cuando las negociaciones entre Anderson y Gual llevaban ya algunos meses
estancadas principalmente por el problema del corso colombiano –, en el que se
defiende enfáticamente la guerra de corso contra España. En dicho artículo, se
argumenta que la guerra de corso no es barbarie, sino que está regulada por el
Derecho de Gentes entre las naciones civilizadas[6];
también se menciona que el corso es para Colombia parte de su derecho a la
legítima defensa, siendo la parte más débil y valiéndose también España del
corso. Finaliza
esgrimiendo
que el daño recibido por los neutrales es mucho menor, y reparable, que el que
sufre Colombia por la prolongación de la guerra debido a la continua llegada de
refuerzos y suministros desde España, cosa que se evita con el corso, acelerándose
así el final de la guerra.
La
apasionada defensa del corso por parte de este periódico, da un indicio de la
opinión pública en Colombia sobre este asunto. Más significativo aún se vuelve
este artículo considerando la proximidad e interrelación comercial de Caracas
con el puerto de La Guaira; es preciso recordar que los juicios y subastas de
presas generaban importantes ganancias en los puertos donde se realizaban, por
lo que podría pensarse que un sector nada despreciable de la sociedad
colombiana estaba beneficiándose directamente con el corso. Es muy posible
también que este artículo respondiese a las informaciones llegadas a Caracas
desde la lejana Bogotá, sobre las tensas negociaciones entre Richard Anderson y
Pedro Gual.
Gracias
a las Actas del Consejo de Gobierno de Colombia, sabemos que el 10 de junio y
el 12 de julio de 1824 dicho cuerpo gubernamental tuvo en su agenda el asunto
de la negociación con Estados Unidos por el tratado comercial, el punto de la
guerra de corso y el respeto a la neutralidad de ese país. En la reunión del 10
de junio, el Secretario de Relaciones Exteriores Pedro Gual, presentó las
demandas del ministro Anderson, consistentes en que el pabellón neutral hiciese
neutral a la carga, diciendo además que la República podía aceptar dichas
condiciones sin violar las leyes de las naciones civilizadas, sin detrimento a
la causa nacional y obteniendo muchos beneficios políticos; como que Estados
Unidos también protegería las mercancías colombianas en sus buques contra los
ataques españoles, y que la firma del tratado comercial en negociación
estimularía el reconocimiento de Colombia por parte de otros países y potencias
neutrales. Los Secretarios de Hacienda y del Interior, y el Ministro de la Alta
Corte de Justicia coincidieron con los puntos de vista de Gual[7].
Sin embargo, el Vicepresidente
Francisco de Paula Santander dio una sonora respuesta negándose a las
condiciones que buscaba imponer el ministro Anderson. Presentamos extracto de
sus palabras transcritas en el acta de la sesión del Consejo:
“(…) la situación actual de los Estados Unidos y
la de Colombia difieren esencialmente y que, difiriendo, no es posible que sus
principios, en el punto en cuestión, puedan ser uniformes. Los Estados Unidos
han adoptado, desde que aparecieron en el mundo como nación soberana, el
principio de no mezclarse en las contiendas de las demás naciones, para
favorecer, sin duda, por este medio, su marina y la propiedad de los ciudadanos
(…)
Resulta
de todos estos actos que Colombia está abandonada a sus propios y peculiares
recursos en la guerra con España y, por consiguiente, que no está en el mismo
nivel en que se han colocado los Estados Unidos, es decir, más claro, que de
las dos partes contratantes la una está en plena paz y la otra en estado de
guerra. Aquélla no tiene necesidad de usar del inmanente derecho de disminuir a
su enemigo los medios con que le hace la guerra, y ésta se encuentra en una
posición absolutamente contraria.
El comercio español ha sido el que con sus
fondos ha mantenido la guerra de España con la América……tiene el derecho
inmanente de quitar o disminuirle a su enemigo los medios de hacerle la guerra
o de prolongarla, hostilizándolo por cuantos modos reconoce el derecho de la
guerra, hasta reducirla a hacer la paz (…) [Colombia
expidió] una ordenanza en
que reconoció el principio de que el pabellón neutral no cubría la propiedad
del enemigo y, últimamente, declarando que no se podía importar, ni aun en
buques neutrales, producción alguna natural o manufacturada del territorio
español. Estas medidas han sido justificadas por la experiencia, porque el
comercio español ha sido hostilizado en todos los puntos del globo y perseguido
vivamente por nuestros numerosos corsarios, hasta el punto de que hoy reconocen
las naciones que la España no tiene en sí los medios bastantes para
reconquistar sus colonias. Todos los bienes que esta conducta ha traído sobre
Colombia, y lo más que todavía puede reportar la República en favor de la
consolidación de la independencia, desaparecen en el mismo acto en que la
República negocie con los Estados Unidos un tratado en que reconozca que el
pabellón americano cubre la propiedad enemiga.
Al convenir en este principio abrimos un canal
de salida al comercio español, porque es numerosa la marina mercante de los
Estados Unidos, ofrecemos al mismo comercio una vasta ocasión de reproducir sus
capitales y le proveemos de medios para que pueda auxiliar a su gobierno en la
prolongación de la guerra…
La
España todavía nos llama colonias y rebeldes, y sólo los Estados Unidos nos han
reconocido. Por ese tratado el pabellón de los Estados Unidos no puede cubrir
la propiedad de los colombianos. En dicho tratado se ha convenido en que las
propiedades de las potencias enemigas de España sean cubiertas por el pabellón
americano, y nuestras propiedades no son propiedades de potencia reconocida
como tal por la España. La España y las demás naciones dirán que son
propiedades de súbditos de España que se han rebelado contra su soberano, y que
no pueden reclamar las consideraciones convenidas entre potencia y potencia
(…)”[8]
Santander también acotó:
“(…) [los Estados
Unidos] no lo obtuvieron
[el
principio de que pabellón neutral cubre la carga] de la Inglaterra en el tratado del 19 de noviembre de 1794. La Gran
Bretaña sostuvo que el pabellón no cubría la mercancía, y así quedó convenido
en aquel tratado (…) es a la
República [de Colombia] a quien toca
examinar sus peculiares circunstancias, para convenir en uno de los dos
principios, y de ninguna manera tienen derecho los Estados Unidos para quejarse
de que no adoptemos el que nos propone su ministro en el contraproyecto
presentado (…)”[9]
Concluyendo
categóricamente:
“(…) no puedo persuadirme de que esta
consideración pese más en la balanza que los fundamentos expuestos, al
principio, sobre la imperiosa necesidad de reducir a la España al extremo de
hacer la paz porque le falten medios de sostener la guerra.
Avanzamos nosotros actualmente a conceder un
favor al comercio español, facilitándole mil buques en que pueda comerciar con
todo el mundo, me parece que es un medio de alejar a la España para un
acomodamiento...
(…) Nuestros corsarios, no teniendo ya en qué ocuparse y habituados a
vivir del apresamiento de buques, se convertirían en piratas temibles, que en
vez de favorecer nuestro pobre comercio, lo arruinarían y aun se extenderían a
hostilizar nuestras costas. Los que eran nuestros auxiliares, vendrían a ser
nuestros enemigos.
(…) yo no puedo convenir en el
principio propuesto, y repito aquí lo que dije al secretario de relaciones
exteriores, que se fijase un término a la duración del presente tratado, para
que un día en que la República estuviese en paz pudiese convenir en el dicho
principio.”[10]
Acto seguido el Secretario Gual
insistió en la importancia de cerrar el tratado cuando antes por las razones ya
esgrimidas. Los demás miembros del Consejo coincidieron con Santander y se
propuso que se firmara un acuerdo provisional – que no reconocía el principio
solicitado por Estados Unidos – hasta que la independencia de Colombia fuese
reconocida por España, tras lo cual Colombia no tendría inconveniente a acceder
a las condiciones solicitadas por Estados Unidos. Santander insistió en que
Gual defendiera ante Anderson las razones expuestas y presentase la propuesta
surgida del Consejo.
