Bolívar y Santander. Proyecto terrestre vs. Proyecto marítimo en la República de Colombia, 1826 – 1827
Introducción
En este estudio se aborda el choque de
visiones geo estratégicas entre Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander en
la República de Colombia (1819 - 1830), referentes a la orientación geográfica
de la estrategia política y militar del Estado. Mientras que Bolívar miró hacia
el sur con una visión netamente terrestre, Santander lo hizo al norte, con una
visión marítima. La dicotomía entre ambas ideas condicionó en buena medida la
evolución de las fuerzas armadas colombianas y tuvo un impacto a nivel
continental, definiendo el equilibrio de fuerzas en Sudamérica y el Caribe
hasta el siglo XX.
La
historiografía tradicional ha ignorado el poder naval que la República de
Colombia llegó a alcanzar, y lógicamente también ha ignorado el impacto que
tuvo la desaparición del mismo. Fue justamente en el momento del declive naval
colombiano, cuando la diferencia de visiones de Bolívar y Santander se hizo
evidente, teniendo un efecto determinante en el poder naval de aquella
república. Por ello, debemos revisar primero la situación de crisis que condujo
al declive naval de Colombia.
I) Causas posibles del declive naval de Colombia
El
crecimiento y declive del poder naval de un Estado es un proceso complejo,
condicionado por múltiples factores y causas. Se trata de un macro fenómeno que
engloba variantes político-filosóficas y económicas. Las fuerzas militares – ya
sean terrestres o navales – de cualquier Estado crecen y se desarrollan a la
par del músculo económico del mismo, estimuladas o no por las necesidades de la
sociedad a la cual defienden, y de acuerdo a la estrategia dictada por la
visión de los líderes y/o la clase gobernante de dicha sociedad.
En este sentido, no podemos analizar el declive del
poder naval colombiano de forma aislada. Hemos identificado dos ejes causales
que podrían justificar el referido ocaso naval colombiano, uno de tipo
económico y otro relacionado con las meta estrategias del liderazgo político de
Colombia.
A) Causas
económicas y presupuestarias
La
quiebra en 1826 de la firma B.A. Goldschmidt & Co. – principal prestamista y acreedora del país –
provocó el hundimiento final de las finanzas de la República de Colombia. No se
trata de que con la quiebra de la casa comercial británica se hubiesen
originado todos los problemas financieros de Colombia, sino que dicho suceso
produjo el colapso de una situación que tenía varios años gestándose. Es
oportuno recordar que cuando la República de Colombia se formó en 1819, ya
Venezuela y Nueva Granada venían acumulando grandes deudas con banqueros y
comerciantes británicos. Por otra parte, el de 1824 no era el primer empréstito
que negociaba el país, aunque sí fue el más grande. Lo clave en este proceso es
que debido a la devastación de la guerra, Colombia tenía su economía agrícola y
minera paralizada, y desde 1822 venía costeando los gastos de la guerra en base
a empréstitos. El colapso de 1826 se originó porque gran parte del capital
prestado se perdió en la bancarrota de Goldschmidt & Co., lo que puso en
situación crítica al país.
Todo
esto nos conduce a que nuestro análisis prosiga en torno a dos ideas.
Primeramente, revisar cómo los empréstitos llevaron al colapso financiero a la
República, y luego cómo se creó un dilema financiero y estratégico en el
Gobierno, consistente en la pregunta de financiar preferiblemente al ejército o
a la armada.
Para
visualizar cómo el colapso financiero fue haciendo sentir su efecto en la
República, hasta provocar la práctica disolución de la escuadra, resulta
conveniente seguir las actas del Consejo de Gobierno, órgano equivalente a un
actual Consejo de Ministros. Tenemos así, que la primera sesión centrada en el
tema de los empréstitos se llevó a cabo el sábado 8 de abril de 1826. En dicha
sesión, los secretarios revisaron el informe preparado por Manuel Antonio
Arrubla y Francisco Montoya, que habían llevado a cabo la negociación para el
empréstito de 1824. La sesión se prolongó durante horas, en las cuales el
debate fue poco más allá de los tecnicismos legales del contrato, todo ello en
el marco de una actitud justificatoria por parte de algunos funcionarios
vinculados a los dos agentes.[1]
El
mismo mes, el Consejo volvió a reunirse, siendo el tema financiero el centro de
la sesión.
“Leyó después el
secretario de hacienda los documentos relativos al ofrecimiento que ha hecho
Juan Bernardo Elbers de conseguir dinero para los gastos de la administración y
para la amortización de la deuda interior, vendiendo en Europa las obligaciones
que emita la comisión del crédito público, siempre que se le conceda la
comisión y otras ventajas que pide. Sobre este proyecto la cámara de
representantes ha pedido informe al gobierno. Para evacuarlo y que el consejo
tenga todos los datos necesarios, su excelencia el vicepresidente ordenó al
secretario de hacienda que leyera un oficio de nuestro ministro en Londres, el
señor Hurtado, fecha 3 de febrero último, en el que manifiesta al poder
ejecutivo que en las actuales circunstancias sería muy ruinoso al crédito de
Colombia querer contratar un nuevo empréstito; que el estado de Europa no permite
contratarlo, como ha sucedido con el Perú y Buenos Aires. Esta noticia, dijo el
vicepresidente, es muy funesta para nosotros, porque contábamos para pagar los
intereses de la deuda extranjera en el próximo semestre de julio con una
libranza de más de un millón de pesos que nos ha dado el gobierno del Perú, la
que ahora no puede ser efectiva; en tales circunstancias, su excelencia pidió
el dictamen del consejo sobre lo que convendría hacer. El secretario de
hacienda añadió que a precaución se había dado orden al señor Hurtado, ha dos
meses, para que si no se realizaba el empréstito del Perú, solicitara
secretamente, con las casas prestamistas, el que supliesen los fondos
necesarios para pagar el semestre de los intereses bajo las estipulaciones que
juzgara convenientes. El consejo deliberó largo tiempo sobre este importante y
difícil negocio, y al fin sólo añadió que, si no había otro arbitrio, se
satisficieran los intereses con las cantidades que había depositadas en Londres
para pagar algunos buques de guerra contratados. Teniendo presentes todos estos
datos y conociendo el estado actual que tiene el mercado de Europa, el consejo
fue también de opinión de que nada se ganaría con la operación que proponía
Elbers para cambiar la deuda doméstica por extranjera y que, probablemente,
esto no tendería a otra cosa que a desacreditar más las obligaciones de
Colombia, especialmente si se llegaba a presentir que el gobierno había emitido
mayor suma que la deuda doméstica. Así que en el informe el poder ejecutivo se pronunciara
contra el proyecto. Aquí terminó la sesión.”[2]
A
finales de mayo, la noticia del quiebre de la B.A. Goldschmidt & Co. llegó
al Gobierno, estallando como una bomba. Así se percibe en el acta del Consejo
Extraordinario reunido el día 23 de ese mes, por la noche.
“Reunido el
consejo, compuesto de todos sus miembros, presidiendo el excelentísimo jefe del
poder ejecutivo, el secretario de hacienda, por orden de su excelencia, leyó
otra nueva comunicación que ha recibido del señor Hurtado, ministro de Colombia
en Londres, sobre la quiebra de B. A. Goldschmidt, de la que resulta que esta
casa debía al gobierno algo más de cuatrocientas mil libras esterlinas y, por
consiguiente, que es muy grande la pérdida que pueden tener los fondos
públicos. El secretario de hacienda manifestó que ésta había sido una excesiva
confianza del ministro Hurtado, a quien desde mayo de 1825 se le ordenó que,
habiendo fondos, mandara descontar las letras giradas por el gobierno a noventa
días, pagándolas inmediatamente y teniendo el empréstito una utilidad por lo
menos de un cuatro por ciento; que en agosto del mismo año contestó de
conformidad. Si el ministro Hurtado hubiera cumplido con esta orden, la casa de
Goldschmidt habría pagado sobre 150.000 libras, que montan las letras giradas
por el secretario de hacienda y aceptadas por Goldschmidt. ¿Cómo, pues, el
ministro Hurtado puso a estas letras que se pagaran cuando fueran debidas, y no
las hizo descontar? Además, conforme lo expuso el secretario de hacienda, no
hay orden alguna para que Hurtado dejara en poder de Goldschmidt los fondos del
empréstito que no estuvieran destinados para pagar el interés y la
amortización. Se convino en que debían hacérsele los cargos que resultan de
tales datos, y el secretario de hacienda expuso que, con fecha 19 del
corriente, había dicho a Hurtado que diera razón por qué había dejado los
fondos del empréstito en poder de la mencionada casa.
Se
vio después el plan que el señor Hurtado dice se había propuesto seguir para
que el gobierno no perdiese en la quiebra de Goldschmidt, que es el de recibir,
con un descuento de diez o doce por ciento sobre el precio primitivo de los
vales de Colombia, las cuatrocientas mil libras esterlinas en dichos vales.
Estos podrán entonces amortizarse o venderse si levantare su precio, que
juzgaba que todos los demás acreedores convendrían en su propuesta, que les era
muy ventajosa. La operación pareció buena a los miembros del consejo y que
correspondía al poder ejecutivo el admitirla o no, porque no se trata de contraer
una nueva deuda, sino de amortizar la que ya existe, lo cual está en las
facultades del ejecutivo. Sin embargo, pareció más seguro que el secretario de
hacienda fuera al congreso y expusiera todo lo relativo a este negocio para
proceder en él con más seguridad. Otro de los puntos de que habla la
comunicación del ministro Hurtado es sobre sesenta y tres mil libras esterlinas
que, dice, ha suplido generosamente el enviado de México, librándolas sobre la
casa que tiene los fondos de su empréstito. Se acordó que se dieran las más
expresivas gracias sobre este acto generoso de México y se dé cuenta al
congreso para ver de dónde se vuelve a la mayor brevedad la cantidad que se ha
dado prestada. En seguida se vio otro de los puntos que toca la comunicación del
ministro Hurtado y se reduce a consultar si mandará pagar cerca de quince mil
libras esterlinas de intereses que no se habían cobrado a la casa de
Goldschmidt por algunos de los tenedores de vales, en el dividendo de enero.
Dice que en los empréstitos de Portugal y de México, con que corría la misma
casa, había sucedido igual caso y que los respectivos agentes de los gobiernos
habían determinado que se pagasen tales intereses. Al consejo le pareció de
rigurosa justicia esta resolución porque el deudor es el gobierno de Colombia y
no su comisionado para pagar los premios, y tampoco hay asignado un término
perentorio para que ocurrieran los tenedores de los vales por sus intereses,
sin cuya circunstancia no puede privárseles de ellos. Sin embargo de esto, que
el secretario de hacienda consulte también el punto al congreso.