En el Consejo del 12 de julio, Gual
leyó la contestación de Anderson, en la que el norteamericano insistía en su
posición, alegando que a Colombia le convenía el tratado con Estados Unidos,
aceptando que la bandera cubra la carga. Anderson dijo que no veía perjuicio a
los intereses colombianos. La respuesta de Santander volvió a ser firme:
“No veo destruido el principal argumento en que el gobierno ha fundado
su negativa al proyecto del ministro de los Estados Unidos, a saber: la
diferencia de situación de las dos partes contratantes y la necesidad en que
está Colombia de seguir disminuyendo el poder mercantil de España, en el cual
ha fundado el gobierno enemigo sus esperanzas de auxilios para prolongar la
guerra……restablecido el comercio por la cesación de estas hostilidades,
volvemos a reanimar el poder moribundo de España y le damos armas con qué pueda
proseguir la guerra. Nada de esto afecta a los Estados Unidos (…)
(…) nuestro estado de guerra nos obliga, por los
mismos principios de derecho público, a emplear aquellos medios lícitos que
ellos reconocen para disminuir el poder del enemigo (…)
(…) claro es que en su adopción [del
principio de que el pabellón cubre la carga] nada tenemos que ganar y mucho ganan los españoles. Nosotros los colombianos
no salimos al mar con nuestras propiedades, porque todavía no ha llegado a
tomar este vuelo nuestro comercio, pero los españoles sí tienen que salir con
sus producciones naturales para Europa y conducir de ellas otras para España.
Son ellos los que tienen imperiosa necesidad de un pabellón neutral y no los
colombianos…
Primero.
Un buque de los Estados Unidos o de Colombia, siendo neutral, protegerá la
propiedad de los individuos de la nación con quien la otra parte estuviere en
guerra, siempre que esta propiedad pertenezca a individuos de una nación que
reconozca este mismo principio.
Segundo.
Si la España expresamente conviene con los Estados Unidos, que el pabellón
neutral, como lo es hoy el de dichos Estados, proteja la propiedad de los
colombianos, desde el momento en que fuere ratificada dicha convención, será
obligatorio para Colombia respetar las propiedades enemigas puestas a bordo de
los buques americanos (…)
Tercer
punto. En caso de que la España se negase a convenir en los términos explícitos
que he indicado, es preciso saber la parte o modo con que los Estados Unidos
llevarían a efecto la protección de las propiedades colombianas
(…)
Cuarto.
La protección de las propiedades enemigas, bajo el pabellón de Colombia, no
comprenderá de ningún modo a las propiedades dirigidas a nuestro territorio, o
al territorio de nuestros aliados, que hubieren declarado prohibida la
introducción de manufacturas o productos de cualquier parte del territorio
español, a imitación de lo que este gobierno ha declarado en su decreto de 20
de enero de 1823 (…)
(…) A estos puntos resuelvo que se contraigan
las subsecuentes conferencias del secretario de relaciones exteriores y el
arreglo del tratado con los Estados Unidos (…)”[11]
Después de esa sesión del Consejo de
Gobierno, las negociaciones entre Gual y Anderson continuaron, y encontramos en
El Colombiano, de Caracas, una
interesante nota publicada el 11 de agosto de 1824, en la que se expone el caso
del corsario “General Santander”, el cual fue acusado de varios crímenes por el
New York Mercantile Advertiser y por
el New York Evening Post[12].
Un particular que solo se identificó como “Colombiano”, escribe una larga carta
al referido periódico, en la que explica como el New York Mercantile Advertiser, denuncia que el corsario colombiano
“General Santander”, al mando del capitán Chase – de origen norteamericano –
estuvo varios días surto en el Mississippi, recibiendo la hospitalidad local, aprovechando
para recabar información sobre el tráfico mercante norteamericano, y luego
capturó al buque mercante norteamericano “Mecánico”, el cual estaba en ruta a
México, cargado según el periódico neoyorquino con mercancía estadounidense.
Chase apresó el buque y lo envió con su documentación a La Guaira, a fin de
verificar si la carga era estadounidense o española y someterlo a juicio de
presa. Curiosamente, el New York Evening
Post, sí admitió que la carga a bordo del “Mecánico” era española, alegando
además que estaba asegurada en el puerto de Nueva York; y llegó a solicitarle al
Presidente Monroe en la nota, que enviara un buque de guerra a Colombia para
forzar a ese país a devolver la carga del “Mecánico” y de otros muchos
mercantes norteamericanos apresados por corsarios colombianos.
El autor de la carta defiende al
capitán Chase, esgrimiendo que la carga a bordo del “Mecánico” era española,
que él cumplió lo establecido por la Ordenanza de 1822 y que la carga no sería
devuelta. El anónimo explica que como España no ha reconocido a Colombia,
Colombia no puede ceder a la demanda de Estados Unidos de admitir que el
pabellón neutral cubre la carga de los buques, y que además hostigar el
comercio español es la mejor forma de forzar a España a reconocer la
independencia de Colombia y finalizar la guerra. Esta carta resulta
significativa por el amplio conocimiento de la materia que muestra su autor, lo
cual nos hace pensar que, al menos en las zonas costeras de la República de
Colombia, existía un buen número de funcionarios, intelectuales y demás
notables muy interesados en que continuara la guerra de corso sin restricción,
bien fuera por beneficios materiales, patriotismo, o una mezcla de ambos.
Ahora bien, ¿qué tan lejos llegaba
la depredación del corso colombiano sobre el comercio del Caribe?... El Colombiano nos ofrece datos
interesantes; dice que entre 1823 y 1824 habían sido apresadas 4 fragatas
(mercantes, no de guerra), 17 bergantines, 32 goletas, y 14 queches y barcas[13].
Y el repunte llegaría hacia 1826, dos años después de firmarse el tratado con
Estados Unidos.
Aun con todas las diferencias de
visiones entre la República de Colombia y los Estados Unidos de América, y todo
el énfasis de Santander en defender el interés nacional de Colombia, el tratado
fue firmado el 3 de octubre de 1824[14],
consagrando en su artículo 13 y varios subsiguientes, el principio de que el
pabellón neutral cubre la carga[15].
Interesantemente,
y a pesar de la firma de dicho tratado con Estados Unidos, la guerra de corso
emprendida por Colombia, lejos de disminuir su alcance e intensidad aumentaría
en los dos años siguientes, llevada a cabo mayormente por armadores, capitanes
y marineros de origen norteamericano. Justamente, hacia marzo de 1826 el
“General Santander” apresó cerca de La Habana al bergantín español “Valló” y la
goleta “Indio Prosperina”, procedentes de Cádiz; según nota publicada por la Baltimore Federal Gazette y recogida por
El Colombiano. También circularon en
ambos periódicos la noticia de que el corsario “Ejecutivo” practicó un crucero
por costas cubanas, apresando cinco naves mercantes enviadas luego a Cartagena;
y la historia de unos sobrevivientes llegados a Matanzas el 17 de marzo,
contando que su bergantín, procedente de Lisboa, había sido apresado por un
corsario colombiano y quemado frente al puerto[16].
Los corsarios colombianos llegarían
en 1826 más lejos aún, atacando el comercio español en aguas peninsulares. En
efecto, tenemos noticias de cómo durante ese año corsarios con pabellón tricolor
atacaron las Islas Canarias; se dejaron ver frente a los puertos de Cádiz,
Valencia y Barcelona capturando buques españoles; atacaron las Islas Baleares y
llegaron a desembarcar en aldeas costeras de Galicia y Vizcaya, todo esto ante
la impotencia de la Corona española, pues lo que quedaba de la Real Armada
estaba en La Habana, a la orden del almirante Ángel Laborde[17].
A pesar de todo esto, no puede
negarse que en 1824 la diplomacia norteamericana alcanzó una notable victoria
sobre la República de Colombia al arrancarle el trato de Nación Más Favorecida
y el reconocimiento de que el pabellón neutral cubre la carga de los buques.
Aprovechando la necesidad colombiana de reconocimiento internacional, el
Gobierno estadounidense aseguró una situación ventajosa para su comercio – en
detrimento futuro para el de Colombia –, y lo protegió de la guerra de corso colombiana.
Esta no fue la última fricción entre ambos países, ni sería la más seria.
Cuenca del Mar Caribe hacia 1825. Cuba y Puerto Rico aun bajo dominio español. |
Planes colombianos sobre Cuba y
Puerto Rico
El
asunto ha sido poco estudiado y difundido, pero para 1825 – 1826 era
ampliamente conocido en las cancillerías de Estados Unidos, Gran Bretaña,
Francia, España y de las nuevas repúblicas hispanoamericanas, que México y
Colombia habían firmado una alianza militar, destinada en primer término a
reducir la resistencia española en el castillo de San Juan de Ulúa (Veracruz),
y luego con el objetivo de expedicionar contra Cuba y Puerto Rico, para así
expulsar a los españoles del Caribe. También apareció en la correspondencia
oficial planes menos definidos de atacar Filipinas y las Islas Canarias. Estos
planes alarmarían al Gobierno norteamericano y serían uno de los principales
asuntos en la agenda para el venidero Congreso Anfictiónico de Panamá.[1]
¿Por qué la Gran Colombia pensó en
expedicionar contra Cuba y Puerto Rico?... Analizando el asunto desde la óptica
de la geopolítica, tenemos que estas dos islas representaban para Colombia al
norte una amenaza similar a la que constituyó el Virreinato del Perú en el sur
hasta 1824. En efecto, para 1825 Cuba y Puerto Rico continuaban siendo poderosos bastiones del
imperio español, desde los que se acumulaban hombres y medios para una
hipotética reconquista del continente.[2]
Colombia era particularmente consciente de este peligro, pues en 1823 la
escuadra colombiana había derrotado en el Lago de Maracaibo a una flota traída
por el almirante Ángel Laborde y Navarro desde Cuba. Laborde seguía al frente
del apostadero naval de La Habana, comandando lo que quedaba de la Real Armada
Española, con instrucciones precisas de seguir hostigando Tierra Firme.
Mientras que el Gobierno colombiano
contactó con independentistas cubanos como Gaspar Betancourt Cisneros, José
Aniceto Iznaga, José Agustín Arango y el puertorriqueño Antonio Valero de
Bernabé[3];
ya en 1825 Santander se dio a la tarea de adquirir y/o preparar la flota más
poderosa que Colombia pudo costearse con la finalidad de auxiliar a México en
la captura de San Juan de Ulúa primero, y luego de atacar Cuba. Dicha flota fue
puesta a finales del referido año de 1825 bajo el comando de general Lino de
Clemente y Palacios y del capitán de navío Renato Beluche.
Estos planes no eran solo militares,
sino que marcharon en concordancia con la acción diplomática. El 3 de octubre
de 1823 se firmó el Tratado de Amistad, Unión, Liga y Confederación perpetua
entre Colombia y México,[4]
dirigido al auxilio colombiano para la rendición de San Juan de Ulúa; mientras
que el 19 de agosto de 1825 se firmó el Convenio sobre Auxilios Navales a México,[5]
en el que Colombia se comprometió a enviar su más poderosa flota para auxiliar
a la incipiente marina mexicana en el asedio de la fortaleza ya mencionada.
Finalmente, el 17 de marzo de 1826 se firmó el Plan de Operaciones para la
Escuadra Combinada de México y Colombia,[6]
en el cual ambas repúblicas acordaron reunir sus escuadras en el Golfo de
México bajo mando único, para cazar a la escuadra española y destruirla,
abriendo el camino a un desembarco en Cuba y Puerto Rico.
Este plan en progreso, conjunto en
teoría, pero con un notable impulso colombiano; alarmó a Estados Unidos, Gran
Bretaña y Francia. Mientras que Gran Bretaña y Francia tuvieron una actitud más
dubitativa,[7]
Estados Unidos – cuyo Gobierno ya aspiraba a la adquisición de Cuba tras la de
Florida en 1819 – tomó una acción unilateral decisiva: pedir la mediación entre
España y las nuevas repúblicas a Rusia, líder moral indiscutible de la Santa
Alianza.
El 10 de mayo de 1825 el Secretario
de Estado Henry Clay escribió a Henry Middleton, ministro plenipotenciario en
Rusia. En dicha carta, Clay instruye a Middleton para que convenza al Zar de mediar
entre los beligerantes. Explica que España tiene ya la guerra perdida; que las
nuevas repúblicas hispanoamericanas han venido fortaleciéndose y han hecho
pactos de alianza entre ellas, logrando el reconocimiento extranjero; por lo
que la guerra pronto cambiará de naturaleza para España, convirtiéndose ese
país en víctima de los ataques cada vez más destructivos de las nuevas repúblicas,
las cuales con sus crecientes marinas y fuerzas corsarias podrían apoderarse de
Cuba y Puerto Rico, además de hostigar el comercio español en aguas europeas.
En la carta se detalla todo esto como un escenario muy perjudicial para el
comercio de Estados Unidos y Europa, a la vez que se dice con claridad que
Estados Unidos no desea que Cuba y Puerto Rico caigan en manos de las nuevas
repúblicas ni de alguna otra potencia europea, por lo que se le solicita al Zar
que medie, haciendo razonar al rey Fernando VII antes de que el conflicto
escale su dimensión y se haga más destructivo para los intereses de todas las
potencias neutrales.[8]
Acto seguido, el Gobierno
norteamericano informó de su maniobra a Francia y Gran Bretaña, obteniendo su
aprobación; y desde luego a Colombia, para que pusiera en alto sus planes. El
16 de septiembre de 1825 el ministro norteamericano en Bogotá, Richard C. Anderson,
fue instruido en este sentido por carta del Secretario de Estado Henry Clay.[9]
Así pues, la diplomacia norteamericana hizo un magistral movimiento para
detener, al menos temporalmente, la expedición colombiana a las Antillas
Españolas.
El
30 de diciembre de 1825 el ministro colombiano en Washington José María Salazar
respondió una carta a Henry Clay, en la que el norteamericano le solicitaba
explícitamente a Colombia congelar sus planes sobre Cuba y Puerto Rico hasta
haber concluido la mediación rusa. En dicha misiva, Salazar no reconoció la
existencia de un plan para atacar Cuba y Puerto Rico, enmascarando la actividad
militar-naval visible en Cartagena como el retorno del Ejército Auxiliar en
Perú por vía marítima siguiendo la ruta Callao–Panamá–Cartagena. Salazar además
justificó la posibilidad de que Colombia invadiera Cuba y Puerto Rico, pero sin
admitir las afirmaciones norteamericanas, justificándose por la gran cantidad
de armas, buques y hombres que España había acumulado en dichas islas, amenazando
la independencia de Colombia. Muy cortésmente Salazar agradeció al Gobierno de
Estados Unidos por gestionar la mediación del Zar y finalizó diciendo que el asunto
de Cuba y Puerto Rico sería discutido en el venidero Congreso en el Istmo de
Panamá, dando así tiempo suficiente al Gobierno ruso para hacer su mediación
con la Corona española[10].
El Gobierno norteamericano puso
grandes esperanzas en esta maniobra diplomática, haciéndole saber tanto a Gran
Bretaña y a Francia, como a Colombia y México, que era imprescindible que se
suspendiera el ataque a Cuba y Puerto Rico. No sólo existían en Washington
temores a la anexión o satelización de Cuba por Colombia y/o México, sino
también que la guerra en la isla creara un nuevo escenario de rebelión negra
análogo al de Haití, que se extendiera al sur de su país, donde la esclavitud
era mantenida férreamente por los terratenientes blancos anglosajones, y ya
existían tensiones entre los abolicionistas del norte y los esclavistas del sur.[11]
Por su parte, el Gobierno de
Colombia actuó con prudencia ante la clara negativa norteamericana, pero sin
comprometer del todo sus intereses nacionales. El Secretario Pedro Gual dijo al
ministro Anderson que por deferencia a Estados Unidos, y agradeciendo sus
buenos oficios al conseguir la mediación rusa, Colombia se abstendría por el
momento de atacar Cuba, pero que el asunto sería discutido en la Asamblea de
repúblicas hispanoamericanas en Panamá. Gual dijo además que Colombia, al estar
ligada por pactos a las demás repúblicas hispanoamericanas, no podría aceptar
un armisticio con España sobre la base de no apoyar a esas otras repúblicas en
sus operaciones militares contra la ex metrópoli.[12]
Llegado ya el año de 1826, el
Gobierno colombiano envió al Secretario de Relaciones Exteriores Pedro Gual
como Ministro Plenipotenciario a la Asamblea del Istmo, junto con el general
Pedro Briceño Méndez, Secretario de Guerra y Marina. Gual fue entonces
reemplazado por José Rafael Revenga, quién sería un interlocutor mucho más
firme y difícil de tratar para el ministro norteamericano Richard C. Anderson.