En
seguida se trató de los buques de guerra contratados con Juan Bernardo Elbers,
cuyo valor aproximado de ciento sesenta mil libras esterlinas, se había mandado
reservar y que el señor Hurtado supone era ya un negocio concluido, pues deduce
esta suma de lo que debe la casa de Goldschmidt. No teniendo él semejante
orden, no debe hacer tal descuento, y el consejo fue de opinión de que así se
le dijera. Además, su excelencia el vicepresidente previno al secretario de la
guerra que llamara a Elbers a fin de que disponga si, supuesta la quiebra de la
casa de Goldschmidt, él cumple o no lo contratado, y que esta conversación
oficial se ponga por escrito.
Últimamente
se trató en el consejo sobre los arbitrios que podrían adoptarse para pagar los
intereses y la amortización de la deuda extranjera. Se hizo mención de varias
proposiciones que se han hecho al gobierno ofreciendo dinero bajo diferentes
condiciones, pero se convino en que nada podía resolverse definitivamente sin
una autorización del congreso, y habiendo expuesto el secretario de hacienda
que actualmente se discutía en la sesión extraordinaria un decreto que autoriza
al ejecutivo para adoptar medios con qué pagar el interés y la amortización de
la deuda extranjera, el consejo fue de opinión de que el mismo secretario
hablara sobre este punto al cuerpo legislativo para la resolución conveniente.
Aquí terminó la sesión.”[3]
En la
sesión del 15 de junio, el Consejo revisó varios documentos del empréstito de
1822 contratado con la Herring, Graham & Powles, negociado por Zea, y se
examinaron algunas propuestas conducentes a buscar financiamiento para la
República con otras casas comerciales inglesas, pero sin llegar a ningún
resultado claro.[4] En la
sesión del 28 de junio se asomó el resultado final que esta crisis traería.
“El mismo
secretario dio cuenta después de algunas comunicaciones del señor Hurtado,
ministro de Colombia en Londres, sobre el pago de varias letras giradas por el
secretario de hacienda de la República contra el mismo señor Hurtado, las
cuales debían pagarse de los fondos del empréstito que el gobierno, según sus
órdenes, suponía en poder de Hurtado. Mas habiéndolos dejado éste en poder de
la casa de Goldschmidt poniendo a las letras que aceptó el señor Hurtado, que
se pagarán por dicha casa cuando fueren debidas. Con la quiebra de Goldschmidt,
las letras quedaron sin pagar y ellas ascienden a más de cien mil libras.
Después de considerada atentamente la materia, de examinados los documentos y
de oír la exposición verbal del secretario de hacienda, quien dijo que el señor
Hurtado tenía órdenes terminantes del gobierno para que, habiendo fondos, como
en efecto debía haberlos en su poder, satisficiera inmediatamente las letras giradas
a noventa días de término, exigiendo a los interesados el descuento
acostumbrado en Londres; que se hubiera cumplido esta orden y no hubiera puesto
a las letras de cambio que se pagaran cuando fueran debidas, es evidente que la
República no se hallaría ahora comprometida al pago de las letras que han
quedado sin satisfacer por la quiebra de Goldschmidt; el consejo fue
unánimemente de opinión, en cuanto a las letras, de que debían hacerse dos
clases de ellas; que en la primera se colocaran todas aquellas que habían sido
dadas por el gobierno a colombianos o extranjeros para que satisficieran su
importe en Bogotá seis meses después de haberlo recibido en Londres; que en la
segunda se pongan las letras que han sido dadas en pago de sus deudas por el
gobierno de la República. Es evidente que las primeras deben volver sobre el
gobierno, sin que éste necesite pagar recargo alguno de protesta, gastos, etc.,
pues los que las recibieron por su propia utilidad, siempre iban expuestos a
una protesta y el gobierno trató de beneficiarlos sin perjuicio suyo. Acerca de
las letras dadas en pago, el consejo fue de opinión de que el poder ejecutivo
estaba obligado a satisfacerlas en los mismos términos que los particulares en
igual caso, y que se hicieran todos los esfuerzos posibles para verificarlo.
Acerca
de la responsabilidad del señor Hurtado, cada uno de los miembros dio su
opinión particular. El secretario de relaciones exteriores expuso que, según la
suya, el señor Hurtado es responsable de las letras que aceptó, porque el
gobierno creía que conforme a sus órdenes los fondos estaban en poder del señor
Hurtado y no en el de Goldschmidt, cuya quiebra no puede comprender al fisco
sino en lo que restase del dinero depositado para pago de réditos y de
amortización de la deuda; que, por consiguiente, toda proposición que se dirija
a proporcionar fondos para cubrir las letras giradas y aceptadas por Hurtado,
en más de aquello que éste no puede cubrir, tiende a exonerar desde el
principio al señor Hurtado de la responsabilidad que tiene por la ley. El
secretario de marina y guerra fue de opinión de que se manden pagar las letras
giradas por el gobierno en satisfacción de deudas que tenía contraídas, porque
se halla comprometido el crédito del mismo gobierno; pero que se haga desde
ahora responsable personalmente al señor Hurtado por el valor de todos los
fondos que debían existir en poder de él mismo y que éste dejó en poder de la
casa de Goldschmidt, contra las órdenes recibidas. De la misma opinión fueron
el secretario del interior y el ministro de la Alta Corte de Justicia, doctor
Estanislao Vergara. El secretario de hacienda convino en que debía hacerse
cargo inmediatamente a Hurtado, para que responda al gobierno por los fondos
que debían existir en su poder. Más no por esto el gobierno dejará de responder
por las letras que giró, pues deseaba conservar su crédito. Quedó acordado lo
que expresa la mayoría de los votos.
Se
tomó de nuevo en consideración el nombramiento de una casa en Inglaterra para
que corra con la agencia comercial de Colombia. Se decidió que el secretario de
hacienda hable con Lowe, agente de la casa de Wilson, Alexander y Baset, para
ver si ella aceptara dicha agencia.
El
expresado secretario de hacienda dio cuenta después de dos libramientos
dirigidos contra el gobierno por el señor Palacios, cónsul general de Colombia
en los Estados Unidos, por lo que se resta a un constructor de buques de guerra
por los que ha hecho para la República. Se acordó que se admitan las letras y
se remitan a Cartagena doscientos mil pesos para cubrir la primera, dándose al
mismo tiempo las gracias a la casa de Bayad & compañía, que salió
responsable por el valor de las letras, fiando a nuestro cónsul.
Su
excelencia el vicepresidente ordenó al secretario de la guerra que dijera los
pedimientos de dinero que tenía de casi todos los puntos de la República para
sostener las tropas y la marina, lo que ya no puede verificarse por el gran
déficit que hay en las rentas públicas. Después manifestó su excelencia que era
imposible gobernar así, ni desempeñar la responsabilidad que le imponía la
constitución; que, por consiguiente, juzgaba que no había otro arbitrio que
licenciar una gran parte del ejército. Se tocaron en el consejo varios y graves
inconvenientes para adoptar esta medida, que expondría la República a grave
peligro, cuando se sabe que en la isla de Cuba reúne fuerzas la España, con las
que probablemente querrá atacarnos. Al fin nada se acordó definitivamente, y se
levantó la sesión.”[5]
Resulta
evidente que la primera preocupación del Gobierno colombiano tras constatar la
dimensión de la crisis financiera en la que se encontraban, fueron el
mantenimiento de las fuerzas armadas propias y las amenazas españolas desde
Cuba. El texto del acta difícilmente podría ser más claro, especialmente las
declaraciones del Secretario de Guerra y Marina, general Carlos Soublette,
consistentes en que la situación acarrearía la parálisis del ejército y la
marina, obligando a una reducción drástica de los mismos. La decisión a la que
se vio forzado el Gobierno colombiano a finales de julio de 1826 nos conduce al
siguiente punto.
B) El dilema de financiar al ejército o la armada
Para agosto de
1826, el colapso financiero de Colombia era más que evidente; era crítico.
Urgía hacer algo rápido, o toda la maquinaria administrativa del Estado – ya de
por sí débil y poco solvente – podía quedar paralizada totalmente. Esto
llevaría rápidamente a un malestar social que podría explotar en forma de
nuevas revueltas realistas, abriéndole las puertas a la temida invasión
española desde Cuba. Toda la obra – levantada con trabajo, sangre y devastación
– de los últimos quince años, corría un grave peligro de derrumbarse como un
castillo de arena.
La situación imponía medidas rápidas y efectivas, y
siendo justamente las fuerzas armadas la parte del Estado que más recursos
estaba consumiendo, era inevitable que también fuese la que más se viera
afectada por el inminente recorte presupuestario. Ahora bien, la idea de
reducir el tamaño de dicha fuerza militar debió conducir a varias preguntas:
¿cuál sería reducido en mayor proporción, el ejército o la marina?, ¿qué se
reduciría exactamente, el pie de fuerza o el armamento?, ¿cómo se llenaría el
vacío para no comprometer la seguridad de la República?...
Según las cifras publicadas por el propio Gobierno, a
comienzos de 1826 se preveía un gasto de 4.809.077 pesos para la armada y
6.803.296 pesos para el ejército, con un total de gastos de la administración
pública que llegaba a 15.487.710 pesos anuales. Por su parte la recaudación
anual era de apenas 6.196.725 pesos.[6] Es decir, solo el ejército
requería un gasto anual superior a toda la recaudación tributaria de la
República en un año. Esto nos lleva a preguntarnos, ¿cómo se gastaba
exactamente ese dinero?
Para inicios de 1826, la República de Colombia contaba
con un ejército que no llegaba a los 30.000 hombres, de los cuales más de la
mitad eran soldados veteranos. En contrapartida, contaba con una escuadra en
crecimiento, compuesta por al menos cuatro fragatas respetables, unas seis
corbetas y muchos buques de menor porte. Es decir, podríamos hablar de que
ambas fuerzas estaban aproximadamente en la misma proporción y consumían una
cantidad de dinero acorde. Sin embargo, cabría preguntarse ¿cuál de las dos era
más útil a la República en el momento del colapso financiero?... Ésta no es una
pregunta sencilla de responder, y su respuesta estará siempre sujeta a debate.
De hecho, es una interrogante que debió pasar por las mentes de los miembros
del Consejo de Gobierno en el segundo semestre de 1826.
Un dilema de este tipo no sólo abarca lo netamente
presupuestario, sino que engloba a toda la geo estrategia del Estado. En
efecto, la geografía determina buena parte de la orientación estratégica del
Estado, definiendo hacia cuáles áreas del espacio físico se dirigirán los
esfuerzos prioritarios. Esto aplica ya sea que se trate de una proyección de
dicho Estado a través de medios violentos, tales como guerras de conquista,
anexiones, satelización de vecinos, etc.; o a través de medios más sutiles,
como influencia política, comercio o alianzas. No sólo la propia geografía
determina buena parte de lo antes dicho, sino las posiciones que sobre el mapa
ocupen las fuerzas aliadas y hostiles al Estado en cuestión, así como también
la localización de los recursos naturales de interés para el Estado y la
accesibilidad a los mismos.
República de Colombia hacia 1826. Nótese su largo perímetro de costas y sus grandes ríos |
En el caso concreto de la República de Colombia a
mediados de 1826 tenemos lo siguiente:
Primero, sus posibles vías de proyección de poder eran
dos: hacia el norte, a través de su largo litoral en el Mar Caribe y el Océano
Atlántico, sus puertos y los ríos Magdalena y Orinoco. En esa dirección estaba
su mayor tráfico comercial, con socios como Estados Unidos y Gran Bretaña,
además de las Antillas. También hacia el norte estaba su mayor peligro, la
presencia española en Cuba y Puerto Rico, que se cernía como amenaza a la
República, a través de la siempre presente posibilidad de una invasión de
reconquista desde estas dos islas. Precisamente, dichos territorios también se
presentaban como oportunidades de expansión territorial, pues su población era
proclive a ser incluida en el gran proyecto político que era la República de
Colombia.
La segunda vía de proyección era hacia el sur, a
través de la cordillera andina y los puertos de Guayaquil y Panamá. A través de
esta vía, Colombia podía apostar por mantener una alianza – siempre con
hegemonía colombiana – con Perú y una situación de virtual protectorado sobre
Bolivia, lo que a su vez le otorgaría a la República la práctica hegemonía
política y militar en Sudamérica. Esto traía como consecuencia la necesidad de
mantener una gran fuerza militar terrestre desplegada dentro y fuera de las
fronteras nacionales, además de una escuadra adecuada en el Pacífico.
Comercialmente, esta vía ofrecía mucho menos que la del Caribe – Atlántico, y
requería una inversión grande, tanto de recursos financieros como demográficos.
En contraste, la opción norte requería apostar por el desarrollo de una marina
mercante, y una adecuada marina de guerra que cumpliera los objetivos en la
zona, lo cual tendría un impacto mucho menor a nivel demográfico. Finalmente,
no existían otras posibles vías de proyección, ya que las fronteras
occidentales con Centroamérica estaban despobladas y cubiertas de selvas
intransitables, además de que dicho vecino no era una amenaza. En el caso de
las fronteras orientales con los imperios brasileño y británico, sí requerían
desarrollo y ocupación de población, pero con fines netamente defensivos, no de
proyección de poder.
Segundo, la proyección de poder hacia el norte se
basaría necesariamente en la Armada, mientras que la proyección de poder hacia
el sur tendría que basarse necesariamente en el ejército. La amenaza del
Virreinato del Perú había obligado a tomar la segunda opción en 1823, pero las
puertas para tomar el camino del norte estuvieron abiertas de par en par desde
mediados de 1825 hasta comienzos de 1826, a la vez que se demostraba lo
complejo que sería mantener a la larga una hegemonía política y militar sobre
Perú y un protectorado sobre Bolivia. En ambos casos, existían posibles
beneficios y riesgos. Trataremos de puntualizarlos.
La proyección hacia el norte ofrecía como beneficios
la absorción de Cuba y Puerto Rico – con todo el impacto económico que ello
implicaba –, explotar muy lucrativamente la óptima ubicación del país para el
comercio marítimo, la desaparición del imperio español de su vecindad y la
ocupación del espacio axial del continente americano. Entre los riesgos, estaba
la posibilidad de una derrota catastrófica ante España, o la provocación de una
guerra contra una coalición enemiga conformada por Estados Unidos, la Santa
Alianza e incluso Gran Bretaña, lo que habría podido llevar hasta la
desaparición de la República. La proyección hacia el sur, por el contrario,
ofrecía como beneficio una posición de hegemonía política y militar en
Sudamérica, además de garantizar la seguridad nacional por el flanco sur. Sin
embargo, entre los riesgos estaba ganar la animadversión de Argentina, Brasil y
Chile – justamente tres países que no acudieron a la invitación para el
Congreso Anfictiónico de Panamá –, los cuales se sentirían amenazados; además
de la pesada carga económica y demográfica de mantener un gran ejército
desplegado en extensos y lejanos territorios. Perú y Bolivia, además, eran en
sí mismos países muy extensos, poblados y con recursos naturales, por lo que no
sería una tarea fácil para Colombia imponer sobre ellos su agenda política.
Finalmente, la proyección hacia el sur ofrecía muchas menos posibles ventajas
económicas y comerciales.
No podemos saber si los líderes colombianos fueron
conscientes de todo esto, y si llevaron a cabo reflexiones similares. Sin
embargo, es claro que entendían las implicaciones del dramático recorte en el
aparato militar que debían hacer; y más importante aún, lo crucial de la
decisión entre si recortar más a la fuerza terrestre o a la naval. Lo cierto
del caso es que a la luz de la serie de decretos promulgados por el Libertador
Presidente entre noviembre de 1826 y mediados de 1827[7],
tenemos que el ejército no sufrió una reducción ni siquiera cercana a la que
fue practicada sobre la armada, que prácticamente fue disuelta. Y todo esto a
pesar de que el ejército consumía alrededor de un millón de pesos más al año
que la armada.
Sin embargo, como dijimos más arriba, esta importante
decisión de Estado no puede ser estudiada solo desde lo económico. Hay un
factor clave que debió haberse considerado en los debates o reuniones que
seguramente se suscitaron entre los altos miembros del Gobierno. Ese factor era
el hecho de que mientras al sur, por tierra, Colombia no tenía amenazas
visibles a mediados de 1826 – pues los españoles habían sido expulsados de
Sudamérica –; al norte, por mar, la guerra contra España continuaba, teniéndose
el peligro de una nueva invasión española desde Cuba o Puerto Rico. Este factor
nos contestaría la pegunta que hicimos al comenzar a desarrollar esta idea:
¿cuál de los dos era más útil para Colombia a comienzos de 1826, el ejército o
la armada?
Este factor debió haber decidido “El Dilema de 1826”,
pues en el mismo se comprometía la seguridad de la nación frente al enemigo, en
una guerra que aún no había terminado. Evidentemente, con una escuadra al menos
capaz de defender el litoral y las aguas cercanas – no ya al nivel de atacar
Cuba y Puerto Rico – la República de Colombia habría podido neutralizar la
amenaza española, haciéndose inexpugnable. Esto habría dado al Gobierno la
oportunidad de disminuir la fuerza militar terrestre y reemplazarla con una
Milicia Nacional, al tiempo que se centraba en el esfuerzo de reactivar la
economía. Tal era el planteamiento de los liberales, liderados por Santander. A
la luz de este análisis, desarrollado por David Bushnell[8], lo más lógico habría sido
preservar a la armada todo lo posible y hacer el mayor recorte en el ejército.
¿Por qué no ocurrió eso entonces?...
La anterior, no es una pregunta que podamos responder
con total seguridad, pues no hemos hallado documentos que la contesten
puntualmente. Sin embargo, analizando la situación política interna de
Colombia, así como la mentalidad, postura e intereses de sus principales
líderes, podemos dar una explicación, al menos parcial. Como se expuso al
inicio del trabajo, los altos oficiales del ejército, en su mayoría
venezolanos, se convirtieron en un sector privilegiado dentro de la
administración pública, gozando de gran poder y libertad de maniobra, y
entrando en rápida pugna con el liderazgo civil. Mientras que los militares se
agruparon en su mayoría en torno a la figura de Simón Bolívar, la mayor parte
de los civiles liberales neogranadinos se agruparon en torno a Francisco de
Paula Santander.
Resaltantemente la armada quedó fuera de este juego de
poder, ya que sus oficiales más destacados eran de origen extranjero, y estaban
poco conectados en las relaciones interpersonales de los jefes militares, las
cuales componían el verdadero tejido de poder en el país; en este grupo
incluiríamos a hombres como Renato Beluche, Nicolás Joly, Walter Chitty,
Sebastián Boguier y muchos más. Otros oficiales, nativos de Colombia, tales
como Felipe Santiago Estéves, Agustín Armario, o Antonio Díaz, tenían una
antigüedad y jerarquía muy por debajo de los jefes más poderosos, por lo que
quedaron fuera de la cúpula real que detentaba el poder. Finalmente, solo dos
oficiales nativos, José Prudencio Padilla y Lino de Clemente, sí tuvieron lazos
cercanos con los más altos jefes, vinculándose el primero con Santander y el
segundo con Bolívar. Sin embargo, ninguno de ellos llegó a tener jamás el peso
político que alguna vez tuvo el Almirante Luis Brión, cuya cercana amistad e
influencia sobre el Libertador habían hecho tanto bien a la Armada. El retiro
un tanto prematuro de Clemente, y la rebelión que Padilla lideró en Cartagena,
además de su posterior vinculación con la Conspiración Septembrina, dejaron a
la Armada sin una voz bien colocada en el alto Gobierno, que pudiera explicar y
convencer sobre la necesidad de preservar la escuadra.
Es decir, como institución, la Armada tuvo la falla de
no haber sabido ganarse un lobby dentro de la estructura de poder de la
República; lo que sin duda le habría ayudado a sobrevivir de mejor forma al
colapso financiero de 1826. En contrapartida, casi todos los hombres claves de
la administración pública eran militares del ejército, o tenían fuertes
vinculaciones con el mismo. En efecto, tras la muerte de Brión, ningún otro
marino supo ganarse la confianza del Libertador o hacer sentir su voz en el
Gobierno, para así orientar adecuadamente a los más altos jerarcas políticos
sobre asuntos navales y de estrategia marítima. Muy por el contrario, la
conducta de Padilla por poco y no afecta a todo el conjunto de la armada,
independientemente de las razones que llevaran al general costeño a su breve
alzamiento.[9]
Otro factor, que también insinúa Bushnell, es la
conexión que se dio entre este dilema y la pugna entre “bolivarianos” y
“santanderistas”. El autor citado analiza que mientras los santanderistas
deseaban disminuir el tamaño, poder e influencia del ejército, reemplazándolo
con una Milicia Nacional, y confiando la seguridad exterior en la armada; los
bolivarianos pensaban todo lo contrario. En efecto, los segundos se dieron
cuenta que una escuadra surta en Cartagena no serviría para apoyar al Gobierno
en Bogotá, ni respaldaría las intenciones de Bolívar de imponer la constitución
boliviana de 1825 en detrimento de la Constitución de Cúcuta de 1821. En
cambio, un fuerte ejército, comandando por oficiales venezolanos, leales a
Bolívar, sí cumpliría con dicho propósito. Nos damos cuenta entonces que las
complejas luchas internas entre facciones también habrían tenido incidencia en
el resultado final que le tocó a la armada colombiana. Ahora bien, más allá de
los intereses de “bolivarianos” y “santanderistas”, ¿podría ser que Bolívar y
Santander tuvieron concepciones diferentes y opuestas en cuanto a
geoestrategia?[10] Es
lo que abordaremos en el siguiente punto.