Dicho diplomático trató de comprometer a Revenga con la promesa escrita de no
atacar Cuba, recibiendo como respuesta que México y Colombia contaban con los
medios para llevar a cabo la expedición. El 2 de marzo Anderson recordó a
Revenga que las gestiones adelantadas por Estados Unidos, Gran Bretaña y Rusia
para obtener la paz sólo seguirían si Colombia se comprometía a no atacar Cuba
y Puerto Rico. Revenga respondió claramente el 17 de marzo – justamente el
mismo día que se firmó en Ciudad de México el Plan de Operaciones para la
escuadra combinada colombo-mexicana – que los deseos de Estados Unidos
afectaban los intereses de Colombia, que ya había iniciado los preparativos al
respecto. Como suavizando el impacto de sus declaraciones, aseguró que Cuba y
Puerto Rico no pasarían por los mismos desordenes que Haití, y que Colombia no
daría ningún paso precipitado en ese sentido hasta que la Asamblea del Istmo no
diera una resolución final al respecto.[13]
Hasta ahora hemos mencionado varias
veces que el plan de ataque sobre Cuba y Puerto Rico incluyó activamente a
México. ¿Cómo se dio esta coincidencia entre México y Colombia?, ¿Qué intereses
tenía México al respecto?... Tras la abdicación del Emperador Agustín Iturbide
y el establecimiento del régimen republicano, el nuevo Gobierno mexicano buscó
de manera natural la alianza con Colombia. Esto debido a que justamente desde
Cuba se mantenía el abastecimiento de San Juan de Ulúa, cabeza de playa española
en territorio mexicano. Solo Colombia estaba en la localización idónea, tenía
intereses convergentes y la fuerza naval necesaria para ayudar a México a
ponerle punto final a su guerra con España.[14]
Es relevante que una vez caído el castillo de San Juan de Ulúa (noviembre de
1825), el Congreso mexicano llegó a votar favorablemente a una operación
conjunta con Colombia para desembarcar en Cuba unos seis mil hombres.[15]
Ciertamente México tenía un interés estratégico primordial en erradicar la
presencia española de Cuba, que estaba a escasa distancia de su litoral, lo que
no pasó inadvertido para Estados Unidos que ya en 1822 alertaba a España sobre
la posibilidad de un ataque mexicano o colombiano a la isla, temeroso ante todo
de que una eventual rebelión negra se extendiera a su propio país, como ya
hemos venido explicando.[16]
Ahora bien, ya hemos expuesto los
objetivos contrapuestos de Colombia y Estados Unidos, así como también los de
México, y las acciones tomadas por los tres países para lograrlos. Aunque este
ensayo se centra en las relaciones diplomáticas entre Colombia y Estados
Unidos, y no en sus capacidades militares para materializar sus objetivos
nacionales y/o disuadir a sus adversarios; resulta oportuno revisar, aunque sea
aproximadamente, las capacidades militares de Colombia y México para llevar a
cabo este plan que tanto inquietó a Estados Unidos, así como la de España para
evitarlo.
El autor venezolano Fermín Toro
Jiménez nos dice que la correlación de fuerzas era desfavorable a la coalición
colombo-mexicana, presentándonos que en La Habana los españoles contaban con un
navío de línea, seis fragatas, dos corbetas y buques auxiliares (bergantines y
goletas); mientras que del lado colombiano se contaban tres fragatas, tres
corbetas y una goleta[17].
Por su parte, el historiador español
Serrano Mangas nos presenta las siguientes cifras hacia el año de 1826:
Colombia con un navío de línea y cuatro fragatas; México con una fragata y
varios bergantines y goletas; y la escuadra de Laborde en Cuba con un navío de
línea, tres fragatas, una corbeta y un bergantín, llegando más tarde dos navíos
y una fragata procedentes de España.[18]
El Gobierno mexicano estaba
consciente de que no disponía de una flotilla corsaria como la de Colombia, de
marina regular como la suya, ni tampoco de su experiencia en la materia. Por
ello ese Gobierno realizó esfuerzos consistentes en la adquisición de buques y
la contratación del Comodoro David Porter en Estados Unidos.[19]
Esta nueva escuadrilla al mando de Porter, formada por un bergantín nuevo
adquirido en Estados Unidos, un mercante armado y un corsario, realizó varios
cruceros de ataque por costas cubanas a finales de 1826 y comienzos de 1827,
teniendo como base el apostadero de Cayo Hueso, al sur de la Florida[20].
Estas operaciones de la escuadrilla demostraron la poca operatividad de la
escuadra de Laborde, que no pudo detenerlos sino hasta 1828.
En cuanto a las fuerzas navales
colombianas, sabemos por las propias presentaciones de los Secretarios del
Gobierno ante el Senado a principios de 1826, que hacia febrero y marzo de ese
año la Marina de Guerra de Colombia llegó al cénit de su poder, contando en sus
fuerzas: un navío de línea, cuatro fragatas, cinco corbetas, siete bergantines
y nueve goletas, junto a más de cuarenta buques de pequeño porte.[21]
Si bien todas estas embarcaciones no estuvieron disponibles al mismo tiempo;
por encontrarse algunas en el Pacífico, y otras en mantenimiento, averiadas o
desarmadas, es de resaltar la presencia de dos grandes fragatas de 64 cañones,
la “Colombia” y la “Cundinamarca”, construidas en Estados Unidos y adquiridas
nuevas, las cuales contaban con los últimos adelantos tecnológicos y podían
plantarle cara a cualquiera de los viejos y podridos navíos que España aún
tenía en servicio. Con todo esto queremos decir que los temores de Estados
Unidos no eran ni mucho menos exagerados o infundados.
Ciertamente, no es un objetivo de
este ensayo precisar si Colombia y México habrían podido vencer a la escuadra
de Laborde e invadir Cuba y Puerto Rico; y más allá de afirmaciones como la de
Fermín Toro Jiménez de que el plan era “un tanto quimérico”[22]
debido a la fuerza de la escuadra española o de los problemas financieros de
Colombia; es nuestro pensar que la preocupación norteamericana acerca de la
proyectada expedición resulta reveladora de que la misma era factible, y
constituyó una amenaza a las aspiraciones de expansión territorial y hegemonía
continental de Estados Unidos. En todo caso, lo que sí podemos afirmar sin
especulación, es que este asunto constituyó el mayor roce entre Estados Unidos
y la Gran Colombia, siendo también la principal razón que llevó al Gobierno
norteamericano a querer vigilar muy de cerca las sesiones de la Asamblea que se
reuniría en el Istmo de Panamá.
Poco
hemos mencionado hasta ahora la posición personal del Libertador Simón Bolívar
respecto a este delicado plan de ataque sobre Cuba y Puerto Rico. Podemos decir
que aunque ideas sobre el asunto aparecen abundantemente en la correspondencia
de Bolívar desde 1825 hasta 1828, dicha expedición siempre fue para él algo
secundario, una forma de presionar a España para que reconociera la
independencia de Colombia y firmara la paz, y no un plan agresivo destinado a
extender el territorio y poder de Colombia, destacando que en la documentación
revisada nunca aparecen de la pluma del Libertador las palabras “anexar”,
“conquistar” o “incorporar” Cuba y Puerto Rico a su república. Consideramos
decisiva esta actitud del Libertador hacia el asunto, lo que ayuda a explicar
por qué la historia no fue testigo de una “Campaña Libertadora del Norte” sobre
Cuba y Puerto Rico, como lo fue de la del Sur sobre Perú y Bolivia.[23]
El Congreso Anfictiónico de Panamá
El Congreso Anfictiónico de Panamá,
llamado en su momento simplemente como “Asamblea del Istmo” o “Congreso del
Istmo”, fue la mayor iniciativa diplomática emprendida por la República de
Colombia – y por cualquier Estado latinoamericano – durante el período
inmediatamente posterior a la independencia, siendo un acontecimiento bastante
estudiado hoy en día. Baste recordar que el mismo se reunió por convocatoria de
Simón Bolívar en diciembre de 1824 en Lima; siendo Perú el Estado convocante
junto con Colombia; aunque desde el inicio fue claro que Colombia era el motor
de tal iniciativa. Colombia fue anfitriona no solo porque el Istmo de Panamá era
la localización equidistante perfecta.