II) ¿Proyecto marítimo vs Proyecto terrestre?
Se ha escrito extensamente sobre la polarización
política que vivió la República de Colombia en torno a Bolívar y Santander. De
forma bastante simplista se ha sostenido que el primero lideraba a militares,
venezolanos y conservadores; mientras que el segundo a civiles, neogranadinos y
liberales. Eso no es del todo cierto, siendo más bien una simplificación de la
realidad, hecha para facilitar su presentación al gran público. Ahora bien, no
se han estudiado y contrastado las concepciones estratégicas de Bolívar y
Santander. Ese trabajo podría darnos más luz en general sobre el proceso
político que llevó a la crisis y disolución de la República de Colombia, además
de – obviamente – explicar el declive de la armada colombiana.
La documentación estudiada nos indicaría que los dos
líderes más importantes que tuvo la República de Colombia diferían también de
forma absoluta en lo referido a geoestrategia. Evidentemente, ni Bolívar ni
Santander nos legaron tratados en la materia, pues conceptos como “geopolítica”
o “geoestrategia” no se habían acuñado aún. Sin embargo, es claro que
estadistas de la talla de estos dos hombres entendían a la perfección la forma
en que la geografía incide en las políticas de Estado y en las estrategias
militares. Esto se constata al revisar sus escritos y, desde luego, sus
acciones al frente del Gobierno. Para ello, nos valdremos en buena medida de la
hermenéutica.
A) Bolívar
como pensador estratégico terrestre
El pensamiento bolivariano de unidad hispanoamericana
contra la ex metrópoli española, y de mutua defensa de la soberanía e independencia
de las nuevas repúblicas, es universalmente conocido. Muestras de ellos son
documentos célebres como la Carta de Jamaica, y hechos tan notorios como el
Congreso Anfictiónico de Panamá. En ese mismo sentido, las campañas militares
de Bolívar dejaron como legado la destrucción del poder colonial español en
Sudamérica y el inicio de la vida independiente de dichos países.
Este
pensamiento bolivariano tuvo un efecto que llegó mucho más allá de Sudamérica,
alcanzando con especial fuerza a Cuba, que junto con Puerto Rico constituían
las reliquias del poder colonial español en América a finales del siglo XIX.
José Martí, líder de la independencia cubana, se confesó ferviente admirador de
Bolívar, y con su pluma defendió la idea de la unidad de Cuba con el resto de
sus vecinos hispanoamericanos. En esa construcción geográfica, política e
ideológica que Martí llamó “Nuestra América”; tuvieron un papel importante los
planes que el Libertador supuestamente elaboró para expulsar a los españoles de
Cuba y Puerto Rico hacia 1825. Esos planes, que han sido marginados por la
historiografía tradicional venezolana, han sido más expuestos por los autores
cubanos, llegando hasta el siglo XXI. Dichos planes son esenciales para medir
la inclinación terrestre o marítima del Libertador.
Hasta
ahora hemos visto, sin embargo; más los planes del Gobierno de Colombia, para
lanzar una expedición militar sobre Cuba y Puerto Rico, que el pensamiento de
Bolívar sobre la materia. Se ha entonces construido una verdadera leyenda
historiográfica de cómo Bolívar planeaba la liberación de las Antillas
Españolas. Por todo esto es pertinente preguntarse: ¿cuáles fueron las
intenciones y planes de Bolívar respecto a Cuba y Puerto Rico?... Y no nos
referimos al pensamiento del Libertador sobre este punto a lo largo de su vida
– lo cual sería bastante difícil de determinar –, sino en los años en los que
más cerca estuvo de actuar al respecto; es decir, entre 1825 y 1827, cuando
Colombia contó con fuerzas militares de mar y tierra capaces de hacer
plantearse al Gobierno el llevar a cabo la expulsión de los españoles del
Caribe.
Para
contestar la pregunta antes planteada, nos basaremos en algunos documentos
emitidos por Simón Bolívar en el período señalado. Estos son varias cartas
dirigidas a importantes líderes y funcionarios del país, así como la serie de
decretos sancionados a finales de 1826 y en 1827 que ya hemos transcrito. Como
dijimos anteriormente, para abordar estos documentos nos valdremos de la
hermenéutica. En consecuencia, los interpretaremos para tratar de responder la
interrogante expresada más arriba.
La primera de las cartas
seleccionadas para este estudio, la dirigió el Libertador al vicepresidente
Santander desde Arequipa (Perú), el 20 de mayo de 1825. En ella expresó:
“No se olvide Vd. Jamás de las tres
advertencias políticas que me he atrevido a hacerle: primera, que no nos
conviene admitir en la liga al Río de la Plata; segunda, a los Estados Unidos
de América, y tercera no libertar a La Habana. Estos tres puntos me parecen de
la mayor importancia, pues creo que nuestra liga puede mantenerse perfectamente
sin tocar a los extremos del Sur y del Norte: y sin el establecimiento de una
nueva república de Haití. Los españoles, para nosotros, ya no son peligrosos,
en tanto que los ingleses lo son mucho, porque son omnipotentes; y por lo
mismo, terribles. Con respecto a La Habana nos conviene decir a España, que si
no hace la paz, pronto estará privada de sus dos grandes islas. Ya he dicho a
usted antes esto mismo; y lo repito por si acaso no ha llegado a manos de usted
mi carta. El general Sucre tiene muchas ganas de que se verifique la
expedición, pero yo no he podido verlo aún para explicarle mis ideas. Luego que
se tome el Callao, que será en todo agosto, mandaré al Istmo tres mil soldados
del Sur de las tropas de Colombia. Antes me lo hago, porque no sé si usted
estará pronto en el Istmo, y porque la escuadra que debe conducirlos está
bloqueando el Callao.”[11]
Queda claro el pensamiento de
Bolívar: ordena a Santander no atacar Cuba y Puerto Rico, teme que Cuba se
convierta en un nuevo Haití, y dispone amenazar a España con un ataque a las
dos islas a menos que la misma reconozca la independencia de Colombia. Ahora
bien, ¿qué quiso decir Bolívar con que Cuba se convirtiese en un nuevo
Haití?... Como explicamos anteriormente, para 1825 Haití estaba en total
aislamiento internacional; ningún país reconocía a su Gobierno, había reforzado
la enemistad de las potencias europeas y de Estados Unidos al conquistar la
parte española de la isla en 1821, y además Francia amenazaba con invadirlo y
someterlo de nuevo a su poder. Haití había sido escenario de muchas matanzas de
blancos, desapareciendo casi toda la población no negra antes de 1820. Bolívar
y Santander coincidían en no aceptar la solicitud de alianza y ayuda que había
hecho Haití por temor a Francia, aun recordando la ayuda suministrada por el
presidente haitiano Alexandre Petión en 1816. Cuba por su parte tenía una
inmensa cantidad de esclavos negros trabajando en las plantaciones de azúcar de
la isla, lo cual podría originar rebeliones masivas en caso de un ataque
colombiano. Estos temores constituían una de las causas para la oposición de
Estados Unidos y Gran Bretaña a los planes colombianos, y también estaban en la
mente de Bolívar.
Es un hecho conocido que a mediados
de la década de 1820, el pensamiento de Bolívar se había vuelto más
conservador, llegando a defender la idea de una presidencia mucho más fuerte –
vitalicia incluso –, un senado vitalicio, reforzamiento del poder central y
precaución con la subida de las clases más bajas al poder; lo que él mismo
llamó “pardocracia”. El texto seleccionado condensa muy bien el temor de
Bolívar a la conflictividad social y racial. Lo había vivido y sufrido en 1812,
con la rebelión de esclavos en Barlovento contra la Primera República; en 1814,
cuando los llaneros pardos de Boves arrasaron la Segunda República en
Venezuela; y lo había observado de cerca en Haití. En el momento en que
escribió la carta, temía además entorpecer las relaciones de Colombia con
Estados Unidos y Gran Bretaña. También puede interpretarse en Bolívar un deseo
mayor de que España reconociese la independencia de Colombia, que el de seguir
luchando, y menos aún en un territorio que podía llegar a ser un nuevo Haití, según
sus temores.
El siguiente documento referido es
la carta dirigida por Bolívar al general Pedro Briceño Méndez y a Pedro Gual,
delegados de Colombia en la Asamblea del Istmo. Esa misiva fue escrita en Lima
el 11 de agosto de 1826, y tuvo como objetivo expresar sus propuestas con la
finalidad de salvar las negociaciones y lograr los objetivos internacionales de
la República.[12]
En todo el texto se puede percibir la gran preocupación
del Libertador por la seguridad de Colombia. Ante todo le preocupa que Colombia
pueda luchar sola, sin ningún tipo de ayuda, contra España. Es por ello que
está dispuesto a aceptar una mayor cuota en hombres y dinero para Colombia,
siempre y cuando la alianza continental se mantenga. Por otra parte, aparece de
nuevo el pensamiento en Bolívar de buscar primero la paz con España; y sólo si
España siguiera empecinada en continuar la lucha, proceder al ataque sobre Cuba
y Puerto Rico.
A finales del
año 1826 Bolívar había regresado a Colombia desde el Perú. Lo había traído de
vuelta el movimiento separatista venezolano de La Cosiata. Por primera vez
Simón Bolívar se encargaría realmente del gobierno del país, del cual se había
ocupado el vicepresidente Santander, mientras Bolívar atendía la liberación del
centro de Venezuela y de Quito entre 1821 y 1822; y a partir de 1823 la larga
campaña peruana. El retorno del Libertador coincidía también con la quiebra de
la casa Goldschmidt. En paralelo, la Asamblea del Istmo no había dado el
resultado esperado por Bolívar, España continuaba decidida a seguir luchando y
las diferencias entre las facciones se acentuaban, teniendo como uno de los
puntos principales la intención de Bolívar de derogar la constitución de 1821 e
imponer la boliviana, redactada por él mismo en 1825. Es en este contexto de
aguda crisis económica, de esforzada negociación entre las partes, que el
Libertador sanciona varios decretos que redujeron la escuadra, a saber: Decreto
de 24 de noviembre de 1826 desarmando la escuadra[13],
Decreto de 28 de noviembre de 1826 reuniendo las secretarías de Guerra y Marina[14],
Decreto de noviembre de 1826 eliminando los departamentos 1º y 4º de Marina, y
su descenso a apostaderos[15],
Decreto del 13 de febrero de 1827 reduciendo la organización de la Armada[16],
y Decreto del 2 de octubre de 1827 ordenando la venta de los buques de la
escuadra.[17]
Los decretos
del Libertador no sólo contrajeron las dimensiones administrativas de la
armada, al reducir los Departamentos de Marina de cuatro a dos, sino su propia
capacidad de combate. En efecto, se procedió a la práctica disolución de la
escuadra al ordenar el desarme de los buques, almacenaje de los pertrechos y
licenciamiento temporal de oficiales y marineros. Aunque Bolívar no era un
marino, sino un militar de tierra; no necesitaba serlo para saber que sin una
escuadra adecuada sería imposible una operación militar de envergadura sobre
las Antillas Españolas, y se comprometía gravemente la seguridad de toda la
fachada norte del país. Podemos entonces interpretar que cuando el Libertador
tomó estas medidas, lógicamente estaba renunciando – al menos temporalmente – a
un ataque sobre las mencionadas islas. Eso nos lleva inevitablemente a una
pregunta: ¿por qué disminuyó la flota de una forma tan drástica? Esta pregunta
se hace tanto más interesante cuando se evidencia que el ejército no fue objeto
de un proceso tan radical.
Considerando el contexto político y económico; resulta
evidente la intención de Bolívar de reducir el gasto público en las fuerzas
armadas. Esta gravísima situación de práctico colapso de las finanzas de la
República, explicaría las drásticas decisiones tomadas por el Libertador, pero
solo en parte. En efecto, esta reducción del poder naval echaba por tierra los
proyectos respecto a Cuba y Puerto Rico, comprometía seriamente la defensa marítima
de la República y abría el camino a los españoles para nuevos ataques sobre el
litoral desde sus bases en las islas mencionadas. Sin embargo, llama la
atención que el ejército no fue reducido en la misma proporción en que lo fue
la armada, aun cuando generaba más gastos.
¿Por qué Bolívar no redujo el ejército en la misma
proporción? La interpretación, esclarecida con una revisión – al menos somera –
del pensamiento de Bolívar nos permite decir que existen varios factores que lo
explican. En primera lugar, su propia doctrina militar. El Libertador bebió en
las fuentes del pensamiento militar napoleónico, basado ante todo en la guerra
terrestre. De esta forma, Bolívar entendió poco la importancia del poder naval,
lo que le llevó a subestimar el rol que jugaba la armada en la defensa de
Colombia. En segundo lugar, Bolívar no tenía como prioridad pasar a la ofensiva
y arrebatar las dos islas a España, sino más bien obtener de su enemigo el
reconocimiento de la independencia nacional y la firma de la paz. Así, el
ataque sobre Cuba y Puerto Rico era más bien una amenaza lanzada sobre España
para llevarla a concluir la paz. Finalmente, en tercer y último lugar, tenemos
que Bolívar pudo haberse inclinado por disminuir la armada y no el ejército
debido a que mientras la primera no resultaba de utilidad para sostener su
gobierno y sus proyectos políticos, el segundo sí podía hacerlo. Además de
esto, no se puede olvidar la profunda conexión sentimental de Bolívar para con
este cuerpo armado, del cual nunca dejó de sentirse parte, y que defendió
públicamente muchas veces, ante las tentativas de las clases altas
neogranadinas de reducir su poder y someterlo a las leyes civiles. Todos estos
elementos, considerados por separado pudiesen no explicar de manera satisfactoria
las decisiones de Bolívar, pero interpretados en su conjunto, aportan una
visión bastante lógica y verosímil.
En aparente
contradicción con los decretos antes referidos, tenemos una carta enviada por
Bolívar a Montilla y Padilla desde Caracas el 27 de enero de 1827. Cartas con
la misma idea fueron enviadas también a otros importantes generales del país,
con idéntico objetivo:
“Esta mañana hemos tenido oficialmente la
noticia de la guerra entre España y la Inglaterra declarada por ésta, a
consecuencia de que la España no ha querido reconocer la constitución en
Portugal, sembrando allí la discordia y los partidos. Esta operación de parte
de la Gran Bretaña va a tener por fruto el reconocimiento de nuestra
independencia. Es, pues, llegado el momento de que nosotros salgamos al mar y
llevemos la guerra a los españoles arrancándoles primero la isla de Puerto
Rico, que nos servirá de escala para ir a La Habana si acaso nos conviene. Pero
de todos modos yo estoy resuelto a hacer una expedición a Puerto Rico que nos
dará inmensas ventajas en el interior y exterior. Aunque para esta empresa
tendremos que hacer grandes gastos, la independencia de estas islas nos dará
los medios de indemnizarlos con inmensas ventajas. Desde ahora pido a Vds. la
remisión de los buques de guerra que existen en ese puerto, que puedan marchar
a la expedición, trayendo poca tripulación y mucha tropa; a lo menos mil
hombres. Para ello tomen Vds. todas las medidas conducentes, en la inteligencia
de que no debemos ahorrar sacrificios ni medidas, porque los héroes cuando
pelean "no reparan ni en mesas ni en castañas.”[18]
Menos
de un mes después de estos efervescentes planes, el Libertador escribió a Sucre
el 5 de febrero desde Caracas:
“Después de las
primeras noticias que se han recibido aquí sobre la guerra entre Inglaterra y
España no hemos tenido ninguna otra. Hemos sí visto algunos papeles públicos de
aquellos días, y todos ellos hablan de los negocios del Portugal en términos
que no nos dejan duda alguna de la guerra. Estos son, pues, los monumentos que
debemos aprovechar para enviar una expedición a Puerto Rico, que ya estoy
preparando. Constará de 5 a 6.000 hombres, todos veteranos y mandados por el
general Páez. Padilla mandará la marina. Yo creo que poco nos costará
apoderarnos de Puerto Rico. Después veremos qué es lo que se puede hacer sobre
La Habana.”[19]
No
obstante; una tajante contraorden fue enviada a los generales destacados en la
costa norte de la República, cuando el Libertador tuvo noticia de que el
conflicto entre Gran Bretaña y España había sido evitado. Canceló los planes
antes presentados al considerarlos inviables por no contar con el respaldo
británico, y juzgando insuficiente a la escuadra colombiana para enfrentar a la
española. En consecuencia, esta sería la última vez en la que el Libertador se
refiriera al asunto de Cuba y Puerto Rico. A finales del año 1827 sancionó otro
decreto que casi termina de liquidar a la armada.
Al
analizar en su conjunto las acciones de Bolívar, nos damos cuenta que en efecto
entendía poco sobre asuntos navales y política marítima, que confiaba en que la
alianza con Gran Bretaña podría suplir la falta de una armada adecuada, y que
en general se centraba más en buscar el liderazgo o hegemonía en Sudamérica. A
la luz de los hechos, tenemos que respecto a estos temas se mostró siempre
vacilante y poco convencido, mientras que para la Campaña del Perú se mostró
dispuesto a dejar su cargo como Presidente de la República de Colombia, y luego
se dedicó de lleno a organizar Perú y más tarde a Bolivia. Solo La Cosiata lo
hizo regresar. Nos damos cuenta que para el Libertador, su centro estratégico
estaba en la cordillera andina, no en el Caribe.
La documentación analizada permite acercarnos a una
interpretación del pensamiento de Bolívar acerca de lo naval y la independencia
de Cuba y Puerto Rico, que a su vez nos ayuda a explicar las acciones que llevó
a cabo. Es claro que el Libertador tuvo
temor de provocar masivas revueltas de esclavos en Cuba y Puerto Rico, que
pudieran degenerar en situaciones similares a las de Haití, lo que a su vez
podría tener un efecto en toda la cuenca del Caribe, desde el sur de Estados
Unidos hasta el territorio colombiano, donde no se había terminado de resolver
el problema de la manumisión o abolición progresiva de la esclavitud. También
es posible que la oposición de Estados Unidos y Gran Bretaña influyesen en la
orden de Bolívar a Santander en 1826 de no liberar ambos territorios. Asimismo,
se observa cómo la iniciativa de planear la liberación de Cuba y Puerto Rico
vino de otros líderes, como Santander, y no del propio Bolívar.
Los
textos estudiados nos muestran que para 1825 – 1827, la prioridad del
Libertador era obtener el reconocimiento de España y por tanto la paz, siendo
entonces la posibilidad de ataque sobre Cuba y Puerto Rico más una medida de
presión para lograr que España se rindiera, que un plan real para expandir el
territorio de la República.
También
es indicio de que dicha operación militar no era la prioridad de Bolívar, el
hecho de que frente a la crisis económica de 1826, el Libertador no dudara en
disminuir sustancialmente el pie de fuerza y el poder de fuego de la armada a
fin de reducir gastos públicos; pues uno de los primeros efectos de tal medida
sería – lógicamente – que se haría inviable cualquier ataque serio sobre Cuba y
Puerto Rico para arrebatárselas a España.
El
hecho de que Bolívar escribiese en enero de 1827 “Es, pues, llegado el momento de que nosotros salgamos al mar y llevemos
la guerra a los españoles arrancándoles primero la isla de Puerto Rico, que nos
servirá de escala para ir a La Habana si acaso nos conviene.” nos muestra
su poco dominio de lo naval. En efecto, a pocas semanas de una serie de
decretos que casi hacían desaparecer la escuadra, no podía planearse y ejecutarse
a toda prisa una operación como un asalto anfibio sobre Puerto Rico. Solo un
hombre con muy poco conocimiento del complejo que hacer naval pudo pensar así.
Es muy posible que, tal como Napoleón antes que él, Bolívar ignorara los
tiempos y complicaciones ligados a preparar una fuerza naval para una operación
como la de trasladar un ejército expedicionario a Cuba y Puerto Rico. A
diferencia del ejército, cuyas tropas podían ser licenciadas y poco después
convocadas sin comprometer demasiado su apresto; la escuadra no podía alistarse
en pocos días para cruzar el Caribe y combatir, si poco antes sus buques habían
sido desarmados, almacenados los equipos, armamento y municiones, y si las
tripulaciones y oficiales – la mayoría extranjeros – habían sido prácticamente
enviados a casa sin paga.