Desde el comienzo de los
preparativos, en el Gobierno colombiano surgió un dilema no muy fácil de
resolver… ¿a qué países invitar?... Ya el 7 de octubre de 1824 Pedro Gual envió
una nota al ministro colombiano en Washington, José María Salazar, en la que le
indicaba que Estados Unidos tenía intereses coincidentes con Colombia en: 1°
Finalizar toda colonización europea en América, y 2° Oponerse a la Santa Alianza.
Por tal motivo, Gual ordenaba a Salazar tantear confidencialmente la opinión
del Gobierno norteamericano acerca de la proyectada Confederación (Hispano)
Americana y descubrir si la misma sería aceptada.[1]
El 6 de febrero de 1825 Santander
escribió a Bolívar, expresándole que juzgaba favorable invitar a Estados Unidos
a la Asamblea del Istmo; refiriéndose a ese país además, como un aliado al que
agradaría dicha invitación. Santander adjuntó copia de las órdenes enviadas al
ministro Salazar en Washington para que proceda en tal sentido. Salazar también
fue instruido de contactar al ministro brasileño e invitarlo al Istmo.[2]
Evidentemente Santander actuó sin consentimiento explícito de Bolívar, lo cual
hace preguntarnos al menos dos cosas: ¿Qué llevó a Santander a invitar a
Estados Unidos?, ¿por qué informó a Bolívar cuando ya había procedido?... Ríos
de tinta se han vertido al respecto, acusando a Santander de haberse vendido a
los intereses norteamericanos. Sin embargo, pensamos que esta idea es poco
sostenible existiendo tanta documentación en la que Santander expresó clara
molestia por la obstrucción estadounidense a sus planes sobre Cuba y Puerto
Rico, así como su enconada oposición a reconocer el principio de que el
pabellón neutral cubriera la carga, y su decidida promoción de la guerra de
corso. Para 1825 el Departamento de Estado de EE.UU. seguía muy de cerca los
movimientos diplomáticos colombianos, por lo que habría sido poco prudente
excluir totalmente a ese país de la reunión. Es probable que Santander invitara
a ese país como observador, a fin de discutir comercio, tráfico de esclavos y
asuntos comunes; pero dejando entre hispanoamericanos, y a puerta cerrada, los
asuntos más delicados; como sus planes para Cuba y Puerto Rico.[3]
Bolívar escribió el 7 de abril de
1825 a Santander, manifestando que no deseaba invitar a Estados Unidos, pero
más por temor a irritar a los británicos – con quien consideraba imprescindible
la alianza de la futura confederación hispanoamericana –, que por pensar que
los estadounidenses sabotearían la Asamblea.[4]
Más tarde el 30 de mayo Bolívar escribió a Santander que los norteamericanos y
los haitianos eran para él extranjeros, por lo que jamás estaría a favor de
invitarlos al Congreso.[5]
Significativamente, aun con esta
clara manifestación de la postura de Bolívar, las maniobras del Gobierno
colombiano continuaron. El 23 de septiembre de 1825 el nuevo Secretario de
Relaciones Exteriores, José Rafael Revenga, instruyó a los delegados a Panamá: Pedro
Gual (ex Secretario de Exteriores) y el general Pedro Briceño Méndez (ex
Secretario de Guerra y Marina). En la misiva, Revenga les indica que deben
ajustarse a los tratados ya firmados con Estados Unidos y Gran Bretaña, pero
defendiendo el interés nacional contra la abolición del corso de manera firme y
absoluta, argumentando todos los perjuicios que se sufrirían de no tener el
corso. Revenga también ordena condiciones firmes por parte de Colombia en
cuanto al tránsito de personas y mercancías extranjeras desde el Mar Caribe
hacia el Océano Pacífico a través de territorio colombiano.[6]
Revenga, hombre de confianza de Bolívar pero cercano también a Santander,
pareció marcar una línea más firme respecto a Estados Unidos que su predecesor
Gual; aunque continuó con lo ya ordenado por el propio Santander. El 2 de
noviembre el ministro colombiano en Washington, Manuel Salazar escribió al
Secretario de Estado, Henry Clay, invitando ya oficialmente a Estados Unidos a
la próxima Asamblea del Istmo. Salazar hizo la invitación explicando que se debatirían
asuntos importantes, del interés de Estados Unidos, tales como la esclavitud,
la trata de africanos y los derechos de los negros; pero que no se
comprometería su neutralidad.[7]
El 30 de noviembre contestó Henry Clay, diciendo que el Presidente Adams
autorizaba el envío de delegados a la Asamblea, pero que los mismos no estarían
autorizados a entrar en deliberaciones o actos que rompieran la neutralidad de
su país.[8]
Se concretaba así la participación norteamericana en el Congreso de Panamá.
Más arriba mencionamos que en
Washington se seguían detenidamente las maniobras diplomáticas de Colombia… El
3 de enero de 1826 el Secretario de Estado presentó al Senado un informe
completo sobre Colombia, que incluía como anexos todos los tratados firmados
hasta la fecha por dicho Estado con otras repúblicas hispanoamericanas. Fueron
así presentados los tratados con Perú, Chile, Centroamérica y México. Nos damos
cuenta de esta manera que en Washington no solo se conocían las maniobras
diplomáticas colombianas, sino que además se estaba plenamente en cuenta de que
Colombia se comportaba como líder regional.[9]
Con todo esto claro, al igual que sus objetivos nacionales, Henry Clay dio
instrucciones a sus delegados, Richard C. Anderson y John Sergeant, el 8 de
mayo de 1826. En dicha misiva, se dedican muchas líneas a los planes
colombianos sobre Cuba y Puerto Rico; Clay deja claro el interés sobre Cuba y
el deseo de que no cambie de manos, pues no se considera a los cubanos capaces
de ser independientes. Se desconfía de qué países tutelarían la independencia
cubana, y rechaza absolutamente la absorción de la isla por Colombia o México,
temiendo que la escalada del conflicto con España afecte sus intereses de
diversas maneras. Clay no considera que Colombia y México tengan la capacidad
de llevar a cabo la expedición, y declara que Estados Unidos no les
suministrará ni buques, ni armas, ni marineros para ello. Finalmente, expresa
su interés en la posibilidad de que se abra un canal interoceánico en el Istmo.[10]
Aunque fue la mayor preocupación
norteamericana, el tiempo no alcanzó en Panamá para que los delegados de
México, Centroamérica, Colombia y Perú debatieran sobre la expedición a Cuba y
Puerto Rico. Apenas pudieron completar la redacción del Tratado de Unión, Liga
y Confederación Perpetua, el cual se firmó el 15 de julio de 1826, y un
delegado de cada país llevó copia a sus respectivos gobiernos para la necesaria
ratificación. De todo el cuerpo de dicho acuerdo, destacamos el artículo 5, que
abría la posibilidad de una mayor cooperación naval entre los signatarios.[11]
Como necesario complemento, se firmó también la Convención de Contingentes, la
cual establecía entre otras cosas, que los cuatro países debían levantar un
ejército común de 60.000 hombres, de los cuales México aportaría 32.750,
Colombia 12.250, Centroamérica 6.750 y Perú 5.250. De igual forma se establecía
la creación de una marina federal, para la cual México aportaría 4.558.475
pesos fuertes, Colombia 2.205.714 y Centroamérica 955.811. Perú asumiría por su
parte la defensa naval en el Pacífico, mientras que Colombia y México
compartirían dicha responsabilidad en el Caribe y el Atlántico.[12]
Como es bien sabido, estos acuerdos
quedaron en papel mojado, pero de haberse cumplido, se habría formado una
marina federal – lo más temido por Estados Unidos – dotada con 3 navíos de
línea, 7 fragatas, 7 corbetas y 5 bergantines, junto con el ya mencionado
ejército de 60.000 hombres; cifras cercanas a los 60.000 hombres y la escuadra
que poseía España en ese momento, y muy superiores a los 10.000 hombres del