Podemos
decir entonces que buena parte del mito historiográfico de que el Libertador
tuvo entre sus metas prioritarias la liberación de Cuba y Puerto Rico carece de
basamento documental. Observamos más bien que dicho proyecto estuvo sujeto a
elementos de tipo estructural y coyuntural, que condicionaron su ejecución y
que finalmente evitaron su materialización, siendo más bien un objetivo
secundario para Bolívar.
En
síntesis, Simón Bolívar tenía una visión estratégica eminentemente terrestre,
concibiendo al poder naval como un mero auxiliar del ejército, al cual dio la
prioridad estratégica.
B) Santander como pensador estratégico marítimo
Como se dijo al principio, ni Santander ni Bolívar nos
legaron auténticos tratados de estrategia. Esto nos lleva a aplicar el método
hermenéutico sobre sus documentos, y sobre todo, a sus acciones. Francisco de
Paula Santander, como Vicepresidente encargado del Poder Ejecutivo entre 1821 y
1826, fue el hombre más poderoso en la República durante dicho período. Entre
esos años, llevó a cabo una serie de labores que nos obligan a considerarlo
como el mayor impulsor de la política y estrategia marítimas que Colombia
desarrolló.
Para demostrar la afirmación anterior, basta con
recorrer cronológicamente la gestión de Santander en materia naval y marítima.
Primeramente, el 30 de marzo de 1822 firmó la Ordenanza Provisional de Corso,
que ordenó dicha actividad, permitiendo su relanzamiento.[20]
En enero de 1823, decretó que los buques neutrales con carga enemiga quedasen
sometidos a la acción de la armada y los corsarios colombianos.[21]
En ese mismo sentido, hacia 1824 Santander se enfrentaría decididamente a las
demandas norteamericanas, consistentes en que se reconociera que su pabellón
neutral debía cubrir la carga de los buques mercantes estadounidenses, contra
los ataques de los corsarios colombianos. Santander defendió el derecho de
represalia de Colombia, argumentando además que si España no reconocía la
independencia de la República, ésta no podía llegar a un acuerdo semejante con
Estados Unidos.[22]
Vemos pues que el cucuteño fue un convencido defensor de la guerra de corso.
Regresando a 1822, el 28 de junio Santander creó la
Academia Náutica de Cartagena[23],
que sería la principal del país, y al mes siguiente decretó incentivos para el
alistamiento de marineros en la armada.[24]
Ese mismo año Santander creó también la Infantería de Marina.[25]
En febrero de 1823 desarrolló mediante un decreto la
organización de la armada según los cuatro Departamentos de Marina previstos en
1821. En septiembre del mismo año, decretó los merecidos honores para los
héroes de la Campaña del Zulia. Dos de sus proclamas, que datan del segundo
semestre del referido año, demuestran elocuentemente su entusiasmo por el
triunfo naval en Maracaibo, y su apoyo a la armada.
“A LOS COLOMBIANOS.
Colombianos!
Maracaibo ha vuelto al seno de la República, y el poder español ha
desaparecido, a esfuerzos de nuestras armas y por vuestra eficaz cooperación.
La libertad del Departamento del Zulia debe haber destruido en nuestros
enemigos hasta los restos de sus quiméricas esperanzas. Un puñado de españoles
deliraba desde Maracaibo con el proyecto de realizar la sumisión de Colombia al
gobierno del Rey Fernando, figurándose desórdenes, discordia, miseria y
debilidad, donde realmente había orden, unión, recursos y poder. El cielo quiso
favorecer las primeras empresas del enemigo, para hacer brillar mejor la
constancia y valor del ejército, vuestro patriotismo y adhesión al régimen
constitucional. A la voz del Gobierno, vosotros habéis corrido a ofrecer todo
género de sacrificios, y a preparar nuevos laureles al Ejército Libertador.
Colombianos!
La gloria del triunfo es vuestra, porque vuestros han sido los recursos
empleados en la campaña, y vuestros son los bizarros marinos que han dado días
de gozo a la República. El fruto de vuestra constancia es la independencia y
libertad de la Patria; las leyes recuperan ya el poder que les había debilitado
la guerra y vosotros vais a ser felices.
Pueblos
de Colombia! Os resta hacer frente a las peligrosas armas que el fanatismo
puede emplear para acibarar vuestra alegría y sembrar la desunión. No hay otro
medio más eficaz para contrarrestar las maquinaciones de los enemigos, que
profesar la más sumisa obediencia a la Constitución y a las leyes, y el más
noble respeto a las autoridades. Después de trece años de sacrificios y de
tanta sangre derramada por la causa de la Patria, el mal más funesto que
vosotros y yo podemos hacer a Colombia es la infracción del código que hemos
jurado sostener y cumplir. Este código es el que mantiene el orden público, el
que os concede el ejercicio de vuestros derechos, el que protege nuestra santa
religión, y el que nos reúne en una sola familia, ligada por la libertad y por
la gloria. La Constitución, junto con la Independencia, debe ser el ara santa
en la cual debemos hacer nuestros sacrificios, a imitación del PADRE DE LA
REPÚBLICA, EL INCOMPARABLE BOLÍVAR.
Rivalicémonos
en cumplir fielmente nuestros deberes, sometiendo nuestra voluntad a la
Constitución; hagamos lo que la ley nos prescriba, y el mundo entero verá con
asombro que en Colombia hay un Gobierno de leyes y no de hombres.
Palacio
de Bogotá, Agosto 31 de 1823
“A LOS COLOMBIANOS.
Colombianos!
Os presento a vuestra Patria absolutamente libre de los enemigos que con tanto
esfuerzo han pretendido contrarias los decretos eternos. El pabellón castellano
que flameaba en Puerto Cabello ha sido despedazado por las valerosas tropas de
la República, y en su lugar se enarboló la bandera tricolor. No hay ya enemigos
contra quienes combatir; Colombia está integrada en su territorio, y el código
del bien y de la igualdad protege a cuantos habitan la Patria de BOLÍVAR.
Pueblos
de Colombia! Recibid las congratulaciones del Gobierno por la ocupación de una
plaza importante, donde ha terminado la guerra empezada, para arrancar a
Colombia del poder español. Vuestros sacrificios han tenido por objeto la
independencia y libertad de vuestra Patria, y vuestra Patria es ya libre e
independiente. La milicia y sus Jefes ilustres han satisfecho vuestras
esperanzas y cumplido con los clamores de su corazón; sus espadas victoriosas
están siempre prontas para hacer respetar la dignidad de la República, vuestros
derechos y la inviolabilidad de la Constitución; ellos lo han jurado, y jamás
militar colombiano ha faltado a sus promesas; pero es preciso también que de
vuestra parte mantengáis inextinguibles vuestro fuego patriótico, vuestra
sumisión a las leyes, y sobre todo, vuestra adhesión al sistema constitucional,
con cuyos auspicios Colombia ha completado su independencia, se ha elevado a la
cima de la gloria, y ha merecido la opinión, respeto y aplausos de las demás
Naciones.
Colombianos!
Gozaos de vuestra constancia y de vuestros propios triunfos: ellos afirman el
imperio de la libertad en la América, y ofrecen un asilo sagrado a los hombres
libres de toda la tierra. Ser ciudadano de Colombia es pertenecer a la Nación
de la libertad, de la constancia y del valor.
Conciudadanos!
Después de haber tenido la fortuna de que en la época de mi administración haya
arrojado Colombia al Océano sus antiguos dominadores y de haberse establecido
el código de vuestra felicidad, no me resta para completar la medida de mis
deseos, sino veros en plena paz, anegados en la abundancia, protegidos por la
filosofía, unidos inalterablemente con los lazos de la Constitución,
abandonados del fanatismo y gobernados por leyes y magistrados de vuestro
corazón. Si en esta época llega el día en que vuelva a ser ciudadano como
vosotros, mis votos serán colmados.
Palacio
de Bogotá, Diciembre 9 de 1823.
A
partir de 1823, Santander impulsó de diversas formas el crecimiento de la
armada. Inició las negociaciones conducentes a la adquisición de buques de
guerra en Estados Unidos y Suecia, además del ya referido proyecto de construir
cincuenta pailebotes cañoneros.[28]
En mayo de 1824, Santander y el secretario de guerra y marina, Briceño Méndez,
solicitaron al Senado aumentar el salario de los extranjeros alistados en la
armada, debido a que era muy bajo.[29]
En agosto, Santander ordenó la creación del Cuerpo Nacional de Milicia, con el
fin de que auxiliara al ejército en la defensa terrestre y así reducir costos. Exactamente
el 15 de ese mes, Santander también giró órdenes especiales para los
departamentos del Orinoco, Venezuela, Zulia, Magdalena e Istmo, ante la amenaza
de invasión española. Es de destacar también que mantuvo desde 1824 hasta 1826
un minucioso monitoreo de la actividad española en Cuba y Puerto Rico, a fin de
no ser sorprendido por un ataque enemigo sobre la costa norte del país, e
identificar a su vez un momento favorable para atacar las dos islas
mencionadas. Esto podemos constatarlo a través de su correspondencia, donde
abundan informes sobre el tema dirigidos a Bolívar, y comunicaciones de variado
tipo con otros próceres donde informaba, recibía información o analizaba los
movimientos enemigos en el Caribe.
Ya en junio de 1825, el secretario de guerra y marina
presentó por orden de Santander ante el Consejo de Gobierno un proyecto para
reunir toda la escuadra y enviarla contra La Habana o Santiago de Cuba,
cortando así los auxilios españoles a San Juan de Ulúa; o enviarla a Golfo de
México y bloquear dicha fortaleza. El proyecto fue aprobado, y se nombró como
jefe de la escuadra al general Lino de Clemente, como explicamos anteriormente.
Es decir, Santander ordenó diseñar el plan de operaciones navales más ambicioso
que se proyectó en la historia de la antigua República de Colombia. La siguiente
carta, enviada a Bolívar en diciembre de 1825, nos da una muestra del trabajo
de Santander.