ejército de Estados Unidos, y los 7 navíos, 8 fragatas, 2 corbetas y 10
bergantines que ese país poseía en aquel entonces.[13]
Interesantemente, a su retorno de
Panamá – mientras Pedro Gual fue a Tacubaya (México) a continuar la Asamblea –
Pedro Briceño Méndez en su informe a Bolívar hizo énfasis en la importancia de
la marina federal para neutralizar a la armada española, y proceder a ocupar
Cuba y Puerto Rico, y más tarde las Canarias, llevando luego la guerra a aguas
europeas. Briceño Méndez también denunció la interposición de Estados Unidos a
estos planes y la colisión de intereses de Colombia con los de Gran Bretaña y
Francia.[14]
El 11 de agosto, ya habiéndose
mudado la Asamblea a la Villa de Tacubaya en México, Bolívar escribió a los
delegados colombianos exponiendo sus ideas, siendo enfático en reforzar la
alianza con Centroamérica y México, y mencionando explícitamente la expedición
a Cuba y Puerto Rico.[15]
Estas ideas no llegaron siquiera a la mesa de negociación, pues en Tacubaya no
se ratificaron los acuerdos firmados el 15 de julio de 1826. Ya cuando el
Congreso se ha mudado a México, es cuando aparece el delegado norteamericano,
que había salido demasiado tarde para llegar a tiempo a Panamá, pero con el
suficiente de arribar a México; donde manejaron tras bastidores los hilos de la
diplomacia para dejar en letra muerta los acuerdos ya mencionados, que
evidentemente levantarían una Confederación muy difícilmente superable para
Estados Unidos. Si en Panamá se redactaron y firmaron los acuerdos fundamentales
de la Confederación, en Tacubaya se podrían discutir asuntos como la expedición
a Cuba. En ese sentido, Sergeant llegó oportunamente para cumplir los objetivos
dictados por Clay.[16]
Llegó solo Sergeant, ya que Anderson murió en Cartagena antes de zarpar para el
Istmo.
Según Fermín Toro Jiménez, Colombia
era el núcleo de esta iniciativa política, y en segundo lugar México. Al
fracasar el proyecto, se inició el declive de Colombia en el sistema
internacional.[17] Justo
también es considerar las tremendas dificultades económicas y políticas en las
que entró Colombia a partir de 1826, que incidieron directamente en el casi
desguace de su marina de guerra, herramienta indispensable y núcleo de todo el
proyecto planteado. También debe considerarse la desconfianza mexicana y
peruana a una posible hegemonía colombiana, lo que sin duda fue usado por la
diplomacia norteamericana para torpedear la proyectada confederación y los
planes sobre Cuba y Puerto Rico, último esfuerzo de los libertadores para
borrar del mapa americano al imperio español.[18]
Conclusión
Como ya es harto conocido, el 2 de
diciembre de 1823 el presidente James Monroe declaró ante el Congreso de
Estados Unidos una serie de principios que luego conoceríamos como “Doctrina
Monroe”. Tales principios implicaban que ese país consideraría como amenaza a
su paz y seguridad cualquier intento de recolonizar el continente americano por
parte de las potencias europeas. Además, se defendía la independencia de las
nuevas repúblicas; pero Estados Unidos declaraba que respetaría la posición
europea en las colonias que aún conservaban, manteniendo su neutralidad entre
España y las nuevas repúblicas, aun habiéndolas reconocido.[1]
Esto no podía sino degenerar en la
hegemonía de Estados Unidos en el Nuevo Mundo. Pero, ¿acaso ninguna de las
nuevas repúblicas podía contrapesar al país anglosajón?... Hacia 1825 la
República de Colombia contaban con una población cercana a los tres millones de
habitantes; una situación geográfica estratégica, con amplias fachadas sobre el
Atlántico, el Caribe y el Pacífico, y con dos enormes cuencas fluviales – la
del Orinoco y la del Magdalena – que comunicaban el interior del país con el
mar, abundantes recursos naturales; un bien ganado liderazgo político en la
región; y además el ejército y la marina más fuertes y experimentados de Iberoamérica,
por lo que podía perfectamente ser considerada por Estados Unidos como un
potencial rival por la hegemonía continental.[2]
El escenario donde se centró este
choque entre Estados Unidos y la Gran Colombia fue el Mar Caribe, jugando un
rol clave la marina de guerra colombiana, que venía fortaleciéndose
aceleradamente. En efecto, este cuerpo fue el sustento material para los planes
militares sobre Cuba y Puerto Rico, así como la alianza con México.
Evidentemente, este dinamismo de Colombia en la escena caribeña despertó los
peores temores de Estados Unidos, y desde luego también de Gran Bretaña y
Francia, tres países que no estaban dispuestos de ninguna manera a que se perjudicasen
sus intereses comerciales, económicos, políticos y estratégicos por la posible
expansión de Colombia en un área que venía a ser “el centro de las Américas”.[3]
La República de Colombia, por la red
de tratados firmados con Perú, México, Chile, Centroamérica y el Río de la
Plata, era hacia 1825 el principal interlocutor con el que Estados Unidos debía
entenderse para comenzar a articular sus planes continentales.[4]
No en vano fue el primer país que reconoció y con el primero que estableció
relaciones formales, a la par que vigiló de cerca sus maniobras políticas y
militares. Cuando dichas maniobras se volvieron demasiado peligrosas para los
intereses norteamericanos – como los preparativos para lo que parecía ser la
inminente invasión de Cuba y Puerto Rico –, Estados Unidos se valió de todos
los recursos diplomáticos a su alcance para evitarlo, alistando también sus
medios armados por si llegara a ser necesario.
La Gran Colombia y Estados Unidos
tuvieron un manifiesto choque de intereses estratégicos a mediados de la década
de 1820. El pulso entre ambas naciones no sólo decidiría el destino de Cuba y
Puerto Rico, sino el equilibrio general de fuerzas en América por los
siguientes dos siglos; pues más que una simple colisión de objetivos, estas dos
repúblicas chocaron también a nivel ideológico, aunque los gobernantes
colombianos quizá no fueron completamente conscientes de ello, ni la
historiografía posterior ha manejado ese enfoque.
Si
bien tanto Estados Unidos como la Gran Colombia eran repúblicas formadas sobre
la base de las ideas de la Ilustración, nacidas de revoluciones contra
metrópolis coloniales europeas y con un fuerte ideal democrático; las
diferencias que las separaron eran mayores. Estados Unidos tenía una política
semi esclavista, mientras que Colombia apostó por la abolición progresiva o
manumisión; Estados Unidos tenía una mentalidad protestante puritana, mientras
que Colombia tenía su base de mentalidad en el catolicismo, pero era un Estado
laico; Estados Unidos era un proyecto político racista, elitista y excluyente,
mientras que en Colombia los negros y pardos habían alcanzado gran poder e
influencia a través de las fuerzas armadas y la guerra contra España, haciendo
totalmente inviable un dominio político exclusivo por parte de los blancos
criollos; los estadounidenses comenzaban ya a creer que eran una nación
diferente a todas las demás, con una misión especial en la Tierra – lo que más
adelante se conocería como el “Destino Manifiesto” –, mientras que Colombia
poseía un fuerte liderazgo regional basado en las ideas y acciones de Simón
Bolívar; y la diferencia mayor: Estados Unidos albergaba ya el objetivo de
dominar las Américas – Doctrina Monroe –, mientras que Colombia aspiraba a
erigirse en líder de una confederación hispanoamericana. Evidentemente ambos
Estados, con sus intereses contrapuestos y sus ideales antitéticos en colisión,
monroísmo vs. bolivarianismo, no cabían al mismo tiempo en el continente
americano.
James Monroe |
Simón Bolívar |
Fuentes
Documentales
Cuerpo
de Leyes de la República de Colombia, que comprende todas las leyes, decretos y
resoluciones dictados por sus congresos desde el de 1821 hasta el de 1827.
Caracas, Imprenta de Valentín Espinal, 1840
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SIN AUTOR.
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Unida. Disponible en: http://hispanoamericaunida.com/2014/11/24/hispanoamerica-1825/
(Revisado On Line el 03 de agosto de 2015 a las 05:54 pm)
[1] Fragmentos del séptimo mensaje
anual del Presidente de los Estados Unidos, James Monroe, al Congreso
norteamericano. 2 de diciembre de 1823 en De
Panamá a Panamá. Acuerdos de Integración Latinoamericana 1826 – 1881, pp.
43 – 44
[2] Toro Jiménez, Fermín. Ob. Cit., pp. 328-329
[3] Ibídem, pp. 330-332
[4] Ibídem, pp. 259-260
[1] Nota de Pedro Gual a José María
Salazar, contentiva de las instrucciones que deben seguir los Representantes a
la Asamblea de Panamá, donde asimismo se manifiesta que el Ejecutivo de la
República de Colombia desea que los Estados Unidos envíen Plenipotenciarios a
Panamá. Bogotá, 7 de octubre de 1824 en De
Panamá a Panamá. Acuerdos de Integración Latinoamericana 1826 – 1881, pp.
51 – 54
[2] Carta de Francisco de Paula
Santander, Vicepresidente de Colombia, al Libertador Presidente, Encargado del
Poder Ejecutivo del Perú, Simón Bolívar. Bogotá, 6 de febrero de 1825 en Documentos sobre el Congreso Anfictiónico de
Panamá, pp. 44 – 45
[3] De la Reza, Germán A. Documentos sobre el Congreso Anfictiónico de
Panamá, pp. XVI - XVII
[4] Frankel, Benjamín Adam. Venezuela y los Estados Unidos, 1810 – 1888,
pp. 54 – 55
[5] Bolívar, Simón. Obras Completas Vol. II, p. 148
[6] Instrucciones especiales del
Secretario de Relaciones Exteriores de Colombia a sus delegados. Bogotá, 23 de
septiembre de 1825 en Documentos sobre el
Congreso Anfictiónico de Panamá, pp. 82 – 83
[7] Oficio de Manuel Salazar al
Secretario de Estado de Estados Unidos. Washington,
2 de noviembre de 1825 en British and
Foreign State Papers 1825 – 1826. Volume XIII, pp. 396 – 398
[8] Carta del Sr. Clay al Sr.
Salazar. Washington, 30 de noviembre de 1825 en British and Foreign State Papers 1825 –
1826. Volume XIII, pp. 399 – 400
[9] Reporte del Presidente John
Quincy Adams al Senado. 9 de enero de 1826 en British and Foreign State Papers 1825 – 1826. Volume XIII, p. 402
[10] Instrucciones generales dadas
por John Quincy Adams y Henry Clay a Richard C. Anderson y John Sergeant. Washington,
8 de mayo de 1826 en De Panamá a Panamá.
Acuerdos de Integración Latinoamericana 1826 – 1881, pp. 150 – 155
[11] Tratado de Unión, Liga y
Confederación Perpetua de las Repúblicas de Colombia, Centroamérica, Perú y
Estados Unidos Mexicanos. Panamá, 15 de julio de 1826 en Documentos sobre el Congreso Anfictiónico de Panamá, pp. 210 – 211
[12] Convención de Contingentes entre
las Repúblicas de Colombia, Centroamérica, Perú y Estados Unidos Mexicanos.
Panamá, 15 de julio de 1826 en Documentos
sobre el Congreso Anfictiónico de Panamá, pp. 221 - 225
[13] Sin autor. “Hispanoamérica:
1825” en Hispanoamérica Unida.
Disponible en: http://hispanoamericaunida.com/2014/11/24/hispanoamerica-1825/
(Revisado On Line el 03 de agosto de 2015 a las 05:54 pm)
[14] Carta del general Pedro Briceño
Méndez al Libertador Simón Bolívar. A bordo de la “Macedonia” frente a
Buenaventura, el 22 de julio de 1826 en Memorias
del General O´Leary. Tomo VIII, pp. 214 – 215
[15] Carta a los señores Ministros
Plenipotenciarios de Colombia en el Congreso de Panamá (Don Pedro Gual y
General Pedro Briceño Méndez). Lima, 11 de agosto de 1826 en Obras Completas Vol. II, p. 461
[16] Rivas, Raimundo. Ob. Cit., p. 30 y pp. 35 – 36 y Gil
Fortoul, José. Historia Constitucional de
Venezuela (Tomo I), p. 567
[17] Toro Jiménez, Fermín. Ob. Cit., p. 376
[18] Ibídem, 254
[1] Sin autor. “Hispanoamérica:
1825” en Hispanoamérica Unida.
Disponible en: http://hispanoamericaunida.com/2014/11/24/hispanoamerica-1825/
(Revisado On Line el 03 de agosto de
2015 a las 05:54 pm)
[2] Toro Jiménez, Fermín. Ob. Cit., p. 367
[3] Ídem
[4] Tratado de Amistad, Unión, Liga
y Confederación perpetua entre Colombia y México en Relaciones diplomáticas de Colombia y la Nueva Granada: Tratados y
Convenios 1811 – 1856. Biblioteca
Digital de la Universidad Nacional de Colombia. Disponible en: http://www.bdigital.unal.edu.co/4773/1044/Relaciones_Diplomaticas_de_Colombia_y_La_Nueva_Granada.html
(Revisado el 06 de abril de 2016 a las 07:44 pm On Line)
[5] Convenio sobre Auxilios Navales
a México en Relaciones diplomáticas de
Colombia y la Nueva Granada: Tratados y Convenios 1811 – 1856 en Relaciones diplomáticas de Colombia y la
Nueva Granada: Tratados y Convenios 1811 – 1856. Biblioteca Digital de la
Universidad Nacional de Colombia.
Disponible en: http://www.bdigital.unal.edu.co/4773/1044/Relaciones_Diplomaticas_de_Colombia_y_La_Nueva_Granada.html
(Revisado el 06 de abril de 2016 a las 07:44 pm On Line)
[6] Plan de Operaciones para la
Escuadra Combinada de México y Colombia en Relaciones
diplomáticas de Colombia y la Nueva Granada: Tratados y Convenios 1811 – 1856.
Biblioteca Digital de la Universidad Nacional de Colombia. Disponible en: http://www.bdigital.unal.edu.co/4773/1044/Relaciones_Diplomaticas_de_Colombia_y_La_Nueva_Granada.html
(Revisado el 06 de abril de 2016 a las 07:44 pm On Line)
[7] Silva Otero, Arístides. La diplomacia hispanoamericanista de la Gran
Colombia. Su significado en la historia de la diplomacia y del derecho
internacional americanos, pp. 61-62
[8] Carta de Henry Clay a Henry
Middleton. 10 de mayo de 1825 en Foreign
Office. British and Foreign State Papers 1825 – 1826. Volume XIII, pp. 403
– 409
[9] Instrucciones del Gobierno de
Estados Unidos a su ministro plenipotenciario cerca de la República de
Colombia. Washington, 16 de septiembre de 1825 en Documentos sobre el Congreso Anfictiónico de Panamá, pp. 105 – 106
[10] Carta de José María Salazar al
Secretario de Estado de Estados Unidos. Nueva
York, 30 de diciembre de 1825 en Foreign
Office. British and Foreign State Papers 1825 – 1826. Volume
XIII, pp. 426 –
428
[11] Rivas, Raimundo. Relaciones Internacionales entre Colombia y
los Estados Unidos, p. 30
[12] Ibídem, p. 31
[13] Silva Otero, Arístides. Ob. Cit., p. 62
[14] Morales Pérez, Salvador E. “El
papel de Cuba en la geopolítica independentista” en Las Independencias de Hispanoamérica, p. 766
[15] Ibídem, p. 774
[16] Ibídem, pp. 763 - 764
[17] Toro Jiménez, Fermín. Ob. Cit., p. 368
[18] Serrano Mangas, F. “La Armada
española frente a la oleada de corsarios colombianos de 1826”, Revista de Historia Naval, año I, n° 2,
Madrid, 1983, pp. 121 – 122
[19] Morales Pérez, Salvador E. “El
papel de Cuba en la geopolítica independentista” en Las Independencias de Hispanoamérica, pp. 765 – 766
[20] Ibídem, p. 779
[21] Reporte del Secretario de Marina
al Congreso de Colombia. 9 de enero de 1826.