“Nada nuevo
ocurre en Europa. El Gobierno español, desentendiéndose de sus atenciones
interiores, prosigue haciendo esfuerzos para enviar a La Habana ocho mil
hombres y buques de guerra: se anunciaba que el 1° de septiembre debería salir
de La Coruña su primera expedición de cerca de cuatro mil. Ha llegado ya a
Cartagena una fragata de a 44 de los cuatro buques que espero del Báltico; la
llamamos Congreso; al navío de 74, Bolívar, y a los dos bergantines Araure y
Chimborazo. A las dos fragatas que saldrán de New York las llamaremos Colombia
y Cundinamarca. Usted se admirará de que estemos haciéndonos marítimos; pero
observe que nuestra inmensa costa requiere fuerzas navales: que los españoles
en Cuba tienen diez y seis buques de guerra con un navío; que Méjico está
buscando muchos buques: que teniendo marina, la República disminuye el ejército
de tierra y con él sus gastos, protege el comercio, protege las costas y ayuda
a fomentar la riqueza nacional. Nosotros no tenemos marinos ahora; pero los
tendremos en diez años, pues en la escuela náutica de Guayaquil y de Cartagena
y en las de pilotaje de Puerto Cabello y Maracaibo se enseñan para practicar
las teorías que han aprendido”[30]
En el
primer trimestre de 1826, Santander impulsa la campaña corsaria sobre aguas
peninsulares y decide cambiar definitivamente hacia Cuba la orientación de la
escuadra que venía reuniéndose en Cartagena, pues ya San Juan de Ulúa había sido
capturado por los mexicanos. Es por esa misma época que Santander decide
separar las Secretarías de Guerra y de Marina, designando para la segunda al
general Lino de Clemente. Además, Santander decreta la creación de la Milicia
Marinera, que aportaría los hombres para tripular la cada vez mayor cantidad de
naves. De esos mismos días datan algunas cartas enviadas por Santander a
Bolívar y a Briceño Méndez, donde también encontramos, claramente expresado, su
pensamiento sobre estrategia marítima.
“Bogotá, 28 de febrero de 1826
Mi
amadísimo don Perucho
[…]
Hemos
recibido una reclamación de los EE.UU. para suspender todo armamento contra la
Isla de Cuba, mientras se concluyen qué sé yo cuales negociaciones. ¡Que gente
tan egoísta!”[31]
“Revenga le
remitirá reservadamente la interposición de los Estados Unidos para que
suspendamos toda empresa hostil contra la isla de Cuba porque puede malograrse
la negociación que tienen pendiente a fin de que la Rusia influya en Madrid a
favor de nuestro reconocimiento. La Habana es un punto de grandes relaciones
mercantiles con los Estados Unidos y como el comercio es el Dios de los
americanos, temen perderlas o que se disminuyan con la independencia de aquella
isla. Yo haré contestar en términos equívocos a fin de no desairar la
interposición ni declarar que suspenderemos nuestros preparativos, lo cual
daría mucho contento a los enemigos y los animaría a venir a hostilizar nuestra
costa.”[32]
“Bogotá, 9 de
marzo de 1826
Mi
querido D Perucho
[…]
Los
Estados Unidos (y sea reservado para V. y Gual) se han interpuesto con este
gobierno para que suspenda todo armamento contra la isla de Cuba alegando que
de otro modo pueden entorpecerse sus negociaciones con Rusia a fin de que el
Emperador incline al gobierno español a reconocernos. La verdad es, que el
comercio, Dios de los americanos, es el que les ha inspirado esta interposición […]
No
salieron de servicio los buques suecos de Elviry, hemos arreglado una nueva
contrata para que vayan a repararse de firme a los EE.UU. de cuenta del
contratista. Por consiguiente se debiera mudar la provisión de la escuadra
aunque ya llegó a Puerto Cabello la primera fragata contratada en los Estados
Unidos. He nombrado Secretario de Marina al General Clemente, porque es
imposible lidiar yo la marinería sin Secretario que entienda el negociado.”[33]
“Bogotá, 11 de
abril de 1826
Mi
querido don Perucho
[…]
Envié
a México un oficial por negocios marítimos. Estoy loco por poner una fuerte
armada para destruir la española de Cuba. Reserve todo esto, pues el secreto
nos conviene y la reserva no es para Gual.”[34]
Los
documentos anteriores nos demuestras que para Santander, toda la política naval
que echó a andar desde 1822 tenía un claro objetivo: la conquista de Cuba y
Puerto Rico, con la consiguiente expulsión de América de los españoles y la
finalización de la guerra. A través de sus escritos, vemos a un hombre decidido
– “loco” en sus propias palabras – por llevar la guerra hasta las Antillas
Españolas y transformar a la República de Colombia en un poder marítimo.
Ante
todo esto, no podemos más que asombrarnos de la visión estratégica marítima de
Francisco de Paula Santander, la cual fue bastante acertada e incluso
adelantada a su época. También nos damos cuenta que la cercanía de Santander
con Briceño Méndez – quien también fue un promotor del poder naval, como ya
hemos visto – pudo haber sido clave para despertar su conciencia marítima. Es
posible también, que la estrecha relación que sostuvo Santander con Padilla
haya influido mucho en él, potenciando esa vocación talasocrática.
Conclusiones
Como podemos darnos cuenta, Simón Bolívar y Francisco
de Paula Santander fueron opuestos en sus visiones estratégicas. Mientras que
Bolívar pensaba mayormente en términos de poder terrestre (epirocrático),
Santander se inclinó más por el poder marítimo (talasocracia). Bolívar
consideró el sur como prioridad estratégica, buscando expulsar a los españoles
de Sudamérica y poner bajo liderazgo colombiano – y el suyo personal – a Perú y
Bolivia; mientras que Santander por su parte identificó como prioridad el Mar
Caribe y el Atlántico, hallando como idóneos blancos de ataque y absorción a
las islas de Cuba y Puerto Rico.
Bolívar se concibió siempre a si mismo en primer lugar
como militar, como general del ejército, y luego como Presidente. En tal
sentido, su vinculación emocional siempre estuvo con el ejército de tierra, al
cual quiso, enalteció y prefirió por encima de cualquier otra institución
republicana. Santander por el contrario se identificó poco con el ejército,
desarrollando una fuerte simpatía con la armada y algunos de sus jefes – como
el general Padilla.
Bolívar mostró poco entusiasmo o disposición por la
Campaña del Zulia; incluso en el momento más angustioso, cuando en los últimos
días de 1822 parecía que Morales podía avanzar hacia Mérida o la propia Bogotá.
De hecho, sus reacciones y respuestas más conocidas a propósito de la Batalla
Naval del Lago de Maracaibo son:
“Celebro la victoria de nuestra escuadrilla
porque causó la ocupación del lago de Maracaibo por Padilla. Este suceso vale
infinitamente más que el de los godos.”[35]
“Ayer recibí una correspondencia de Bogotá y
de Panamá, por la que sé el combate marítimo del 24 de julio, la capitulación
propuesta por Morales y la ocupación de Maracaibo por Manrique el 5 de agosto.
Doy a Vd. la enhorabuena como principal interesado en estos sucesos.”[36]
En contraste, hemos podido seguir a
través de la documentación la gran importancia dada por Santander a la Campaña
del Zulia y la Batalla Naval del Lago de Maracaibo, supervisando muy de cerca
su desarrollo y agilizando él mismo, algunas de las gestiones para los ascensos
y reconocimientos para los vencedores. Bolívar y Santander encarnan entonces
dos posturas bastante diferentes y opuestas en cuanto a estrategias de Estado
se refiere. Sus diferentes pensamientos en torno al ataque sobe Cuba y Puerto
Rico vienen a ser los que mejor ilustren sus polarizadas concepciones
estratégicas.
Evidentemente, con un Presidente y
un Vicepresidente que no compartían la misma estrategia nacional para la
proyección de poder, consolidación política y término de la guerra contra la ex
metrópoli, difícilmente la República de Colombia iba a poder desarrollarse y
llevar a feliz desenlace una estrategia política y militar acertada; que le
otorgara un lugar prominente en el equilibrio de fuerzas regional y
continental, justo cuando en ese momento histórico era eso lo que estaba
dirimiéndose.
Al menos desde la época de Atenas y
Esparta, pasando por la rivalidad británico – rusa en el siglo XIX, hasta
llegar a la Guerra Fría en el siglo XX; el mundo ha conocido los modelos de
Estado talasocrático y epirocrático. Ambos tipos de Estado suelen chocar entre
sí, provocando algunas de las conflagraciones más virulentas de la historia.
¿Cuánta más complicaciones no podían originarse si dentro de un mismo Estado
ambas visiones estaban en pugna?... A nuestro juicio, es posible que Bolívar, e
incluso también Santander, no estuviesen totalmente conscientes de que para
1826 España ya no era un actor, sino un objeto en el juego de poder que se
estaba dando en América y Europa. En efecto, ya la independencia de Colombia no
era lo que estaba en proceso de definición; sino la futura hegemonía en el
continente americano. A la luz de los documentos, observamos que la clase
gobernante de Estados Unidos entendió esto a la perfección, identificando a la
República de Colombia como su rival, y actuando en consecuencia. Con base en
los hechos, consideramos que los líderes colombianos no comprendieron esto, y
no sólo perdieron la oportunidad de tomar una posición de ventaja en América,
sino que la propia República se desgarró y derrumbó sobre sus cabezas.
Fuentes Documentales
Academia Nacional de la Historia. “Cartas
autógrafas del General Santander” en Boletín
de la Academia
Nacional de la
Historia , Tomo II, N° 5. Caracas, 31 de marzo de 1913, p.
21
Cuerpo de Leyes de
la República
de Colombia, que comprende todas las leyes, decretos y resoluciones dictados
por sus congresos desde el de 1821 hasta el de 1827. Caracas, Imprenta de Valentín Espinal, 1840
Del Castillo, Pedro P. Teatro de la
Legislación Colombiana y Venezolana Vigente Tomo Tercero.
Barcelona – España, Imprenta del Teatro de Legislación, 1852
Fuerzas
Armadas de Venezuela en el siglo XIX — textos para su estudio (tomo 3: Del
Congreso de Angostura a la Batalla de Carabobo, 1819-1821; tomo 4: 1822-1824; tomo 5: De la Batalla de Ayacucho a la disolución de la Gran Colombia,
1822-1830). Caracas, Presidencia de la República, 1963-1969.
Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, Foreign Office.
British and Foreign State Papers 1825 – 1826. Volume XIII.
Londres, James Ridgway & Sons, 1848
Fuentes Bibliográficas
Bolívar, Simón. Obras
Completas Vol. I, II y III. Caracas, Librería Piñango, 1982
Bushnell, David. El
Régimen de Santander en la
Gran Colombia. Bogotá, El Áncora Editores, 1985.
De la
Reza , Germán A. Documentos
sobre el Congreso Anfictiónico de Panamá. Caracas, Fundación Biblioteca
Ayacucho y Banco Central de Venezuela, 2010
Leuchsenring,
Emilio Roig de. Bolívar, el Congreso interamericano de Panamá, en
1826, y la independencia de Cuba y Puerto Rico. La Habana, Oficina del Historiador de la Ciudad,
1956.