Foreign Office. British and
Foreign State Papers 1825 – 1826. Volume XIII, p. 1099
[22] Toro Jiménez, Fermín. Ob. Cit., p. 369
[23] Silva Otero, Arístides. Ob. Cit., p. 61
[3] Ibídem, p. 359
[4] Serrano Mangas,
F. “La Armada española frente a la oleada de corsarios colombianos de 1826”, Revista de Historia Naval, año I, n° 2,
Madrid, 1983, p. 122
[6] El 30 de marzo
de 1822, el Vicepresidente Francisco de Paula Santander decretó la Ordenanza
Provisional de Corso, instrumento legal que reguló la materia hasta su
prohibición en 1829. Del Castillo, Pedro P. Teatro
de la Legislación Colombiana y Venezolana Vigente Tomo Tercero, pp. 55 - 70
[7] Consejo Extraordinario
de Gobierno del jueves 10 de junio de 1824 en Acuerdos del Consejo de Gobierno de la República de Colombia 1821-1827.
Tomo I y II (Obra Completa). Bogotá, Edición de la Fundación para la
Conmemoración del Bicentenario del Natalicio y el Sesquicentenario de la Muerte
del General Francisco de Paula Santander. Biblioteca de la Presidencia de la
República, 1988. En Biblioteca Digital de la Universidad Nacional de Colombia.
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(Revisado el 06 de abril de 2016 a las 10:16 pm On Line)
[8] Ídem
[9] Ídem
[10] Ídem
[11] Consejo
Ordinario de Gobierno del lunes 12 de julio de 1824 en Acuerdos
del Consejo de Gobierno de la República de Colombia 1821-1827. Tomo I y II
(Obra Completa). Bogotá, Edición de la Fundación para
la Conmemoración del Bicentenario del Natalicio y el Sesquicentenario de la
Muerte del General Francisco de Paula Santander. Biblioteca de la Presidencia
de la República, 1988. En Biblioteca Digital de la Universidad Nacional de
Colombia. Disponible en: http://www.bdigital.unal.edu.co/4923/31/Acuerdos_del_Consejo_de_Gobierno.html#56c
(Revisado el 06 de abril de 2016 a las 10:16 pm On Line)
[12] “Presas de Colombia”. El Colombiano. Caracas, miércoles 11 de
agosto de 1824. N° 66, p. 2
[13]
“Por los estados oficiales presentados…”. El Colombiano. Caracas, miércoles 19 de enero de 1825. N° 89, p. 3
[14] Rivas, Raimundo. Relaciones Internacionales entre Colombia y
los Estados Unidos, pp. 24 – 25
[15] Convención General de Paz, Amistad,
Navegación y Comercio entre la República de Colombia y los Estados Unidos de América
en Relaciones diplomáticas de Colombia y
la Nueva Granada: Tratados y Convenios 1811 – 1856. Biblioteca Digital de
la Universidad Nacional de Colombia. Disponible en: http://www.bdigital.unal.edu.co/4773/1044/Relaciones_Diplomaticas_de_Colombia_y_La_Nueva_Granada.html
(Revisado el 06 de abril de 2016 a las 07:44 pm On Line)
[16]
“Presas hechas por buques colombianos”. El Colombiano. Caracas, miércoles 10 de mayo de 1826. N° 156, p. 2
[17] Serrano Mangas, F. “La Armada
española frente a la oleada de corsarios colombianos de 1826”, Revista de Historia Naval, año I, n° 2,
Madrid, 1983, pp. 123 – 128
[1]
Toro Jiménez, Fermín. Ob. Cit., p.
350
[2] Carta de Pedro
Gual a Simón Bolívar. Bogotá, 25 de septiembre de 1824 en Memorias del General O´Leary. Tomo VIII, p. 433
[3] Consejo Extraordinario de
Gobierno del jueves 10 de junio de 1824
y Consejo Ordinario de Gobierno del lunes 12 de julio de 1824 en Acuerdos del Consejo de Gobierno de la
República de Colombia 1821-1827. Tomo I y II (Obra Completa). En Biblioteca
Digital de la Universidad Nacional de Colombia. Disponible en: http://www.bdigital.unal.edu.co/4923/31/Acuerdos_del_Consejo_de_Gobierno.html#56c
(Revisado On Line el 06 de abril de 2016 a las 10:16 pm)
[4] Convención
General de Paz, Amistad, Navegación y Comercio entre la República de Colombia y
los Estados Unidos de América en Relaciones
diplomáticas de Colombia y la Nueva Granada: Tratados y Convenios 1811 – 1856
en Biblioteca Digital de la Universidad Nacional de Colombia. Disponible en: http://www.bdigital.unal.edu.co/4773/1044/Relaciones_Diplomaticas_de_Colombia_y_La_Nueva_Granada.html
(Revisado On Line el 06 de abril de 2016 a las 07:44 pm)
[6] Consejo
Ordinario de Gobierno del miércoles lº de diciembre de 1824 en Acuerdos del Consejo de Gobierno de la República
de Colombia 1821-1827 Tomo I y II
(Obra Completa). Bogotá, Edición de la Fundación para la Conmemoración del
Bicentenario del Natalicio y el Sesquicentenario de la Muerte del General
Francisco de Paula Santander. Biblioteca de la Presidencia de la República,
1988. En Biblioteca Digital de la Universidad Nacional de Colombia. Disponible
en: http://www.bdigital.unal.edu.co/4923/31/Acuerdos_del_Consejo_de_Gobierno.html#56c
(Revisado el 06 de abril de 2016 a las 10:16 pm On Line)
[7]
Decreto del Gobierno Colombiano respecto a los impuestos a pagar por buques y
cargueros de los Estados Unidos, 30 de enero de 1826 en Foreign Office. British and Foreign State Papers 1825 – 1826. Volume
XII, pp. 623 – 625
[8] Carta de José
Rafael Revenga a Richard C. Anderson. Bogotá, 31 de enero de 1826 en Ibídem, pp. 622 – 623
[9] Carta de John Quincy Adams,
Secretario de Estado, a Richard C. Anderson, Ministro Plenipotenciario en
Colombia en Ibídem, p. 475
[2] Fragmentos del séptimo mensaje
anual del Presidente de los Estados Unidos, James Monroe, al Congreso
norteamericano. 2 de diciembre de 1823 en De
Panamá a Panamá. Acuerdos de Integración Latinoamericana 1826 – 1881, pp.
43 – 44
[4] Carta de John
Quincy Adams, Secretario de Estado, a Richard C. Anderson, Ministro
Plenipotenciario en Colombia. Washington, 27
de mayo de 1823 en Foreign Office.
British and Foreign State Papers 1825 – 1826. Volume
XIII,
pp. 459 – 483
[5] Ídem y Zea, Francisco Antonio (Coordinador). Colombia: Siendo una relación geográfica, topográfica, agricultural,
comercial, política &c. de aquel pays, adaptada para todo lector en
general, y para el comerciante y colono en particular, pp. xxxiv - xxxvi
[6] Carta de John Quincy Adams,
Secretario de Estado, a Richard C. Anderson, Ministro Plenipotenciario en
Colombia. Washington, 27 de mayo de 1823 en Foreign Office. British and Foreign State Papers 1825 – 1826. Volume
XIII, pp. 459 –
483
[8] Carta de John Quincy Adams,
Secretario de Estado, a Richard C. Anderson, Ministro Plenipotenciario en
Colombia… Ob Cit., pp. 459 – 483
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