O´Leary, Simón. Memorias
del General O´Leary. Caracas, Ministerio de la Defensa , 1981
Vargas, Francisco Alejandro. (Colaboradores: Hadelis
Solangel Jiménez López y Eladio Jiménez Rattia). Nuestros Próceres Navales (Tomos I y II). Caracas, Armada de la República Bolivariana
de Venezuela y Editorial Tecnocolor, 2010
Fuentes Hemerográficas
“Secretaría
de Marina”. El Colombiano. Caracas,
miércoles 22 de septiembre de 1824. N°
72, p. 1
“Presupuesto General de los Gastos del Departamento de
la Guerra, para el año entrante de 1826”. El
Colombiano. Caracas, miércoles 5 de abril de 1826. N° 151, p. 3
Fuentes Electrónicas
Bolívar, Simón. Archivo
del Libertador. Disponible en: www.archivodellibertador.gob.ve
Sin
autor. Acuerdos del Consejo de Gobierno
de la República de Colombia 1821-1827. Tomo I y II (Obra Completa). Bogotá,
Edición de la Fundación para la Conmemoración del Bicentenario del Natalicio y
el Sesquicentenario de la Muerte del General Francisco de Paula Santander.
Biblioteca de la Presidencia de la República, 1988. En Biblioteca Digital de la
Universidad Nacional de Colombia. Disponible en: http://www.bdigital.unal.edu.co/4923/31/Acuerdos_del_Consejo_de_Gobierno.html#56c
(Revisado el 06 de abril de 2016 a las 10:16 pm On Line)
Secretaría de Guerra y Marina de la República de
Colombia y Soublette, Carlos.
“Esposición del secretario de Marina presentada al Congreso de 1826
[recurso electrónico] / [Carlos Soublette]”. Bogotá, Imprenta de Espinosa, por
Valentín Molano, 1826. Catálogo online de la Biblioteca Nacional de Colombia.
Disponible en: http://www.bibliotecanacional.gov.co/recursos_user/digitalizados/fpineda_350_pza27.pdf
Uribe Peláez, Guillermo. El Asesinato Judicial de un Héroe. Academia de la Historia de Cartagena de
Indias. Disponible en: http://academiadelahistoriadecartagenadeindias.org/Publicaciones/Articulos%20Vicealmirante%20Guillermo%20Uribe/EL_ASESINATO_JUDICIAL_DE_UN_HEROE.pdf
(Revisado On Line el 12 de septiembre de 2016 a las 8:31 pm)
[1] Consejo
Extraordinario del sábado 8 de abril de 1826. Sin autor. Acuerdos del Consejo de Gobierno de la República de Colombia 1821-1827.
Tomo I y II (Obra Completa). Bogotá, Edición de la Fundación para la
Conmemoración del Bicentenario del Natalicio y el Sesquicentenario de la Muerte
del General Francisco de Paula Santander. Biblioteca de la Presidencia de la
República, 1988. En Biblioteca Digital de la Universidad Nacional de Colombia.
Disponible en: http://www.bdigital.unal.edu.co/4923/31/Acuerdos_del_Consejo_de_Gobierno.html#56c (Revisado el 06 de
abril de 2016 a las 10:16 pm On Line)
[2] Consejo
Extraordinario del viernes 21 de abril de 1826. Acuerdos del Consejo de Gobierno de la República de Colombia… Ob. Cit.
[3] Consejo Extraordinario
del martes por la noche 23 de mayo de 1826. Acuerdos
del Consejo de Gobierno de la República de Colombia… Ob. Cit.
[6] Secretaría
de Guerra y Marina de la República de Colombia y Soublette, Carlos. “Esposición del secretario de Marina
presentada al Congreso de 1826 [recurso electrónico] / [Carlos Soublette]”.
Bogotá, Imprenta de Espinosa, por Valentín Molano, 1826. Catálogo online de la
Biblioteca Nacional de Colombia. Disponible en: http://www.bibliotecanacional.gov.co/recursos_user/digitalizados/fpineda_350_pza27.pdf, “Presupuesto
General de los Gastos del Departamento de la Guerra, para el año entrante de
1826”. El Colombiano. Caracas,
miércoles 5 de abril de 1826. N° 151, p. 3 y Reporte del Secretario de Finanzas
al Congreso de Colombia. 1° de febrero de 1826, en British and Foreign State Papers 1825 – 1826. Volume XIII, pp. 1091
- 1094
[7] Decreto de 24
de noviembre de 1826 desarmando la escuadra (Jiménez López, Hadelis. Lino de
Clemente y Palacios. Forjador de la Fuerza Armada Nacional, pp. 150 – 151), Decreto
de 28 de noviembre de 1826 reuniendo las secretarías de Guerra y Marina.
(Fuerzas Armadas de Venezuela en el siglo XIX — textos para su estudio (tomo 5:
De la Batalla de Ayacucho a la disolución de la Gran Colombia, 1824-1830), pp.
347), Decreto de noviembre de 1826 eliminando los departamentos 1º y 4º de
Marina, y su descenso a apostaderos. (Ibídem, pp. 151 – 153), Decreto del 13 de
febrero de 1827 reduciendo la organización de la Armada (Ibídem, pp. 168 – 169
(Memorias de O´Leary, XXV, 71 – 72), y Decreto
del 2 de octubre de 1827 ordenando la venta de los buques de la escuadra
(Fuerzas Armadas de Venezuela en el siglo XIX — textos para su estudio (tomo 5:
De la Batalla de Ayacucho a la disolución de la Gran Colombia, 1824-1830), p.
250)
[9] Uribe
Peláez, Guillermo. El Asesinato Judicial
de un Héroe. Academia de la
Historia de Cartagena de Indias. Disponible en: http://academiadelahistoriadecartagenadeindias.org/Publicaciones/Articulos%20Vicealmirante%20Guillermo%20Uribe/EL_ASESINATO_JUDICIAL_DE_UN_HEROE.pdf
(Revisado On Line el 12 de septiembre de 2016 a las 8:31 pm)
[10] Según la Real Academia de la
Lengua Española, se define este término como: “Estrategia basada en el conocimiento y análisis de las condiciones
geográficas de una región” (http://dle.rae.es/srv/search?m=30&w=geoestrategia).
Sin embargo, una definición más completa sería que es un sub campo de la
geopolítica, que estudia y relaciona problemas estratégicos militares con
factores geográficos -recursos de un país con sus objetivos geopolíticos. En la
geoestrategia, se abogaría por estrategias proactivas, y una geopolítica
nacionalista. (Ortega Prado Rodolfo, Geoestrategia.
Santiago, Academia de Guerra del Ejército de Chile, 2013). Evidentemente, este
término no existía en la época de Bolivar y Santander, pero lo tomamos como un
préstamo desde la actualidad para nuestro estudio, a fin de poder explicar
mejor al lector nuestra aproximación al pensamiento estratégico de ambos
líderes.
[11] Leuchsenring,
Emilio Roig de. Bolívar, el Congreso
interamericano de Panamá, en 1826, y la independencia de Cuba y Puerto Rico,
pp. 110 - 111
[12]
De la Reza, Germán A. Documentos sobre el
Congreso Anfictiónico de Panamá, p. 207
[13] Jiménez
López, Hadelis. Lino de Clemente y
Palacios. Forjador de la Fuerza Armada Nacional, pp. 150 – 151
[14] Fuerzas Armadas de Venezuela en el siglo XIX — textos
para su estudio (tomo 5: De la
Batalla de Ayacucho a la disolución de la Gran Colombia, 1824-1830), pp.
347
[18]
Documento 1260, Archivo del Libertador. http://www.archivodellibertador.gob.ve/
[19] Documento 1265,
Archivo del Libertador. http://www.archivodellibertador.gob.ve/
[20] Del
Castillo, Pedro P. Teatro de la
Legislación Colombiana y Venezolana Vigente Tomo Tercero, pp. 55 - 70
[21] Consejo Ordinario de Gobierno del
lunes 12 de julio de 1824 en Acuerdos del
Consejo de Gobierno de la República de Colombia 1821-1827. Tomo I y II (Obra
Completa). Bogotá, Edición de la Fundación para la Conmemoración del
Bicentenario del Natalicio y el Sesquicentenario de la Muerte del General
Francisco de Paula Santander. Biblioteca de la Presidencia de la República,
1988. En Biblioteca Digital de la Universidad Nacional de Colombia. Disponible
en: http://www.bdigital.unal.edu.co/4923/31/Acuerdos_del_Consejo_de_Gobierno.html#56c
(Revisado el 06 de abril de 2016 a las 10:16 pm On Line)
[22] Acuerdos del Consejo de Gobierno de la República de Colombia 1821-1827.
Tomo I y II (Obra Completa)… Disponible en: http://www.bdigital.unal.edu.co/4923/31/Acuerdos_del_Consejo_de_Gobierno.html#56c
(Revisado el 06 de abril de 2016 a las 10:16 pm On Line)
[23] Vargas, Francisco
Alejandro. (Colaboradores: Hadelis Solangel Jiménez López y Eladio Jiménez
Rattia). Nuestros Próceres Navales
(Tomo I), pp. 153 – 154
[24] Fuerzas Armadas de Venezuela en el siglo XIX — textos
para su estudio (tomo 4: 1822-1824),
pp.
97 – 102
[28] Cuerpo de Leyes de la República de Colombia, que
comprende todas las leyes, decretos y resoluciones dictados por sus congresos
desde el de 1821 hasta el de 1827, pp. 263 - 264
[29] “Secretaría de
Marina”. El Colombiano. Caracas,
miércoles 22 de septiembre de 1824. N°
72, p. 1
[30] Carta
del General Francisco de Paula Santander al Libertador Simón Bolívar, 6 de
diciembre de 1825. O´Leary, Simón. Memorias
del General O´Leary. Tomo III, p. 229
[31] Academia
Nacional de la Historia. “Cartas autógrafas del General Santander” en Boletín de la Academia Nacional de la
Historia, Tomo II, N° 5. Caracas, 31 de marzo de 1913, p. 32
[32] Carta
del General Francisco de Paula Santander al Libertador Simón Bolívar, 6 de
marzo de 1826. O´Leary, Simón. Memorias
del General O´Leary. Tomo III, p. 245
[33] Academia
Nacional de la Historia. “Cartas autógrafas del General Santander” en Boletín de la Academia Nacional de la
Historia, Tomo II, N° 5. Caracas, 31 de marzo de 1913, p. 33
[35] Carta al
General Santander. Guayaquil, 6 de agosto de 1823. Bolívar, Simón. Obras Completas Vol. I, p. 798
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